Lecturas: La tentación de inspirarse en los clásicos eternos
La reedición de una novela de Jane Smiley que adapta la trama de El rey Lear a los Estados Unidos y la premiada Vladimir, de la argentina Leticia Martin, son algunos ejemplos de esa tendencia con historia
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Los clásicos nunca están demasiado lejos. No importa si fueron escritos siglos atrás o del otro lado del mundo: sus mitos, personajes y lenguaje logran superar esas distancias y tocar aspectos de la condición humana que siguen interpelando a los lectores. Esa es la naturaleza, de hecho, de un verdadero clásico. Así y todo, la tentación de reescribirlos es una constante del último siglo. Basta mencionar a James Joyce, el irlandés que hace de cada capítulo de la Odisea una hora en el día de Leopold Bloom, en Ulises. La reescritura de un clásico no es una novedad; sin embargo, en los últimos años una serie de autores de geografías distantes se las ingeniaron para reinterpretarlos. Son libros que traen el dilema de esas obras del pasado a las cuestiones de la actualidad. ¿De qué modo el rey Lear que creó Shakespeare pondría en cuestión hoy los límites del poder, del amor y de la locura? ¿Cómo las relaciones tormentosas de dos incomprendidos como Katherine y Heathcliff en Cumbres borrascosas podría encarnar en el Japón gótico de posguerra? ¿Sería posible que la historia de Lolita fuera protagonizada, en vez de por Humbert Humbert en el papel de pervertidor, por una mujer adulta con un deseo sin límites?
Ya desde el planteo inicial de Herederás tu tierra, la escritora estadounidense Jane Smiley (Los Ángeles, 1949) propone una nueva manera de ver la tragedia El rey Lear. El clan de los Clark reina en las tierras prósperas del condado de Zebulon, en Iowa, hasta que Larry decide dividirlas entre sus tres hijas. Al igual que Lear, Larry les plantea el proyecto a sus descendientes, y la menor pone objeciones. Larry no tiene vueltas: la excluye de la herencia. Solo que a partir de este momento, el patriarca empieza a tener un comportamiento raro, se pelea con las mayores, y ellas empiezan, de a poco, a cuestionarlo. La narradora es la hija mayor, Ginny, una mujer dócil que acató los mandatos de su padre, y poco a poco, va a descubrir que puede actuar de otra manera. No tiene hijos, aunque lo intentó muchas veces; la acecha el fantasma de la infertilidad y del sometimiento a una forma de vida que no buscó.
Todo lo que en la tragedia shakesperiana es la locura desencadenada por el desamor de las hijas en la novela de Smiley –que viene de reeditarse con una nueva traducción– cambia de signo. Ya no son ellas las que provocan las actitudes del padre, sino las destinatarias de su crueldad. La historia despliega así el proceso de transformación de las hermanas, que al principio viven con naturalidad la violencia y el poder ilimitado al que son sometidas, y a medida que crece la demencia paterna, descubren otro modo de entenderlo.
Con una estrategia diferente, la escritora japonesa Minae Mizumura (Tokio, 1951) toma como premisa Cumbres borrascosas, la celebrada novela de Emily Brontë, y escribe Una novela real –fue publicada en su momento por Adriana Hidalgo– , la historia del multimillonario Taro Azuma, que de un momento a otro se desvanece de la faz de la tierra. En un juego de narradores que se parece a las cajas chinas, Mizumura rastrea lo que sucedió con ese personaje. La historia de su vida se vuelve signo de la transformación de Japón luego de la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, la escritura despliega una serie de recursos narrativos que vuelven la novela una obra maestra. No solo logra encarnar el amor de los protagonistas de la novela de Brontë en los jóvenes Taro y Yoko, sino que además encarna en el Japón de posguerra todos los elementos del gótico de la novela inglesa, con un escenario brumoso en el que el pasado se vuelve un habitante activo en la vida de los personajes.
A ellas se suma ahora la ganadora del reciente Premio Lumen de novela, la argentina Leticia Martin (Buenos Aires, 1975) que narra en Vladimir la historia de Guinea, una mujer adulta que primero pierde su trabajo en una universidad de Estados Unidos por un amorío con un estudiante, y luego se adentra en los laberintos del deseo ilimitado por Vladimir, un adolescente que tiene apenas una pelusa como bigote. En este caso, el contexto de una Buenos Aires distópica colabora con cierta sensación de fin de una época.
Las frases de Guinea, que narra en primera persona su historia, son tajantes, no tienen contemplación ni remordimiento; siente sobre sí un deseo abrasador que la impulsa a actuar. De un modo muy singular, el libro de Martin plantea el mismo dilema moral –de manera menos intrincada y literariamente lujosa– que Lolita, la novela de Vladimir Nabokov, y así ilumina de modo oscuro la trama.
Claro que no son las únicas obras que reescribieron clásicos. Jean Rhys retomó Jane Eyre en su Ancho mar de los sargazos (1966) y también la autora portuguesa Agustina Bessa-Luis se basó en Madame Bovary, de Gustave Flaubert para escribir su célebre Valle Abraham, recientemente traducido, un retrato de la burguesía portuguesa del siglo XX. Claro está: también Jorge Luis Borges hizo de la reescritura una estética, como lo muestra “Pierre Menard, autor del Quijote”, que replantea el lugar que tiene la obra, el autor y el lector dentro de la literatura.
Aunque todas las narraciones mencionadas responden a tradiciones y géneros diversos, tienen un rasgo en común: ninguna de ellas es un mero traslado de la historia original al presente. Al contrario, son escrituras que captan el espíritu de la obra que las inspira, alcanzan la fibra que las volvió un clásico, y con ese hilo tejen los modos de entender el amor, la locura, los mandatos sociales, la identidad y la moral contemporáneas. Es un modo de escribir capaz de revitalizar la conversación que arman los libros y la vida.
Heredarás la tierra
Por Jane Smiley
Sexto Piso. Trad.: Inga Pellisa
470 páginas, $ 18.100
Vladimir
Por Leticia Martin
Lumen
172 páginas / $ 6999