Lecturas: Una épica nómade y sonora del blues
En sus memorias, el gran musicólogo Alan Lomax recuerda sus pioneros viajes para grabar las voces originales del sur de Estados Unidos
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Podría tratarse de un Indiana Jones de la música. Después de todo, él mismo se consideraba un “cazador de canciones”. Arcas musicales que registraba con lo que para ese entonces, los años treinta, era una “moderna” máquina grabadora que permitía registrar voces, música o diálogos en discos de acetato o aluminio. Pesaba tan solo 200 kilos. Alan Lomax (1915-2002) la llevaba de la Texas negra a la Virginia negra o la Arkansas negra. Y sobre todo, a través del cauce del Mississippi. Ese delta, río de canciones que hoy fluye por la música del mundo entero.
"Alan Lomax fue el mayor recopilador de grabaciones de campo de la historia de la música norteamericana"
Así, antes de En el camino de Jack Kerouac y acaso al mismo tiempo que Dorothea Lange, Walker Evans o James Agee fotografiaban y escribían sobre la miseria del sur y mid-west de Estados Unidos y las migajas del New Deal volando en tormentas de polvo, hubo otro viaje por rutas asfaltadas y no tanto. En los mismos vapores gigantescos que describió Mark Twain. En parte a pie, cuando el auto no lo permitía, caminando con ritmo y swing, como en un walking blues. Previo a los viajes de los beatniks, tan seguidores del bebop como de la auténtica música folk, Lomax, un desarrapado, hipster pero culto (licenciado en filosofía y especializado en Nietzsche y los presocráticos) descubrió en el sur profundo una cosmología de canciones, arte y cultura. Su polis: el Delta del Mississipi; ¿su sustancia? el blues.
Etnomusicólogo, productor, periodista y ensayista, Alan Lomax fue el mayor recopilador de grabaciones de campo de la historia de la música norteamericana, aunque su carrera también incluyó cientos de grabaciones en España, Italia y gran parte de Europa oriental. Fue un adelantado de la World Music antes de que existiera la batea en las disquerías. Incluso las argentinas Leda Valladares y María Elena Walsh recurrieron a él en los años cincuenta, en Londres, cuando ya era una eminencia de la música étnica.
La historia del blues, el folk, el gospel, el primigenio rock’n’roll, no hubiese sido lo mismo sin su labor de coleccionista para la Biblioteca del Congreso estadounidense. Y todo ese trabajo descansa, al menos las historias de esas canciones y de sus primeros cancionistas del siglo XX, en La tierra que vio nacer el blues.
Lomax recién publicó el libro en 1993 y llega traducido al castellano para su trigésimo aniversario. En el volumen, el autor relata, casi al final de su vida, la historia de sus exploraciones y hallazgos, que son los de la evolución del blues, el country-folk, el salto del gospel secular al rhythm’n blues o al estilo soul o Motown.
Lomax fue uno de los primeros que comenzó a hacer lo suficiente para que los así llamados Race Records (literalmente, discos de músicos de raza negra, ya que ese entonces había listas de éxito en la radio segregada) cruzaran océanos. Sin él, la música de Cream, The Rolling Stones o The Beatles, hubiera sido muy distinta.
Alan Lomax ayudó a difundir a los músicos de Beale Street, en el Downtown de Memphis, entre los predicadores y músicos de iglesias (como las orgiásticas escenas, saturadas de glam y pasión de la reciente Elvis de Baz Luhrmann). Y a artistas como LeadBelly, Son House (un chofer de tractores), Muddy Waters o pioneros del jazz como Jelly Roll Morton (favorito de Duke Ellington y Charles Mingus). Promovió la obra de Woody Guthrie y Pete Seeger, renovadores modernos del folk y piedras angulares para un compositor como Bob Dylan.
En los primeros capítulos de esta obra inconmensurable acecha la gran tragedia americana, teñida de mitología moderna y de epopeya social. Siguiendo los pasos de Robert Johnson, esa encarnación moderna del pacto fáustico que según el mito le vendió el alma al diablo para dominar el canto y la guitarra del blues, Lomax se encuentra a finales de los años treinta con la madre del músico, que le dice que “el pequeño Robert” murió hacía apenas unos meses. Se había ido demasiado pronto, pero la luz de lo que le dejó al rock naciente sería un legado enorme.
Y es que La tierra que vió nacer el blues, fundamental obra de música popular, relato de aventuras (Lomax debió huir de los tiros de los terratenientes blancos más de una vez y fue encarcelado por anteponer la palabra “Señor” para referirse a un negro), es también un ensayo social. Lomax realiza un cruce fértil entre historia y cultura al registrar en música, letra e imagen (el libro cuenta también con fotos) las relaciones de producción entre el Deep South enloquecido de racismo y la sensibilidad de su música. Compara la potencia narrativa y costumbrista del blues con Shakespeare y Dickens. “El blues de los callejones y los aleluyas espirituales” son para él, afirma, las mejores manifestaciones artísticas estadounidenses. El género, una suerte de flamenco americano, considera, tiene “poco que envidiar a ese arte español en materia de habilidad vocal e instrumental”, es “más fresco, si cabe, en lo tocante al sentimiento y de alcance más amplio”.
La tierra que vio nacer el blues es , en suma, un atlas de la música, incluso –sin hablar de ella– de la más actual. Las canciones de artistas tan disímiles como Taylor Swift, Nick Cave, Tom Waits o Spiritualized se apreciarán mejor leyendo esta obra. El crítico literario y estudioso del jazz, Ted Gioia (un claro ejemplo del legado de Lomax) escribió al comienzo de su también imprescindible Blues: la música del delta del Mississippi: “Ningún presidente de Estados Unidos procedió de la región del Delta. Ningún Secretario de Estado. La aportación de esta región a los campos de la química, la física, economía, la psicología, la sociología y cualquier otra disciplina académica es prácticamente nula… Sin embargo, la música de todo el mundo se ha transformado gracias a las canciones que se han hecho aquí. La influencia del Delta en la banda sonora de nuestra vida es hoy tan omnipresente que resultaría casi imposible calcular su impacto”.
Cuando el astrónomo Carl Sagan decidió que las sondas espaciales Voyager lanzadas en 1977 para estudiar los límites del sistema solar, debían contener música, le encomendó la tarea a Lomax. Este incluyó, entre folklores de todo el mundo, canciones de Chuck Berry, Louis Armstrong y Blind Willie Johnson. El atlas sonoro del especialista, su búsqueda de los orígenes de la música hoy más omnipresente, al fin se había vuelto intergaláctico. El legado del hombre que había grabado el mundo viaja hoy por el espacio.
La tierra que vio nacer el blues
Por Alan Lomax
Kultrum. Trad.: Ana Lima
448 páginas, $ 7550
Blues
Por Ted Gioia
Turner