Lecturas: Una vuelta de tuerca a las grandes novelas de Ian McEwan
En Lecciones, el escritor inglés entrelaza la historia reciente de Gran Bretaña con la de uno de sus ciudadanos, en una ficción realista y confesional
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Roland Baines, como hijo, observa, escucha e intenta comprender a su padre, un militar severo y con un historial amoroso velado que cumplió servicio para Gran Bretaña en África y se instaló con su familia en las inmediaciones de Londres tras la Segunda Guerra Mundial. Más adelante, sin que la comprensión le haya revelado demasiado, el hijo se convierte en padre. Y entonces Roland observa, escucha e intenta comprender a su propio hijo, Lawrence, al que debe criar a solas desde que es apenas un bebé, cuando su esposa los abandona sin advertencia.
Entre las múltiples tramas que el inglés Ian McEwan (Aldershot, 1948) narra en Lecciones, esta, la de las muchas curvas sinusoidales de la paternidad a través del tiempo, es la más lograda. “Nunca estarían unidos”, aclara sobre el vínculo entre padre e hijo el fantasmagórico narrador de la novela, que abarca todo lo que un hombre puede aprender y desaprender a lo largo de la vida. “Primero lo conocería menos bien, luego menos aún. Otros conocerían a Lawrence mejor que él, dónde estaba, qué estaba haciendo y diciendo, cada vez más unido a este amigo, luego a esta amante. Pero hasta entonces, su padre lo sabía todo sobre él, dónde estaba en todo momento, en todo lugar. El largo alejamiento, le gustara o no, podía ser la esencia de la paternidad, y desde aquí era imposible concebirlo”.
Lecciones nos presenta a Roland cuando es un treintañero que, en medio de la paranoia desatada por el incidente nuclear de Chernóbil en Ucrania, debe ocuparse de su hijo bebé y responder las preguntas de la policía sobre la desaparición de su esposa. Sin embargo, pronto empiezan a llegar postales firmadas desde Europa: ella está viva, pero la existencia familiar no fue ni será jamás su destino. Algunos años después, alrededor de la caída del Muro de Berlín, mientras el mundo cambia su equilibrio de poder y Roland vive como redactor de tarjetas postales (antes de trabajar como pianista e instructor de tenis), ella misma le dirá que huyó a Alemania para convertirse en escritora. Y llegará a ser tan buena escritora, tan impresionantemente reconocida (“si había una influencia, un espíritu guía oculto entre los pliegues de la prosa, era Nabokov”), que él, a diferencia de Lawrence, casi no le hará reproches.
Al entrelazar la historia reciente de Gran Bretaña con la historia de uno de sus simples ciudadanos, McEwan entrelaza también lo que la literatura llama realismo y naturalismo con lo que las modas llaman biografía y confesión. Y el resultado, tal como el propio Roland piensa al leer las exitosas novelas de la madre de su hijo, es un libro que “abandona los métodos solipsísticos y disociados a favor del realismo personal, social e histórico”. De tal modo, Lecciones es una ambiciosa vuelta de tuerca, tal vez definitiva, para historias, temas y personajes que en novelas tan recientes como La cucaracha (2020, acerca del Brexit y las vicisitudes del nacionalismo británico), Máquinas como yo (2019, acerca del progreso técnico) o La ley del menor y Cáscara de nuez (2014 y 2016, acerca de la potestad del Estado y los padres sobre un hijo), orbitaron por la imaginación de McEwan durante la última década.
Atadas a las huellas inmediatas de su coyuntura, aquellas novelas no eran necesariamente malas. Pero Lecciones, por su contundencia y renovada ambición, las convierte casi en ejercicios de preparación para algo que, reorientado con mucho cuidado hacia la narración clásica de una vida (con las alegrías, los misterios, los errores y las tragedias de cualquier vida), alcanza un tono y una verdad inusuales incluso entre escritores, en teoría, más jóvenes y audaces. Al fin y al cabo, como el narrador de Lecciones sugiere desde las primeras páginas, “el infierno alcanzado por esfuerzos propios es una construcción interesante”.
Lo que en este caso termina de teñirlo todo con la estela oscura de McEwan, aquel sello siniestro que inauguró con Jardín de cemento (1978) y reafirmó en Expiación (2001), es el sexo y el amor en forma de equívocos. A los catorce años, mientras Roland era estudiante en un internado, Miriam Cornell, su profesora de piano, le dio su primer beso, desató sus primeras fantasías sexuales y, justo mientras el mundo estaba pendiente del desenlace del conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética por los misiles en Cuba, se acostó con él. En ese acto, le fue revelada a Roland una nueva dimensión de la vida: la del placer adulto. “Era o bien desternillante o bien trágico que la gente siguiera con sus asuntos rutinarios de la manera convencional cuando sabían que existía esto. Incluso el director, que tenía un hijo y una hija, debía saberlo. Incluso la reina”.
“Quiero que dejes la escuela. Te quiero en mi cama”, le dirá Miriam cuando el idilio secreto se extienda un poco más de lo imaginado al comienzo. Pero, a pesar de lo tentador de la oferta, Roland escapará de ella para continuar con su vida. En qué términos y con qué tipo de consecuencias un chico todavía inexperto escapa de las trampas de una mujer desesperada, y de qué manera lo que la memoria de un hombre recuerda como una aventura voluntaria empieza a proyectarse como un trauma sexual inconcluso, es algo que Lecciones también se ocupa de pensar con atención. Los matrimonios, los trabajos, las frustraciones, los éxitos, los nacimientos y las muertes que integran la vida de un hombre desde el inicio hasta el final se suceden, pero ahí está, para bien y para mal, la sombra de Miriam. “Ese era el daño, el asunto prohibido: la atracción. El recuerdo del amor seguía siendo inseparable del crimen”.
Lecciones
Por Ian McEwan
Anagrama. Trad: Eduardo Iriarte
579 págs., $ 32.500
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