Lecturas: La rebelión de las masas en la era de las redes
Dos especialistas analizan el papel que cumple Internet en la crisis de legitimidad que acosa a las sociedades democráticas
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Michel Houellebecq, el escritor francés que suele arremeter contra las sociedades del confort, ha señalado que, considerando los valores vigentes, en los países mejor posicionados “no estamos ante nada para entonar aleluyas”. En gran medida, es un espíritu semejante el que une, en torno a una pregunta común sobre el presente político y tecnológico mundial, a voces tan distintas como la del autor de La rebelión del público, Martin Gurri (La Habana, 1949), un veterano analista de información al servicio de la CIA especializado en geopolítica y medios, y la del autor de Tristes por diseño, Geert Lovink (Ámsterdam, 1959), un académico holandés dedicado a la crítica de internet.
“El fracaso de los gobiernos democráticos en la consecución de la igualdad, la justicia social, el pleno empleo, el crecimiento económico, los departamentos baratos, la felicidad y una vida con sentido ha llevado al público al borde del rechazo de la democracia representativa tal como se practica en la actualidad”, escribe Gurri. Crudo y sin vueltas, su diagnóstico se completa al observar la manera en que la política tradicional, además, esconde su crisis a sí misma y a los ciudadanos. ¿Cómo? “A través de un estéril ida y vuelta de negaciones” ante el cual reaccionan las masas, invadidas por los efectos acumulativos de la frustración y el resentimiento, y necesitadas de un fuerte y a la vez confuso deseo de reivindicación.
Las masas actuales, sin embargo, ya no son tan fácilmente definibles como “pueblo” o “comunidad”. Por tal motivo, reaccionan contra la autoridad de las “élites” políticas al amparo de las formas atomizadas, aceleradas y erráticas de la expresión digital. Las redes sociales, en consecuencia, son las que convierten a este flujo social creciente de decepción en un “público” que, conectado a internet, hierve sin pausa en el caldo de la sospecha y el individualismo mientras somete a los mecanismos de la democracia moderna a la desconfianza y la pérdida de legitimidad. “Castigados tanto si avanzan como si retroceden, los gobiernos han agonizado en un bucle interminable de fracasos, reales y percibidos, a muchos niveles, en todas partes”, explica el autor.
Se trate de crisis recientes de representatividad en países tan distintos como Grecia, España, Italia, Turquía, Estados Unidos, Brasil e incluso la Argentina (como Gurri subrayó en su cuenta de Twitter tras el triunfo presidencial de Javier Milei), lo que emerge es una idéntica falta de consensos sobre lo que un gobierno, al inicio del siglo XXI, es capaz de resolver. ¿Y en qué derivan estas crisis? En el aumento del “nihilismo”, al que Gurri define como “un agujero negro político” capaz de destruirlo todo.
En este punto, lo que La rebelión del público desatiende en su análisis es el papel del mercado tecnológico. Y ese es un factor de poder crucial, sobre todo porque las prioridades de dicho mercado no siempre coinciden con las de los gobiernos democráticos ni con las del “público” (cuyos datos son comercializados, en ocasiones, de manera poco clara), si bien se trata del mismo mercado tecnológico que proporciona un soporte al enojo popular en sus plataformas virtuales. “Las redes sociales están reformateando nuestras vidas interiores”, señala en este sentido Geert Lovink en Tristes por diseño. Pero lo que brota a partir de esta nueva interioridad, añade sin pausa, es una “tecnotristeza”.
Esta hipótesis anímica se compone de una ordenada sucesión de referencias filosóficas bien ancladas en lo contemporáneo que van desde Elias Canetti hasta Mark Fisher, pasando por nombres tan diversos como Slavoj Žižek, Evgeny Morozov, Byung-Chul Han y Paul Preciado. Y su conclusión, como comprobará cualquier usuario de internet, dista de sonar extraña: “Deslizar, compartir y poner ‘Me gusta’ se sienten como rutinas mecánicas, gestos vacíos. Hemos comenzado a borrar amigos y a dejar de seguir, pero no podemos permitirnos eliminar nuestras cuentas, ya que esto implica un suicidio social”.
Defraudados por el orden político y económico exterior, y oprimidos por el orden social y cultural interior, ¿acaso no es lógico que una vida consagrada a la tecnología digital sea incapaz de esconder una tristeza en sintonía con lo que Tristes por diseño llama “fatiga democrática”?
No obstante la oscuridad del escenario, puestos en el papel de ofrecer soluciones, Gurri y Lovink consideran que hay una oportunidad para cambiar las cosas. “Podemos sustituir una clase elitista fracasada por otra más digna de nuestras aspiraciones”, escribe el autor de La rebelión del público, convencido de que eso se lograría al ejercer “el poder de seleccionar y deseleccionar” nuestras opciones políticas y también nuestros consumos culturales. “En un mundo dominado por el presente permanente, debemos enfrentarnos a los regímenes en tiempo real”, escribe por su lado el autor de Tristes por diseño, en relación a la reivindicación de los efectos revolucionarios de la angustia si esta se colocase en un eje temporal distinto al de lo simultáneo, como nos es presentada la realidad, a cada instante, a través de las pantallas.
En una sociedad donde series distópicas sobre el futuro como Black Mirror ya son una broma y los mensajes de los políticos en la red social Twitter (rebautizada ahora X) son en verdad la política, depende de la voluntad de cada lector inclinarse por el escepticismo, el derrotismo, el miedo o la revancha. El mundo infinito del ciberespacio, mientras tanto, parece haberse derrumbado en un paisaje árido en el que la transparencia se licúa rápidamente como paranoia.
La rebelión del público
Por Martin Gurri
Interferencias. Trad: Santiago Armando
511 págs., $ 14.900
Tristes por diseño
Por Geert Lovink
Consonni. Trad: Matheus Calderón Torres
253 págs., $ 12.900