Los “días felices” de Cristina Kirchner anticipan el gobierno que viene
La vicepresidenta se lanza a la campaña sin el disfraz de la moderación, en busca de apoyo para volver a las raíces de su anterior gestión; la pandemia y el mensaje a futuro
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Cristina Kirchner siente al gobierno de Alberto Fernández como una criatura ajena. Algo así como una empresa de la que es accionista mayoritaria, y por ende responsable de su éxito o fracaso, pero que no representa cabalmente sus ideales.
Ese descontento es consecuencia de una percepción de su debilidad, en 2019, cuando decidió resignar identidad a cambio de votos para conformar un frente con los peronistas que durante años batallaron para jubilarla. Sobre todo, el autoproclamado liberal de izquierda Alberto Fernández, promovido como presidenciable inesperado, y el conservador popular Sergio Massa, actor decisivo para reconectarla con una porción de las clases medias.
Después de un año y medio de gestión accidentada, con la pandemia como dramático telón de fondo, Cristina salió del armario ideológico con la proclamación de su añoranza por “los días felices” que, en su visión, terminaron en 2015 cuando ella completó su segundo mandato presidencial.
La utopía regresiva de la vicepresidenta blanquea un giro político de primer orden: es una señal de que el sector mayoritario de la coalición de gobierno se expondrá a ofrecer en la campaña la receta en la que cree, sin sucedáneos que vendan moderación. La voz cantante la llevará Axel Kicillof, el favorito de Cristina.
Lo que viene es confrontación, anticipa la jefa del Frente de Todos. Un “mundo de ricos más ricos y poderosos más poderosos” requiere un Estado intervencionista sin complejos para nivelar la cancha. A una oposición que se percibe como reaccionaria hay que enfrentarla con fiereza. Un Poder Judicial que no se allana a los representantes de la mayoría debe ser depurado sin dilaciones.
El cristinismo describe la etapa inicial del gobierno de Fernández como una gestión de crisis, en la que no se pudo más que “cuidar a la gente” de los estragos de la pandemia. Y que ese ejercicio en medio de una incertidumbre global apartó de la agenda política las transformaciones económicas prometidas al llegar. No hay heladeras llenas, la inflación supera el 40% anual y el recuento de muertos por coronavirus en la Argentina se acerca irremediablemente a los 100.000, pero el discurso oficialista dirá que todo pudo ser peor. A las palabras las acompañan medidas para recomponer salarios, subsidios sociales y jubilaciones, con paritarias que desbordaron la pauta del ministro Martín Guzmán y bonos especiales que compensen el alza de precios.
En el imaginario de la vicepresidenta figura la idea de impulsar una nueva normalidad cotidiana antes del proceso electoral. Que se llegue a las urnas con la gran mayoría de los argentinos vacunados y sin tensión en las terapias intensivas, para pasar de la fase restrictiva que tuvo como abanderado a Kicillof (y a ella detrás) a la esperanza de un “renacer”. La variante Delta asoma como un obstáculo peligroso para esa estrategia, pero en el kirchnerismo miran con expectativa cifras de los países europeos en los que la nueva cepa aumentó los contagios pero no tanto las muertes e internaciones.
La campaña del tándem Cristina-Kicillof exhibirá el plan de vacunación como un éxito, sin reparar en los privilegios, en los contratos opacos y en el déficit de segundas dosis que llena de interrogantes el futuro inmediato. Si la oposición se trenzara en una disputa en ese terreno, creen, sería pura ganancia: todas las encuestas reflejan que la preocupación de los votantes está puesta en la inflación, el desempleo y la falta de oportunidades. “Lo mejor que nos podría pasar es que el debate que nos planteen Pfizer vs. Sputnik. Encima, para el día de votar tendremos las dos”, ironiza un dirigente del kirchnerismo duro.
Más allá de defender la gestión de la pandemia, el objetivo es reconquistar a quienes creyeron hace dos años en un porvenir mejor. A ellos les propone volver a los días en que ella y Kicillof gobernaban el país. La tesis subyacente es que en 2015 perdió por culpa de la falta de pureza ideológica de Daniel Scioli y que en 2019 triunfó la memoria antes que las promesas de concordia.
Las urnas darán una pista sobre si el electorado también valora el período que terminó en 2015 como una era feliz. Eran tiempos de inflación que se escondía, de pobreza que no se medía para no estigmatizar a nadie, de estancamiento laboral, de cepos múltiples, de causas de corrupción que inundaban los tribunales (antes del llamado lawfare), de José López a cargo de la Obra Pública, de desconexión con el mundo. Alberto Fernández llamaba “deplorable” a ese modelo y Massa prometía “meter presos a los corruptos y barrer con los ñoquis de La Cámpora”. El fracaso de Mauricio Macri en su intento de cambiar el rumbo gestó el Frente de Todos.
Ahora, con la Argentina todavía bajando en el tobogán del desarrollo, el Gobierno se sacude con el mensaje que baja su líder política. La duda es si el elenco de ministros para la nueva etapa cambiará antes o después de las elecciones. Se descuenta que otro derrotero demanda nuevos tripulantes.