Libros, élites y metaversos: de Gutenberg a Zuckerberg
Cuenta la leyenda, y confirma Wikipedia, que el alemán Johaness Gutenberg aprendió los rudimentos de su gran invención europea, la imprenta de tipos móviles de metal, tomando elementos y técnicas de China, populares desde el siglo VIII, que los europeos venían tratando de adaptar y perfeccionar. El resto de la historia ha sido bien escrita: su creación le dio entidad y prestigio no solo como inventor sino que convirtió al libro en el gran símbolo de la Edad Moderna. De hecho, una vez inventado el libro impreso necesitaba lectores y para ellos se necesitaban idiomas escritos. Hubo que crearlos. Lenguajes estructurados, una sintaxis. Optimizar costuras para mejorar la experiencia de uso de los códices. Hubo que enseñar a leer. Fue una proeza heroica y colectiva. Pero en la Alemania medieval, esa creación era sin dudas un lujo para unos pocos. En la primera etapa, los escribas se quedaron sin trabajo y el libro era para los pocos que podían, no ya pagarlo, sino leerlo (los primeros volúmenes impresos, incluida la célebre Biblia o el primitivo Ars Technica se produjeron en latín, la lengua escrita de la época en el Sacro Imperio): una elite. Un lujo.
La discusión del libro como objeto comercial, masivo, caro, hasta lujoso atraviesa la actual edición de la Feria del Libro desde el discurso inaugural hasta los debates por la escasez y el alto precio global del papel. Su rol como fetiche cultural, mientras tanto, trasciende los debates del setentismo tardío. Días atrás The New York Times dedicó un informe a la figura de los “book stylist”, asesores sobre qué libro exhibir, casi como un accesorio, en redes o circuitos sociales. Insistamos: si bien la Historia, dominada por periodizaciones políticas, señala la caída de Constantinopla (1453, hoy Estambul) a mano de los otomanos como el fin de la Edad Media, aquel invento de Gutenberg (1455, un hito fundante de las tecnologías de la información) pide ser leído como el inicio de la Modernidad en clave civil.
"Este objeto de consumo individual ha sido democratizado, optimizado para la manipulación y lectura, y ese proceso ha sucedido, por decirlo con jerga actual, de manera ‘descentralizada’"
Hoy mismo, casi 600 años después, el libro resiste como símbolo de la transmisión de conocimientos profundos y analíticos de forma manual, o como “el instrumento que se dio la humanidad para transportar ideas”, como lo definió día atrás en una entrevista durante la Feria el presidente del Fondo de Cultura Económica, el mexicano Paco Ignacio Taibo. Para ello, este objeto de consumo individual ha sido democratizado, optimizado para la manipulación y lectura, y ese proceso ha sucedido, por decirlo con jerga actual, de manera “descentralizada”. ¿La humanidad, aceptaríamos decir, se adueñó de esos tipos móviles para difundir y enseñar ideas? Curiosamente, casi 600 años después un debate similar atraviesa los debates sobre el metaverso. De la galaxia Gutenberg al universo Zuckerberg.
Elitista. Creación para pocos, jerga sofisticada, experiencias de uso aun precarias o defectuosas, barreras tecnológicas de acceso, fricciones económicas o culturales, finanzas convulsionadas, necesidad de accesorios costosos o inaccesibles, impiden muchas veces profundizar el análisis sobre esta fascinante creación de entornos digitales inmersivos de múltiples usos (entretenimiento, comercio, trabajo, paseo) que replican o mejor aún enriquecen la vida física.
Mientras la idea de realidad virtual va perdiendo fuerza por conceptos como realidad enriquecida o realidad mixta, los metaversos concentran iniciativas que postulan la necesidad de códigos abiertos y libertades creativas, protocolos descentralizados, gobernanzas colectivas para permitir no solo un avance más democrático, sino también más rápido. En medio, los grandes flujos de los fondos de inversión y las grandes corporaciones digitales (Meta, Microsoft) compiten contra desarrolladoras de juegos (Roblox, Fortnite) o proyectos nativos (Decentraland, Sandbox).
El giro conceptual del creador de Meta (la corporación rebautizada justamente debido a esta incipiente batalla por el futuro) da algunas pistas: abandonó la marca insignia que definió el paisaje de las redes sociales y la comunicación humana en la década pasada (de hecho, la marca Facebook lleva la palabra “libro” impresa en su esencia) para volcarse por completo a los proyectos de sus propias plataformas de metaverso. Mientras brinda detalles de ambiciosos proyectos como Horizon Worlds, en el que las actividades digitales prometen multiplicarse y ampliar las interacciones entre las personas (la gran fortaleza digital de Facebook), se filtró que buscarán hacer versiones más accesibles y mediante dispositivos cotidianos (el smartphone). Y el propio Zuckerberg dio pistas sobre cómo proyecta la economía en ese entorno: “Les daremos herramientas a los creadores de contenidos para que ellos puedan tener un modo de vida sustentable en el metaverso, y que puedan monetizar mejor que en otros espacios”.
Haciendo historia: ¿cómo será nuestra vida post o dentro de los metaversos? Es una pregunta aun primitiva y atravesada por la fantasía. Sin embargo, los debates sobre la descentralización y la necesidad de que surjan creadores, como con el libro, parece insinuar el camino de sus aún potenciales posibilidades.