Lecturas: Pensar la era de la gran transición
Diversos ensayos recientes analizan con original mirada crítica estos tiempos signados por la tecnología y la abundancia informativa, en que reinan la desmesura y la confusión
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La reflexión sobre las nuevas tecnologías no cesa ni cierra. Pero algunos consensos surgen. Dos certezas que se van instalando son: que estamos ante una nueva era y que estamos en transición. Un momento de pasaje, con mucha confusión y algo de salvajismo, entre la euforia, la desmesura y el pánico.
De las apuestas teóricas recientes, destaca la de Flavia Costa, investigadora de Conicet y profesora de la UBA, una de las fundadoras de la revista Artefacto. Pensamientos sobre la técnica. En su libro Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y otras formas de vida, da un nombre propio a la nueva era, apoyándose en una tradición que incluye al filósofo alemán Peter Sloterdijk y en discusión con miradas ya instaladas, como la de Antropoceno, que apunta al alcance geológico de la transformación que estamos realizando en la biósfera, y Capitaloceno, que responsabiliza específicamente al sistema económico-político por ese impacto.
“Podríamos llamarnos ‘utopistas invertidos’: mientras que los utopistas corrientes son incapaces de producir realmente lo que pueden imaginar, nosotros somos incapaces de imaginar lo que realmente estamos produciendo”. El epígrafe de Günther Anders, de 1959, con que Costa abre su libro, le permite introducir su punto: las dificultades que tenemos para entender lo que está pasando.
La “gran transformación epocal”, como califica Costa este momento, es el momento en que “mediante la puesta en marcha de tecnologías de alta complejidad y altísimo riesgo, dejamos huellas en el mundo que exponen no solo a las poblaciones de hoy, sino a las generaciones futuras, de nuestra especie y de otras especies, en los próximos milenios”.
Como en la paradoja de Anders, la referencia emblemática es la tecnología atómica y los accidentes sistémicos inevitables: “normales”, como los llama el sociólogo norteamericano Charles Perrow. Pero Costa está pensando en los nuevos medios y la biología: el Tecnoceno “en su fase informacional”. La comparación da escalofríos.
Costa ofrece un panorama actualizado del presente: desde relatos sobre los grandes proyectos cyber hasta estimaciones sobre la concentración de la riqueza, pasando por explicaciones sobre genética y evolución. Y minuciosas disquisiciones sobre cuántos datos se están acumulando.
Con la atención también puesta en el encuentro entre lo artificial y lo natural, el filósofo franco-argentino Miguel Benasayag, doctor en Psicopatología de la Universidad París VII, propone en La singularidad de lo vivo (Red Editorial) una crítica a las miradas poshumanistas, que hablan de continuidad, hasta superación, entre lo humano y lo informacional, propuestas que considera entre ingenuas y deliberadamente engañosas.
Sobre las anécdotas que comparan la inteligencia humana con la computacional a partir de contiendas como juegos de ajedrez o, más recientemente, de go, corrige: las computadoras no pueden ganar porque no juegan. " ‘Jugar’ implica una dimensión de significación inaccesible a la máquina”, explica. El juego es una actividad de exploración vinculada a los ritmos y las formas de la vida, un modo de comprensión desvinculado de la acción efectiva. No se trata del resultado de la partida, sino de la índole de la actividad, responde Benasayag a quienes alimentan la confusión.
Rechazando el dualismo, postula tres modos de existencia: el de los seres vivos, que llama “campo biológico”; los “agregados”, que son combinaciones de seres biológicos y materia inerte, como herramientas; y los “mixtos”, que tienen características de ambos. En este último nivel, en el “conjunto de los mixtos”, ocurren la cultura y los dispositivos informacionales. Son entes que “funcionan sin consciencia ni intencionalidad pero dentro de una autonomía que, ciertamente, se revela, a veces, aterradora”.
Guiseppe Longo, matemático y epistemólogo italiano de la École Normale Supérieure de París, escribe un posfacio exegético, donde exhibe el propósito tácito de las indagaciones de Benasayag: evitar la dislocación de lo humano y lograr que, de algún modo, las máquinas se subordinen a “nuestra humanidad”.
Con un énfasis ligeramente desplazado, el filósofo coreano-germano Byung-Chul Han presenta en No-cosas. Quiebras del mundo de hoy, una perspectiva sobre nuestra experiencia en el presente informático que logra ser comprehensiva a la vez que sintética. También lo hace en el flamante Infocracia, donde –además de volver a demostrar su talento para acuñar nombres claros y directos para sus conceptos, como en el título– se centra en la digitalización, “el régimen de la información”, las fake news y los discursos de odio, entre otros temas. Su escritura tiene algo de poético y de profético, como hecha de sentencias más que de observaciones y argumentos.
Han también enfatiza el carácter de pasaje de este momento: “Hoy nos encontramos en la transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas”, señala. Una suerte de volatilización de la experiencia. “Es la información, no las cosas, la que determina el mundo en que vivimos. Ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube. El mundo se torna cada vez más intangible, nublado y espectral”, contrasta.
Una de sus inquietudes, como en Costa, es la proliferación de la información, y su impacto en nuestra subjetividad y las sociedades. De lo mucho a lo demasiado: “La información por sí sola no ilumina el mundo. Incluso puede oscurecerlo. A partir de cierto punto, la información no es informativa, sino deformativa. Hace tiempo que este punto crítico se ha sobrepasado”, comenta. Habla de “caos informativo” y de una etapa en que la eficacia ha sustituido a la verdad.
El trabajo de Pablo J. Boczkowski, profesor de comunicación en la Universidad Northwestern, de Estados Unidos, y en la de San Andrés, complementa estas disquisiciones con una indagación detallada, de carácter etnográfico. En Abundancia. La experiencia de vivir en un mundo pleno de información (publicado originalmente por Oxford University Press y aquí por Unsam edita), estudia los consumos culturales de los argentinos entre tres pantallas: el televisor, la computadora y el smartphone.
Tras analizar numerosas encuestas y entrevistas, realizadas por un amplio equipo de investigadores que coordinó, Boczkowski relee “El libro de arena”, el cuento de Borges sobre un volumen infinito, para concluir: “Desde el punto de vista de los entrevistados, la experiencia de la abundancia informativa parecía estar hecha de arena, no de silicio: material pero informe, maleable pero difícil de comprender por su vastedad.” Destaca también la sensación de vivir “en un momento de transición, en que el pasado quedó atrás y el futuro todavía no está en el horizonte”.
Todas obras valiosas, sagaces, urgentes, que ofrecen líneas de abordaje teóricas y subjetivas. Y que no encubren el desconcierto.
Infocracia
Por Byung-Chul Han
Taurus. Trad.: Jaoquín Chamorro Mielke
104 págs./ $1499
Tecnoceno
Por Flavia Costa
Taurus
192 páginas, $1999