Leer Vida y destino con la guerra en Ucrania de fondo
La gran novela de Vasili Grossman ofrece respuestas contundentes para entender hoy la invasión de Putin
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MADRID
Corrían los años cincuenta en la Unión Soviética cuando Vasili Grossman escribió esta frase: “El hombre ruso ha visto todo durante los últimos mil años, la grandeza y la supergrandeza, solo hay una cosa que no ha visto: la democracia”. Corrían los años cincuenta del pasado siglo, decimos. Por tanto, el autor sabía perfectamente, al trasladar del silencio de su cabeza a la concreción del papel, lo que se jugaba.
No obstante, Vida y destino, cuya última edición en castellano fue traducida por Marta Rebón y publicada por Galaxia Gutenberg en 2007, está plagada de afirmaciones así. Afirmaciones y personajes que no responden a la ficción como un truco, sino a la experiencia de un hombre que enarboló la bandera de la Revolución Rusa, fue testigo primordial del frente de Stalingrado y la Segunda Guerra Mundial, pasó a la historia por ser el primer periodista que entró en un campo de concentración nazi, sufrió después el castigo y la persecución en su familia y, aun así, no se sometió a los dogmas que impone el delirio del totalitarismo, sino a la más estricta verdad de lo que vio, padeció y testificó.
Su obra no solo ha servido para analizar el péndulo del horror totalitario de extrema derecha a extrema izquierda. Su entrada en Treblinka como el primer corresponsal de guerra que certificó lo que había acontecido en los campos de exterminio fue crucial en los procesos de Núremberg y dio lugar a obras como El libro negro, escrito con Iliá Ehrenburg, o El infierno de Treblinka.
Eso es parte ya de la historia. Pero una obra como Vida y destino, su gran novela, con la guerra de Ucrania perforando ahora la vida diaria, los bolsillos y el ánimo, sirve para entender la mentalidad y la dinámica de poder de la que Putin se enorgullece como herencia y motor de sus acciones en pleno siglo XXI.
Otras frases: “Nuestro humanismo ruso siempre ha sido cruel, intolerante, sectario… Siempre ha sacrificado sin piedad al individuo en aras de una idea abstracta de la humanidad… Para conseguir este objetivo no retrocederán ante nada ni nadie; torturarán y matarán si es preciso”.
No cuesta imaginar la cara de quien leyera estas líneas cuando el autor decidió entregar una copia para ver si lograba publicar el manuscrito. Lo hizo sin duda escéptico por lo que había comprobado en algunos colegas y sufrido en su familia cuando encarcelaron a su esposa, Olga, pero quiso probar suerte alentado por el rayo de ligera esperanza que supuso la era Kruschev. Se la pasó a los responsables de la revista Znamya. Pero estos, alarmados, se la entregaron a las autoridades porque el contenido les quemó entre las manos. Grossman no tardó en darse cuenta de que vivían un nuevo espejismo tras la muerte de Stalin. La KGB irrumpió en su apartamento y se llevó hasta las cintas usadas de su máquina de escribir.
Integridad moral
El autor había ocultado dos copias en casa de unos amigos e insistió durante años para que Vida y destino viera la luz. Escribió directamente a Kruschev. Este no le respondió, pero a los cinco meses obtuvo cita con Mijaíl Súslov, uno de los ideólogos del politburó. Le comentó sin ambages que su novela no vería la luz en al menos 200 años: les parecía hostil y no pudieron soportar que comparara el nazismo con el estalinismo.
Nada le aplacó, continuó escribiendo en el mismo tono. Como dice Tzvetan Todorov en el prefacio de Cartas y recuerdos de Vasili Grossman, escrito y recopilado por el hijo adoptivo de Grossman, Fedor Gruber, “este hombre representa el caso excepcional de un individuo que logró conquistar la integridad moral viviendo en un país sometido a la dictadura totalitaria”.
No cejó. Contaba con la experiencia de sus escritos sobre Stalingrado en forma de novela después de sus crónicas, también sometidos a persecución mientras vivía el tirano. “Le pido que devuelva la libertad a mi libro, que se discuta con editores, no con los agentes de la KGB. ¿Qué sentido tiene que yo sea físicamente libre cuando el libro al que he dedicado mi vida es arrestado?”, le suplicaba al mandatario soviético que propulsó la revisión del estalinismo. Solo hasta cierto punto. Las esperanzas que Grossman le manifestaba en aquella misma carta no se vieron cumplidas: “Creo imposible imaginar una nueva sociedad sin un crecimiento sostenido de la libertad y la democracia”.
Capacidad de resistencia
Grossman plasma en Vida y destino la increíble capacidad de supervivencia del ser humano a caballo entre los campos del nazismo y el Gulag. También el peso del silencio y la delación. La capacidad para resistir y enamorarse. La existencia vigilada. El grito silencioso de los castigados cuando regresaban con suerte de los campos y, pese al temor, daban testimonio de los muertos, del hambre, del frío, de la rebeldía truncada, de las penas aplicadas sin pruebas, del castigo por mera sospecha…
En su punto de vista influye su condición tanto de judío como de ucraniano. Había nacido en Berdíchev en 1905. Ejerció como ingeniero en Donetsk. Hasta el día de su muerte lamentó no haber hecho suficiente por salvar a su madre, profesora de francés, de haber perecido asesinada por los nazis cuando estos tomaron la ciudad en 1941. Desde las páginas de la novela, la voz de aquella mujer apela al lector en uno de sus pasajes más impresionantes: la carta que envía Anna Semionóvna a su hijo, el físico Víktor Shtrum, desde el gueto esperando su muerte. “Me he dado cuenta de que la esperanza casi nunca va ligada a la razón; está privada de sensatez, creo que nace del instinto”, le confiesa en el umbral de todo la madre al hijo.
Ella no sabe si él recibirá la carta. Hoy esas palabras también resuenan entre las víctimas de Ucrania. Tampoco Grossman estuvo seguro de que Vida y destino viera la luz. Murió en Moscú en 1964, a los 58 años, de un cáncer. Su novela fue publicada en 1980 en Suiza gracias, entre otros, al científico disidente Andréi Sajárov. Las páginas de las copias que Grossman logró salvar al ponerlas en manos de sus amigos fueron fotografiadas y microfilmadas por este. La peripecia del manuscrito se asemeja a la de Doctor Zhivago, de Borís Pasternak, otra de las obras maestras nacidas de la catástrofe del comunismo, que acabó publicada en Occidente y produjo un cataclismo de imagen en mitad del régimen.
Al constatar en sus páginas lo que no le quedó más remedio que vivir, Grossman teje una hazaña. Lo acomete con la intención honesta de ser sencillamente fiel a la verdad. No cree que su actitud represente algo extraordinario. Lo hizo sin ínfulas, como se describe a sí mismo en la ficha personal que envió al registro de miembros de la Unión de Escritores Soviéticos: “Mi vida conoció momentos buenos y malos, duros y llevaderos; cometí errores, algunas veces actué desafortunadamente, quise ser feliz, gocé con mis éxitos y sufrí cada vez que me alcanzó la desgracia. Traté a mucha gente, casi siempre gente de lo más común; no hubo entre ellos ni grandes ejemplos de nobleza ni consuetudinarios pecadores. Leí libros, algunos de ellos muy buenos. Con todo, tuve ocasión de ver cómo la gente común realiza a veces actos extraordinarios y también, en ocasiones, comete pecados”.
EL PAIS