Lecturas: Shakespeare, misterios de un clásico que sigue inspirando ficciones
“Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito sea el hombre que evite estas piedras, y maldito aquel que remueva mis huesos”. El epitafio de la tumba de William Shakespeare en Stratford-Upon-Avon tal vez no sea más que un lugar común del género escatológico. Se sabe tan poco de la vida del dramaturgo isabelino que algunos, sin embargo, lo tomaron por mensaje: Shakespeare se habría encargado ex profeso de borrar sus pistas y le avisa amenazantemente al futuro que se olvide de él. Las teorías conspirativas, como se ve, vienen de lejos. Ya Henry James se rio de tanta bardolatría en “The Birthplace”, donde echa dudas –como hicieron otros también– sobre la verdadera autoría de las piezas teatrales y le inventa al vate unas cuantas peripecias de infancia.
"Alguna vez Michel Houellebecq sugirió que Shakespeare es el más sobrevalorado de los escritores: buscaba señalar con socarronería que damos su valor por descontado"
El cine sigue explotando la eterna cantera de la obra y la vida de Shakespeare (se puede recordar la reciente All Is True, donde no todo es verdad). También la literatura. En La semilla de la bruja (2016), Margaret Atwood propuso una entretenida reinvención de La tempestad en que el papel del mago Próspero recae en un director defenestrado que, para vengarse, atrae hacia su isla –un presidio correccional– a aquellos burócratas que le arruinaron la carrera. El noruego Jo Nesbø, un conocido autor de policiales, hizo su propio Macbeth en versión distópica. Los dos libros forman parte del Hogarth Shakespeare Project (de la Hogarth Press, la editorial fundada en su momento por Virginia Woolf) que para homenajear al bardo por sus 400 años encargó a distintos autores nuevas versiones de sus obras de siempre.
Alguna vez Michel Houellebecq sugirió que Shakespeare es el más sobrevalorado de los escritores: buscaba señalar con socarronería que damos su valor por descontado. Harold Bloom dejó marcado que la omnipresencia del inglés se debe a que –Montaigne mediante– inventó en la literatura esa interioridad que se asocia desde entonces con lo humano. Entre los dos extremos, surge un personaje que fue real y hoy es ficción.
La novela más notoria con Shakespeare de protagonista es Nothing like the Sun, de Anthony Burgess, un tour de force estilístico que gira alrededor de la razón de ser de sus famosos 154 sonetos. Al autor de La naranja mecánica le gustaba la originalidad: en su versión, los poemas son en realidad una singular obra por encargo.
"Shakespeare, que viene de una familia poco recomendable, no será nunca designado por su nombre en Hamnet"
Borges le dedicó más de un cuento (“Everything and Nothing”, el tardío y memorable “La memoria de Shakespeare”). En Ulises, la novela de vanguardia de James Joyce, en el episodio en la Biblioteca de Dublín conocido como Escila y Caribdis, hay una larga discusión entre varios personajes sobre Hamlet. Stephan Dedalus sugiere que Shakespeare se identificaba con el padre fantasmal y no con el hijo del título. También hay alguna alusión a una supuesta infidelidad de su mujer, Anne Hathaway. Solo un irlandés sarcástico como Joyce, que apuntaba al corazón de la lengua del colonizador, podía atribuirle al máximo símbolo inglés una hipotética condición de cornudo.
Maggie O’Farrell (Coleraine, 1972) también es irlandesa, aunque del norte. Tal vez no resulte casualidad que su acercamiento a la figura de Shakespeare y de Anne Hathaway sea, en comparación a Joyce, un acto reparador deliberado. Hamnet –que fue considerado en 2020 uno de los libros del año en el hemisferio norte y ve la luz ahora en castellano– toma como eje la vida del escritor, pero dejándolo en las sombras. Hamnet –gemelo de Judith, los vástagos que le siguieron a la primogénita Susanna–, el hijo de Shakespeare muerto a los 11 años por razones inciertas, se lleva el título. O’Farrell adopta la versión más difundida: que habría sido víctima de la peste, lo cual le da a su novela –y a la tragedia– un inesperado toque de actualidad.
La muerte de Hamnet es el núcleo trágico –y su decisión de que es él el que debe morir y no su hermana Judith, una instancia casi shakespereana–, pero la centralidad, el verdadero protagonismo del libro corresponde a Anne Hathaway, rebautizada aquí como Agnes (porque así la nombra el padre en el testamento), la mujer ocho años mayor que Shakepeare, con la que este, a sus 18, se habría visto obligado a casarse tras dejarla embarazada. Agnes es, en manos de O’Farrell, una heroína histórica adecuada a estos tiempos: hija de un granjero y “una mujer del bosque”, tiene fama de excéntrica. Deja su casa presionada por la madrastra a la muerte del padre y después de entrar en relaciones con “el preceptor de latín”. Joven o ya exitoso en Londres, Shakespeare, que viene de una familia poco recomendable, no será nunca designado en la novela por su nombre. La mayoría de las veces, ya alejado de Stratford, será simplemente “el marido”.
Ese retrato en escorzo, más que en negativo, permite, claro está, adentrarse en los días y cotidianidad de esa mujer de “sangre montaraz” que se dedica a las plantas, a los filtros, a los animales, que es capaz de predecir cosas y se tiene por promotora de haber enviado a su marido a Londres, con la esperanza (que pronto se revelará imposible) de trasladarse con los hijos a la capital alguna vez.
O’Farrell rompe la cronología y avanza en paralelo por más de un etapa, siguiendo el viejo ejemplo de las novelas de Aldous Huxley. Su estilo no hace hincapié en la lengua de la época (o al menos no lo demuestra la traducción, por mucho que abuse de incómodos verbos castizos). La distancia entre los cónyuges, que tanto intriga a los especialistas en Shakespeare, encuentra en la novela una explicación razonable, en la que no falta un estoico romanticismo.
Morosa y material en sus descripciones, feminista sin estridencias, Hamnet tiene un inesperado sprint final con la visita impulsiva que Agnes hace a Londres para inquirir porqué su marido se atrevió a usar en una tragedia el nombre (o casi) del hijo muerto. Allí se encuentra con el recoleto cuarto de Shakespeare vacío. Al ver la obra como espectadora reconoce en el fantasma del padre (y no en Hamlet) la descripción de ese veneno que le inundó a su hijo el cuerpo “como el mercurio”. Es –más cerca de la crítica que de la ficción– otra interpretación, en clave íntima, de un clásico enigmático que sigue desconcertando a propios y extraños.
Hamnet
Por Maggie O’Farrell
Libros del Asteroide. Trad.: Concha Cardeñosa
346 páginas/$ 1395
La semilla de la bruja
Por Margaret Atwood
Lumen. Trad.: M. Tempranillo
380 páginas / $ 1699