Lecturas: Por qué siempre se vuelve a Spinoza
Aunque vivió en el lejano siglo XVII, las ideas del filósofo holandés bullen de actualidad en la creciente bibliografía sobre su obra, pero también inspiran a múltiples movimientos en distintos puntos del planeta
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En ocasiones, cuando se afirma la vigencia de un autor, se alude al hecho de que sus libros continúan editándose, generando bibliografía de especialistas y comentadores. Si bien esto puede aplicarse cabalmente a Baruch Spinoza (1632-1677) –ya que a casi tres siglos y medio de su muerte sus libros no faltan en los anaqueles de las librerías de todo el mundo y los congresos y producciones académicas consagrados a su figura no dejan de tener lugar– en su vigencia hay algo más. Es que su pensamiento no solo se discute en los claustros, en talleres informales o en foros en las redes sociales sino que, además, su filosofía alimenta las acciones, entre otros, de centros de estudiantes, asambleas de trabajadores y movimientos sociales en distintos puntos del planeta.
La presencia de Spinoza en las calles no es novedosa. El Mayo de 1968 en París fue un claro exponente de ello. Así lo pone de manifiesto Antonio Negri (Padua, 1933) en su último libro Spinoza ayer y hoy en el que, realzando el lugar que la “filosofía del deseo” tuvo por aquellos años, muestra cómo gran parte de los conceptos del filósofo Gilles Deleuze que movilizaron a los jóvenes se nutría del pensamiento de Spinoza. En momentos en los que el estructuralismo y el marxismo se desgastaban en sus propias encrucijadas urgía encontrar nuevas herramientas para pensar y transformar la sociedad. En su Spinoza y el problema de la expresión –tesis doctoral publicada en 1968 y, afortunadamente, reeditada recientemente en nuestra lengua por la editorial Isla Desierta– afirma Deleuze: “La mayor parte de los hombres, la mayor parte del tiempo, permanecen fijados a las pasiones tristes, que los separan de su esencia y la reducen al estado de abstracción. La vía de la salvación es la misma de la expresión: devenir expresivo, es decir, devenir activo”.
Si, siguiendo a Spinoza, dejamos atrás el París de mediados del siglo XX y nos ubicamos en nuestra actualidad –algo que ya en los libros mencionados en cierto modo estaba sucediendo, puesto que el libro de Negri cuenta con un importante prólogo de Diego Sztulwark, y la nueva traducción del de Deleuze fue realizada por Diego Abadi, ambos egresados de la UBA e investigadores en diversas universidades nacionales– veremos que la vitalidad de su pensamiento se encuentra plenamente representada también en la colección Derivas Spinozistas dirigida por María Jimena Solé, Doctora en Filosofía por la UBA e investigadora del Conicet, una de las mayores especialistas de habla hispana en la obra del filósofo.
De los cuatro libros publicados hasta el momento en esa colección, nos detendremos aquí en dos. En el primero de ellos, La destinación humana en Spinoza, Natalia Sabater (Buenos Aires, 1989) recorre los principales libros de Spinoza en busca de elementos que le permitan plantear una destinación humana entendida no como un derrotero forzoso que lleve a alcanzar un fin preestablecido de antemano por una divinidad trascendente, sino como realización plena de posibilidades inmanentes (es decir, en un único plano de la realidad, por oposición al “más allá” de una hipotética trascendencia) que harían que un ser finito y limitado como el humano pudiera experimentar la felicidad. Como explica Sabater, ese camino se recorre mejor en compañía de otros, y la felicidad singular es más realizable si se generalizan las condiciones para que el mayor número de personas pueda alcanzarla. De ahí la importancia que Spinoza otorgaba a la democracia. La finalidad del Estado democrático –sostiene la autora– es “crear las condiciones para el incremento de la libertad y el alcance de la virtud. En el marco de una sociedad que respete ese propósito, la realización del destino se presenta como posible para un mayor número de individuos, porque se vincula estrechamente con el objetivo de un orden político virtuoso”.
Más allá de la tesis que oficia de hilo conductor, la envidiable claridad con que la autora expone y articula los principales conceptos de Spinoza, hacen de este libro un inmejorable complemento para quienes se estén iniciando en la lectura del filósofo.
El libro Mujeres: resignificación, resistencia y alianzas, de Claudia Aguilar (Buenos Aires, 1988), se inicia asumiendo que la mayor dificultad a la hora de plantear una lectura feminista de Spinoza, son sus propias palabras. Particularmente, el pasaje final del Tratado Político, en el que la descalificación que el filósofo hace de las mujeres es indisimulable. Luego de analizar críticamente distintas alternativas propuestas por otras especialistas, Aguilar decide encarar el problema confrontando a Spinoza consigo mismo y llega a la conclusión de que en aquel pasaje “Spinoza se vuelve profundamente antispinozista”. Una vez despejado este obstáculo, la autora se concentra en el concepto “mujer”, señalando que no se trata de postular un universal abstracto ni una esencia inmutable, sino de “repensar la categoría ‘mujeres’ entendida como la conformación de un individuo ‘colectivo’ en el contexto de la inmanencia, sin ninguna esencia universal, que al conformarse a partir de la acción aumenta las potencias sin anular las diferencias singulares de quienes lo conforman”. Esto permite, en principio, que cada mujer pueda alcanzar un mayor grado de protección y de seguridad vital y jurídico al cobrar conciencia de que no está sola en sus luchas contra la violencia de género o contra los avasallamientos que pudiera padecer en relación con su cuerpo o sus ideas. Pero, además –y, fundamentalmente– el hecho de formar parte de este individuo colectivo, abre cauce a una experiencia de la libertad, de la alegría, de la beatitud que solo la potencia de la multitud consigue generar.
De Ámsterdam a Buenos Aires (haciendo escala en París), del siglo XVII al XXI, el pensamiento de Spinoza no ha dejado de proliferar. Quizá, como imaginó Borges, su universo conceptual se haya esbozado en su taller de pulidor de lentes. Pero lo cierto es que prosiguió abriéndose camino en las aulas, en las calles, multiplicando a cada paso su vitalidad. Si en la penumbra el filósofo labraba a Dios, hoy queda claro que ese Dios no era un ser trascendente, sino un Dios inmanente, que se expresa en la potencia comunitaria del encuentro.
La destinación humana en Spinoza
Por Natalia Sabater
Ragif
152 páginas/ $ 700
Spinoza ayer y hoy
Por Toni Negri
Cactus
Trad.: Emilio Sadier
320 págs./ $1750