Lecturas: La locura de Hölderlin, de Giorgio Agamben
En su nuevo libro, La locura de Hölderlin, el filósofo italiano expone la vida del poeta alemán, que pasó treinta años recluido, para concluir con un inesperado giro contemporáneo
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Desde hace tiempo, el filósofo italiano Giorgio Agamben (Roma, 1942) aborda en sus trabajos la influencia que el hábitat cotidiano tiene en la producción de un intelectual. Ejemplos recientes de eso son sus libros Studiolo, en el que realiza un minucioso recorrido por las obras de arte que desearía que poblaran el pequeño paraíso personal en el que pudiera retirarse a meditar (como Briciole, de Monica Ferrando, con el protagonismo del blanco, o Coperta e copriletto, de Sonia Alvarez , con sus ondas multicolores que llevan a Agamben a evocar lo irreparable), y Autorretrato en el estudio, donde sus recuerdos personales son convocados a partir de los libros y las fotografías que lo han acompañado en aquellos espacios en los que se gestó la escritura de sus libros. En este último, hay algunas páginas dedicadas al escritor suizo Robert Walser y al poeta alemán Friedrich Hölderlin (1770-1843) en las que traza un breve paralelismo entre los últimos años de vida de ambos. Allí afirma: “La torre en la casa del carpintero en Tubinga y el pequeño cuarto en la clínica de Herisau: he aquí dos lugares sobre los que no se debe dejar de meditar. Lo que se realizó entre esas paredes –el rechazo de la razón por parte de dos poetas sin par– es la más fuerte objeción opuesta a nuestra civilización. Y, una vez más, en palabras de Simone Weil: solo quien ha aceptado el estado más extremo de la degradación social puede decir la verdad”.
La locura de Hölderlin, reciente trabajo publicado por Agamben, es, precisamente, una invitación a explorar aquella torre en la que el autor de Hiperión estuvo recluido por 36 años, casi exactamente la mitad de su vida.
"Como si no bastara con hacer partícipe al lector de la intimidad del poeta, Agamben cierra este magnífico texto convocándolo a su propio estudio para rendir cuenta de su propio contexto de producción, el de la reciente pandemia"
El texto está organizado cronológicamente, desde 1806, año en el que ingresa a la clínica del doctor Autenrieth en Tubinga por la fuerza y bajo engaño, donde permanece hasta el año siguiente y, de 1807 a 1843, cubriendo la estadía de Hölderlin en la casa del carpintero Zimmer, que lo aloja en una torre de su propiedad hasta su muerte. Agamben construye el texto en base a documentos diversos, presentados de un modo aparentemente aleatorio: a una carta de Hölderlin a su madre en la que, valiéndose de palabras que expresan un amor a todas luces sobreactuado, no deja de señalarle el abandono afectivo en que se encuentra, le sucede la factura del zapatero que Zimmer rinde a la familia para que le sea enviado el dinero correspondiente; el relato biográfico en el que uno de sus visitantes narra el desdén con el que fue recibido por Hölderlin y da fe del lamentable estado al que la enfermedad lo ha degradado se contrapone con el de un joven estudiante que decide alquilar una vivienda cerca de la casa de Zimmer para gozar de la proximidad del poeta; la transcripción de un poema que Hölderlin firma con el pseudónimo Scardanelli es seguida por el relato de la disputa entre su medio hermano y los editores por el pago de una futura edición de sus obras. El único hilo conductor entre esos documentos parece estar dado por el calendario.
Una pregunta que persiste durante la lectura del libro es dónde se encuentra la locura de Hölderlin. Quienes la certifican con mayor énfasis no son los médicos que lo asisten ocasionalmente por alguna dolencia pasajera, sino aquellos que se ven frustrados en sus intentos de obtener algún provecho de su vínculo con el poeta. Estos la descubren en el trato inapropiado al que los somete –puesto de manifiesto, curiosamente, no en la descalificación sino en el exceso de cortesía con el que son tratados–; en sus frecuentes y abruptos cambios de humor; en los nombres diversos con que gusta que lo llamen o que emplea para firmar sus nuevos poemas; en los prolongados silencios, que alterna con una locuacidad en la que a una serie de palabras profundas (propias o citadas de otros autores) le siguen expresiones ininteligibles. Nada que parezca poder ocasionar un riesgo para la vida propia o la de los demás; nada que pudiera ameritar un encierro de más de tres décadas.
En el ensayo que oficia de epílogo, Agamben se va a demorar en una expresión que utiliza Hölderlin en su último poema: la “vida habitante”. Se trata de una vida que se vive según hábitos y costumbres. En ella, el individuo no es ni pasivo ni activo, sino que vive en un estado en el que su accionar no puede asegurarse que sea producto de una decisión deliberada o de un acto de voluntad propia aunque tampoco que se encuentre absolutamente a merced de lo exterior. Se trata de “un ser afectado por sí mismo en el acto mismo de habitar de un cierto modo un cierto lugar” donde el yo no tiene más forma que la del hábito y la costumbre. Se pierde la posición de sujeto y, con ello, la posibilidad de organizar como una trama coherente la propia vida. Allí donde un sujeto productivo construye continuidad, la vida habitante –por ejemplo, la del poeta– hace lugar a la cesura. Esa aparente ausencia de conexión es análoga al principio de composición puesto en juego por el propio Hölderlin en la escritura de sus poemas tardíos de la torre. “También en estos poemas –sostiene el filósofo italiano–, como en la vida del poeta, el asunto en cuestión es el intento de captar un hábito y una costumbre, estos también son, por así decirlo, ‘poemas habitantes’”.
Se hace evidente ahora que la estructura con la que Agamben construye el libro no es casual. En el pasaje de un documento a otro, en la irrupción de una factura de gastos que corta sorpresivamente el relato biográfico de un allegado a Hölderlin, en la emergencia de un acontecimiento menor que provoca una discontinuidad discursiva lo que se busca es exponer la “vida habitante” del poeta, permitir que el lector pueda hospedarse momentáneamente en la torre, acompañándolo a una distancia prudencial, como supieron hacerlo los visitantes más apreciados.
Como si no bastara con hacer partícipe al lector de la intimidad del poeta, Agamben cierra este magnífico texto convocándolo a su propio estudio para rendir cuenta de su propio contexto de producción, el de la reciente pandemia. “Desde hace casi un año –sostiene Agamben– vivo todos los días con Hölderlin, en los últimos meses en una situación de aislamiento en la cual jamás imaginé tener que encontrarme. Al despedirme ahora de él, su locura me parece por completo inocente comparada con aquella en la que ha caído toda una sociedad sin percatarse de ello”.
La locura de Hölderlin
Por Giorgio Agamben
Adriana Hidalgo. Trad.: María Teresa D’Meza Pérez y Rodrigo Molina-Zavalía
312 páginas, $ 3900
Studiolo
Por Giorgio Agamben
Adriana Hidalgo