Los diferentes caminos de la crónica en la era de la autoficción
Entre la introspección intimista y la mirada al mundo, el periodismo narrativo mantiene su vitalidad en Hispanoamérica
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Un primer párrafo que vale su peso en oro abre Yoga, el nuevo libro de Emmanuel Carrère: “Ya que hay que empezar por alguna parte el relato de aquellos cuatro años en los que intenté escribir un librito risueño y sutil sobre el yoga, afronté cosas tan poco risueñas y sutiles como el terrorismo yihadista y la crisis de los refugiados, me sumergí en una depresión melancólica tan grande que tuvieron que internarme cuatro meses en el hospital Sainte-Anne, y perdí, por último, a mi editor, que por primera vez desde hace 35 años no leerá un libro que yo he escrito, ya que hay que empezar, pues, por alguna parte elijo la mañana de enero de 2015…”.
El resto del libro –que es uno de los éxitos de la temporada– es desigual, pero en un nivel microscópico cada párrafo es preciso, entretenido y sólido: la música suena en el punto justo entre lo íntimo, lo coloquial, lo periodístico y lo literario, y eso es muy Carrère. Desde que en el año 2000 publicó El adversario, este escritor con formación de periodista cultural redefinió con sus melodías a la literatura documental (una zona de fronteras borrosas que en América Latina llamamos “crónica”, también “periodismo narrativo” o “novela sin ficción”). Siguieron otras cuatro nonfictions y finalmente Yoga, su aventura más honda, un viaje a lo recóndito de la cabeza de Carrère o de su persona; incluso de su alma. Muchísimos cronistas latinoamericanos lo leen: cuando Carrère golpea el teclado, el género se sacude.
"Una corriente de la crónica se vuelve cada vez más literaria y más introspectiva"
Una corriente de la crónica se vuelve cada vez más literaria y más introspectiva: en octubre llega Huaco retrato, donde Gabriela Wiener escribe sobre la muerte de su padre, el amor, el deseo, los celos y el racismo; acaba de aparecer El invencible verano de Liliana, en el que Cristina Rivera Garza regresa al femicidio de su hermana en 1990; y vale la pena chequear el notable debut de Matías Fernández Burzaco, Formas propias, en la colección de crónica dirigida por Leila Guerriero en Tusquets.
Mientras tanto, otra literatura hace el movimiento inverso e impone la era de la autoficción. Es un asunto completamente diferente. Se escribe sobre la propia vida ficcionalizando hechos y personajes. “Porque todo es ficción, ya que es imposible traducir la experiencia al lenguaje, así que solo importa que una historia leída sea buena”, es el argumento.
¿Cómo reacciona la crónica ante esto? Propone que, aunque se torne poética, la realidad existe y es concreta, y que el lenguaje importa. “Detrás de la expresión ‘violencia de género’”, escribe Leila Guerriero en su ensayo “Decir o no decir”, “hay mujeres a las que les arrancan los ojos y a quienes queman con ácido, pero, envuelta en el hojaldre bonachón de palabras que no dicen nada, la realidad llega al lector desactivada, sumergida en hectolitros de líquido anestésico. Y en la escritura periodística no solo importa lo que se dice, sino cómo se dice. Porque en la escritura periodística la estética es una moral”. Usar el mejor lenguaje posible, la mejor combinación de palabras, no es distorsionar la realidad sino pasar un mensaje.
"En la era de la inmediatez, empatizar con las vivencias del prójimo es necesario"
(Carrère, que sigue manteniendo una ética periodística, se disculpa en Yoga, o quizás se avergüenza un poco, por tener que recurrir a la autoficción en pasajes relacionados con su exesposa: “Tengo una convicción relativa a la literatura, bueno, al género de literatura que yo practico: es el lugar donde no se miente (…) No puedo decir de este libro lo que orgullosamente he dicho de otros: «Todo lo escrito es cierto.» Al escribirlo debo desnaturalizar un poco, trasponer y borrar otro poco, sobre todo borrar, porque puedo decir de mí lo que quiera, incluidas las verdades menos halagüeñas, pero no de otras personas”).
Otro tema. Intimidades aparte, hay cronistas que se mantienen en el núcleo del género y lo reinventan desde ahí. El mes que viene Martín Caparrós publica su muy esperado Ñamérica, un retrato de Hispanoamérica (“uno de esos libros que me alivia haber escrito”, tuiteó). Emulando al Eduardo Galeano que hace 50 años escribía Las venas abiertas de América Latina, en algunos centenares de páginas Caparrós busca y rebusca en la identidad, quizás inexistente, de un territorio de más de 400 millones de habitantes. Su trabajo es poético (magistral su uso de las palabras) pero no es intimista; al contrario, mira hacia afuera y mira ambiciosamente.
Además, como gran movimiento latinoamericano que es, la crónica tiene este año unas novedades por aquí y por allá. La escuela cubana, incluso hostigada por el régimen, ha dado algunos de los mejores cronistas de los últimos tiempos. Por nombrar cuatro: Carlos Manuel Álvarez, Mónica Baró Sánchez, Jorge Carrasco y Abraham Jiménez Enoa, y todos tienen poco más de 30 años. En la escuela peruana –perfeccionada por la desaparecida revista Etiqueta Negra y por su director y supereditor Julio Villanueva Chang– brilla Joseph Zárate (varias veces premiado y ahora nominado al True Story Award de Suiza).
Mientras tanto, los talleres de crónica se extienden a través del zoom y surgen dos medios nuevos: Relatto (fundado por Rafael Molano –exdirector de Gatopardo–, es una plataforma regional con base en Colombia, tierra legendaria de crónica) y Coolt (con “historias para el increíble mundo de habla hispana”, desde España). Y otros dos espacios se mantienen como referentes intocables de calidad e innovación: Anfibia y 5W.
Es extraño que mucha gente piense que la crónica, aún siendo uno de los grandes géneros periodísticos, haya ido perdiendo terreno en los medios actuales. No parece. En una era de inmediatez y de puro correr hay pocas cosas tan necesarias como detenerse un minuto a entender el contexto de lo que está ocurriendo y a empatizar con el prójimo. La crónica se trata de eso: de mirar hacia afuera, de mirar hacia adentro, de vivir aventuras en compañía, de poner ideas en la realidad, de estar en el mundo, de crear sentido, de contemplar e invitar a contemplar, y de acercarse, acercarte, acercarme a una vivencia.