Lecturas: Rebecca Solnit, una mirada feminista
Divulgadora del término Mansplaining, la periodista estadounidense recupera el pulso de su trayectoria intelectual en sus memorias y otros ensayos
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Sobreviviente. Difícil vincular a la autora de los elegantes ensayos de Una guía sobre el arte de perderse con este calificativo. Sin embargo, así es como se define a sí misma Rebecca Solnit (Connecticut, 1961) hacia el final de Recuerdos de mi inexistencia, las memorias en que recupera el pulso más íntimo de su trayectoria intelectual.
En su abundante obra ensayística la escritora y periodista estadounidense siempre abordó temáticas ligadas al arte contemporáneo, la literatura, el activismo medioambiental, los cambios sociales y culturales ocurridos a partir de los años noventa. En 2008, tras la publicación del artículo “Los hombres me explican cosas”, Solnit se hizo mucho más conocida, ahora abiertamente identificada con el feminismo y con un término, el mansplaining, que no acuñó ella, pero que su trabajo contribuyó a forjar.
“Todos mis textos anteriores habían tratado de temas que elegía y abordaba de manera deliberada, pero el feminismo me eligió a mí, o bien fue un hecho del que no pude sustraerme”, escribe la escritora, nacida en la costa Este, pero criada en San Francisco.
En este sentido, podría decirse que Recuerdos de mi inexistencia se organiza a partir de un objeto y de una frase. El objeto es un escritorio: el mueble sobre el cual Solnit desarrolló toda su obra, obsequio de una amiga que casi pierde la vida en un episodio de violencia de género, y cuya imagen inaugura el libro. La frase tiene que ver con Los hombres me explican cosas –convertido finalmente en libro influyente– y dice: “La credibilidad es una herramienta básica de supervivencia”. La autora señala que aunque le llevó años ponerlo en esos términos, el concepto impregnó, quizá de manera intuitiva, buena parte de su adolescencia y juventud. Solnit apenas dedica unas líneas al hecho de haberse criado en un hogar dominado por la violencia. En lo que sí se sumerge en detalle es en su vida a partir de los 17 años, momento en que abandona la vivienda familiar y decide mantenerse por sí sola.
El acoso y las agresiones callejeras no son broma cuando se tiene esa edad y no hay adultos que esperen en casa. Mucho menos cuando quien los padece es una chica despierta, que lee los diarios en una clave más analítica de lo habitual, y detecta en la proliferación de noticias sobre violaciones y cuerpos femeninos mutilados o hallados muertos en las más truculentas circunstancias un patrón demasiado abrumador. “Epidemia” se dijo a sí misma una jovencísima Solnit que ya conocía el miedo a ser violentada y sabía de la particular mudez de quienes no gozan de legitimidad automática. “Epidemia”, insiste la Solnit actual, que se pregunta por la involuntaria pedagogía de tantas películas y novelas que nutrieron su adolescencia, obras cumbre en lo suyo, donde los personajes femeninos o bien no existían o bien lo hacían solo en función de ser musa, víctima o presa.
Lo que en un comienzo le significó el punk –ese grito airado de personas muy frágiles– o la música de John Cale, luego se transformó en trayectoria universitaria, una investigación sobre Wallace Berman y la vanguardia artística que lo rodeó en la California de los años cincuenta, la vinculación con el mundo del arte contemporáneo, el ejercicio del periodismo a través de reseñas y críticas. En la aproximación al activismo gay, las disputas raciales y las reivindicaciones ambientalistas e indígenas fue encontrando claves para pensar en lo “inaudible” del discurso de quienes pertenecen a ciertas minorías o dicen aquello que el sentido común de una época todavía no incorporó. La obra del escritor afroamericano James Baldwin (y lo que significaba leerla siendo mujer, joven, blanca y habitante de uno de los barrios más pobres de San Francisco, es decir, un barrio negro) es otro elemento basal en la aguda mirada de Solnit.
Autora particularmente interesada en los márgenes, esos territorios donde “la autoridad declina y las ortodoxias se debilitan”, Solnit fue testigo de cómo, en su ciudad, posturas que en la segunda mitad del siglo XX apenas pululaban por los bordes de lo social, hoy forman parte del debate y la conversación pública. Un desplazamiento de las periferias al centro que se lleva bien con la textura fronteriza de su escritura, atenta a las huellas que dejan esos movimientos: aperturas, cierres, derrumbes y reconstrucciones que se van sucediendo en el palimpsesto de toda cultura. “A menudo busco las formas que se manifiestan en amplias zonas del espacio, del tiempo, de la cultura o de las categorías –describe–. El arte de distinguir constelaciones en el firmamento nocturno se ha presentado una y otra vez como metáfora de esa labor”.
Walter Benjamin y su rescate del flâneur es, entonces, un destello, lejano pero decisivo, en un ensayo sobre la posibilidad de extraviarse (“Una guía sobre el arte de perderse”, incluido en el libro del mismo título) y “dejar abierta la puerta a lo desconocido” en la límpida inmensidad del Mojave. O la obra del fotógrafo Peter Hujar, fallecido de VIH en 1986, puede ser el impulso para una reflexión sobre las ruinas urbanas y el apocalipsis que susurran las “nuevas formas de vida basadas en el silicio”.
Con delicadeza, Solnit entreteje observaciones, teoría, argumentos largamente meditados a la luz de la historia del arte, la política, el entorno que la rodea. Pero no olvida nunca la mirada crítica. Si, en la estela de Baldwin, considera que “es la inocencia lo que constituye el crimen”, es porque piensa que tras las brutalidades de la historia hay más ignorancia que otra cosa. Escribir, ya sea sobre las derivas de un paseo entre secuoyas o sobre los insidiosos mecanismos que por siglos silenciaron a enormes franjas de la población, es un modo de contrarrestar esa ignorancia. No como ejercicio erudito sino como el foco de luz que ilumina una periferia en sombras que merece ser vista.
Recuerdos de mi inexistencia
Por Rebecca Solnit
Lumen. Trad.: Antonia Martín
284 páginas, $ 1699
Una guía sobre el arte de perderse
Por Rebecca Solnit
Fiordo. Trad.: Clara Ministral
185 páginas, $ 1300