Lecturas: La dama ácida de la Gran Manzana que se cansó de escribir
El humor neoyorquino de Woody Allen tiene contraparte en la figura de Fran Lebowitz, recientemente revalorizada por una exitosa serie documental, y de la que acaba de publicarse Un día cualquiera en Nueva York
- 5 minutos de lectura'
Rascacielos de perfiles cortantes, ventanas cuadrangulares multiplicadas al infinito, autos dormidos con nieve sobre el capot, grúas, ferris, puentes, neones desvelados, fuegos de artificio y un tren nocturno que pasa por delante de un estadio iluminado, son algunas de las imágenes que se suceden en la impactante apertura de Manhattan, la película en la que Woody Allen intentó retratar el alma de una metrópoli y terminó filmando en blanco y negro una declaración de amor. “Nueva York era su ciudad y siempre lo sería” asegura la voz en off del protagonista mientras suenan los acordes melancólicos y triunfales de Rhapsody in Blue de George Gershwin. Y esa misma afirmación, tan banal como categórica, podría haber sido pronunciada por el propio Woody Allen (Brooklyn, 1935), o por qué no Fran Lebowitz (Nueva Jersey, 1950), dos cómicos, dos escritores y dos íconos indiscutibles de la Gran Manzana.
Allen y Lebowitz fueron redactores precoces. A él lo contrató una agencia de publicidad para escribir chistes cuando todavía estaba en el secundario y ella consiguió trabajo a los 19 años en la legendaria revista Interview –fundada por Andy Warhol– para hacer reseñas burlonas sobre películas mediocres. Sin embargo, la fama de Allen como director de cine trascendió rápidamente las fronteras mientras que la de Lebowitz como columnista se mantuvo puertas adentro.
La vida de Lebowitz puede conocerse por lo que ella revela en Pretend It’s a City, la serie documental filmada por su amigo Martin Scorsese que dio pie ahora a la edición en castellano de Un día cualquiera en Nueva York
La vida de Allen desde sus días de pantalones cortos hasta su actual batalla jurídica con Mia Farrow está narrada en su autobiografía A propósito de nada, un libro sin alardes de estilo que hila anécdotas risibles, da un pantallazo de cada una de sus películas y hace, lógicamente, una defensa de su persona ante la acusación de abuso infantil que su exesposa elevó a los tribunales tan pronto como él confirmó su relación con Soon Yi, una de sus hijas adoptivas.
Bastante menos expuesta, la vida de Lebowitz puede conocerse por lo que ella revela en Pretend It’s a City, la serie documental filmada por su amigo Martin Scorsese que dio pie ahora a la edición en castellano de sus únicas dos publicaciones –Vida metropolitana y Ciencias sociales– en un solo volumen, Un día cualquiera en Nueva York.
Teniendo en cuenta que casi todas sus notas fueron escritas en la década de 1970, podría decirse que su escritura envejeció bien. Esto no significa, como dice la autora en el prefacio, que se trate de un libro “atemporal”, pero tampoco de uno pasado de moda. Los temas que se abordan esquivan el drama. Son textos ligeros sobre problemas menores de gente del primer mundo. Su arco de intereses es vasto y raya alevosamente la frivolidad. A Lebowitz le gusta opinar y bromear sobre prácticamente todo: desde las abreviaturas ridículas de ciertos barrios de Manhattan hasta su aversión por el transporte público, sin descontar el despropósito de convivir con plantas, mascotas e hijos, pudiendo tener únicamente libros.
Su sinceridad es sinónimo de incorrección y no flaquea al momento de afirmar que los feos existen, que no todo trabajo es digno y que el talento no se hereda, no se compra ni se aprende. Su cruzada para desalentar la producción artística del futuro escritor fallido es elocuente: “Si mientras contempla la puesta de sol desde un local de venta de autos usados de Los Ángeles, se ve sobrecogido por los paralelismos que descubre entre esa imagen y el inevitable destino de la humanidad, no lo escriba por nada del mundo”; y recuerda, en su hilarante mordacidad, a las respuestas envenenadas –compiladas en Correo literario– que redactaba la poeta Wislawa Szymborska para una revista de su Polonia natal.
"Un día cualquiera en Nueva York no es un remedio aunque debe ser administrado en pequeñas dosis"
En los artículos de Lebowitz abundan los cuadros comparativos, los multiple choice, los consejos, las listas, los instructivos y las máximas. Estos formatos típicos de otra época le permiten ordenar, confrontar y catalogar la información de sus crónicas sociales y culturales antes de arrojar al mundo sus juicios invariablemente excéntricos pero bien argumentados.
Un día cualquiera en Nueva York no es un remedio aunque debe ser administrado en pequeñas dosis, porque su tono, mezcla de imperativo publicitario y neutralidad aleccionadora de manual de uso, puede resultar monótono y hasta en algún momento desalentador. En cambio, cuando Lebowitz se presenta ante un público o es filmada por Scorsese el tiempo deja de ser un problema y uno no se cansa de escucharla. No sólo porque la risa de taladro mudo de Scorsese sea contagiosa, sino porque la apariencia física de ella –pelo cortado a lo príncipe valiente, jean arremangado, blazer amplio, botas texanas y camisa que ostenta gemelos diseñados por Alexander Calder– es un plus, al igual que su timbre de voz y el dominio del tempo justo para la réplica. Una velocidad mental que forzosamente se pierde en la lectura.
Probablemente el mayor atractivo de las columnas de Lebowitz sea que no se toma a los neoyorquinos muy en serio, como tampoco a ella misma. De hecho, cuando le preguntan por su bloqueo creativo de más de cuarenta años reconoce sin culpa que es pura pereza. Esta desvergüenza para señalar vicios propios –y ajenos– es algo que comparte con Woody Allen, alguien que convirtió sus neurosis en un gran teatro freudiano del mundo. El secreto, en el fondo, es entender que hay defectos que enamoran más que cualquier virtud. En el comienzo de Manhattan, por ejemplo, cuando el personaje de Isaac Davis declara de manera un poco rimbombante que su ciudad es “una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea” nadie podría pensar por eso que haya dejado, ni por un segundo, de adorarla.
Un día cualquiera en Nueva York
Por Fran Lebowitz
Tusquets. Trad.: A. Cardin y J.L. Guarner
362 páginas, $ 1750