Lecturas: La microhistoria, en manos de uno de sus maestros
En La letra mata, Carlo Ginzburg, el famoso autor de El queso y los gusanos, aplica su método de lectura del pasado en artículos que van de Montaigne a una reveladora frase del papa Francisco
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La letra mata, como el historiador italiano Carlo Ginzburg (Turín, 1939) destaca en el prefacio a esta nueva recopilación de ensayos escritos durante las últimas dos décadas, que sorprende por su variedad de temas. Pero la destreza de Ginzburg para escribir sobre casi cualquier capítulo de la historia (y sobre las ideas que vibran a su ritmo) no es lo verdaderamente sorprendente. Al fin y al cabo, se trata del autor de libros inevitables para la historiografía contemporánea como El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI.
Lo admirable, en realidad, es la inalterable capacidad de Ginzburg para sostener el entusiasmo del lector por cuestiones tan particulares como el concepto y la práctica de la microhistoria. Y por los numerosos “experimentos mentales” que este método permite a los investigadores para que, a partir del análisis minucioso de un único caso, a veces fuera de la serie histórica habitual, se revelen hipótesis de una escala mayor.
El punto, subraya Ginzburg en La letra mata, es que “microhistoria y macrohistoria, análisis minucioso y perspectiva global, no se excluyen mutuamente, al contrario, se refuerzan mutuamente”. En consecuencia, quien pretenda auscultar el significado profundo del pasado y entrar en contacto con sus verdades solo con los documentos, los testimonios y las corrientes de pensamiento oficiales, no tardará en descubrir que, como Pablo de Tarso escribe en su segunda epístola a los corintios, “la letra mata y el espíritu da vida”. Mediante estos ejercicios de vivificación del tiempo y su sentido, por lo tanto, Ginzburg explora en esta oportunidad asuntos como, por ejemplo, el criptojudaísmo de Michel de Montaigne, el padre del ensayo moderno.
No es desconocido que la fecha en que Montaigne selló la primera edición de sus Ensayos en 1580 coincide con la fiesta judía de Purim, una celebración con la particularidad del uso de disfraces. Pero la identidad intelectual judía de Montaigne, escondida por una conversión forzada, emerge con mayor precisión todavía en la sutil mención que hace en su célebre “Apología de Raymond Sebond” a las doctrinas que catalogan de soberbia y absurda la encarnación de Dios en forma humana.
“Que quede claro, no se trata de la identidad de Montaigne: marrano, o medio judío, o ninguna de las dos cosas”, anota Ginzburg, que le asigna a la idea misma de identidad, hoy tan sensible para la política, un “valor analítico nulo”. De lo que se trata es de si la “Apología de Raymond Sebond” encierra un “significado oculto” ligado al enmascaramiento del judaísmo de Montaigne.
Mediante saltos a través de cuestiones tan disímiles como la formación literaria de San Agustín, el recuerdo del historiador Arnaldo Momigliano, las aventuras de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales o el pensamiento de Maquiavelo y Miguel Ángel, La letra mata aterriza, también, sobre asuntos actuales como la afirmación del papa Francisco acerca de que “no existe un Dios católico”, sino que solo “existe Dios”.
Es entonces cuando, al estilo de un refinado detective intelectual, Ginzburg demuestra que alrededor de esta llamativa aseveración del Papa reluce una sólida (pero muy debatida, al punto tal que contribuyó a la supresión de la orden entre 1773 y 1814) línea de pensamiento jesuita que se remonta a la época de las misiones en Asia, África y América. ¿Acaso no es la inexistencia de “un Dios católico”, tal como argumenta Bergoglio, la manera en que el acomodamiento (o “accommodatio”) de la doctrina cristiana a las conveniencias de las misiones jesuíticas se ha realizado durante mucho tiempo con el objetivo de reconciliar a todos los hombres con Dios y su creación? “A lo largo de los siglos, la estrategia misionera de la Compañía de Jesús ha sido interpretada, favorable u hostilmente, como una ‘síntesis feliz’ entre el Evangelio y la cultura de otros pueblos, o como una trayectoria hacia la religión natural (o incluso la secularización)”, escribe Ginzburg.
Por supuesto, esto sería imposible sin lo que el historiador llama “el gesto más antiguo de la historia intelectual del género humano: el del cazador hincado en el barro, que indaga las huellas de su presa”. Y esta es una de las ideas de Mitos, emblemas e indicios, el libro en el que Ginzburg desarrolla su teoría de la investigación histórica a partir del examen de detalles casi marginales (testimoniales, caligráficos, documentales) comparables a “los hilos de una alfombra”. Siguiendo el mismo método que inspiró al psicoanálisis de Sigmund Freud, ¿no son estos pequeños “gestos inconscientes” los que quizá revelan el verdadero carácter de la historia más que cualquier comportamiento calculado?
Por su parte, a la hora de indagar, por ejemplo, los juicios medievales por brujería, es a través de este método indiciario aplicado a ciertos casos puntuales como Ginzburg distingue mejor que muchos de sus colegas la diferencia entre la “brujería popular” en la que, por un lado, creían muchos de los acusados por los tribunales eclesiásticos y, por otro lado, la “brujería culta” en la que creían los autores de los tratados de demonología. El resultado de estos trabajos puede leerse en Brujería y cultos agrarios entre los siglos XVI y XVII.
Es esta indagación semiótica en forma de síntomas, signos e indicios lo que le permite a Ginzburg encontrar la clave de su particular forma de entender la historia, también, a través de un pasaje de Marcel Proust en En búsqueda del tiempo perdido: “Los ingenuos imaginan que las vastas dimensiones de los fenómenos sociales son una ocasión óptima para penetrar más a fondo en el alma humana: deberían comprender que solo descendiendo profundamente en el interior de un individuo tenemos alguna posibilidad de comprender la naturaleza de esos fenómenos”.
No obstante, tanto para Carlo Ginzburg como para Proust, el atajo no es la empatía ni la inmersión crédula en el alma de aquel otro, sino la tensión entre la interioridad y la época. En suma, aquello que permite que los individuos vivan no dentro de su propia mente, sino en la verdad de su tiempo.
La letra mata
Por Carlo Ginzburg
FCE.
Trad.: R. Gaune Corradi
369 páginas, $ 32.000
Mitos, emblemas e indicios
Por Carlo Ginzburg
Prometeo
Trad.: V. Trentini, M. Padró y R. Lavalle
270 páginas, $ 23.000