Lecturas: Knausgård o la vida después de contar la propia vida
El escritor noruego, convertido en best seller con seis novelas que llevaron al paroxismo la literatura autobiográfica, publica un desparejo cuarteto que busca enseñarle el mundo a su hija por venir
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Dejar atrás la escritura torrencial y desinhibida de la saga autobiográfica Mi lucha para comenzar a redactar Cuarteto de las estaciones debe haber sido para el escritor noruego Karl Ove Knausgård (Oslo, 1968) como subir a una calesita después de haber bajado de una montaña rusa.
Cansado de exhibir su interioridad, pero no del esfuerzo que implica embarcarse en una nueva serie de varios tomos, el nórdico más fotogénico de la industria editorial –que con aquellas seis novelas se volvió best seller planetario– intenta en esta oportunidad volcarse hacia afuera para describir el mundo material.
El resultado es un inventario caprichoso de textos breves sobre temas diversos. Dientes, botas de goma, Flaubert, piojos, fiebre, apicultura, búhos, chicles, trenes, hisopos, cinismo y circo: son algunos de los 174 títulos de esta enciclopedia sui generis y un tanto escolar a partir de la cual Knausgård procura enseñarle el mundo a su futura hija, la cuarta que tuvo con su exmujer, la poeta y novelista Linda Boström.
El tono del proyecto no es el de un escritor que es padre sino el de un padre que escribe. Más cerca del automatismo y la sensiblería que del estilo, Knausgård no se avergüenza de mostrarse como un Charles Ingalls de las letras.
En otoño y En invierno, los primeros tomos, tienen una estructura idéntica: son sesenta ensayos, veinte por cada mes, introducidos por tres textos que titula “Carta a una hija no nacida”. El tercero rompe con esta dinámica para contar –o para que Knausgård le cuente a su hija de tres meses– un día en la vida de la familia. De corte netamente autobiográfico, En primavera empieza con un cambio de pañal y termina con la celebración de la noche de Walpurgis, sobrevolando un episodio oscuro acerca de la depresión de su mujer.
En verano retoma la estructura original con un total de cincuenta y cuatro textos cortos escandidos por dos fragmentos largos de diarios personales. Si bien la destinataria sigue siendo su hija Anne, se trata de una interlocutora menos presente. En definitiva, como anticipó en el primer libro, el proyecto no deja de ser egoísta: “Es obvio que esto lo hago sobre todo por mí mismo: mostrarte a ti el mundo, mi pequeña, hace que mi vida merezca la pena vivirse.”
Cuarteto de las estaciones es una suerte de mapa sin escala, un catálogo absurdo, un aleph trunco. Lo que pretendía ser un ejercicio objetivista fracasa. En su afán por hacer gala de su alma frágil, Knausgård se vuelve previsible, ingenuo y cursi. Abundan las conclusiones banales: “Ahora sé que todos los escritores son amateurs y que quizá lo único que tienen en común es no saber cómo escribir un relato o un poema.” Y las aseveraciones tajantes –”Madame Bovary es la mejor novela del mundo”– se codean con aclaraciones obvias –”cuando Hegel escribió que el búho de Minerva no inicia su vuelo hasta el atardecer se estaba refiriendo a la sabiduría”– que conviven tranquilamente con la explicación, por ejemplo, de cómo funciona un inodoro.
Las apariciones esporádicas de su padre, esa bête noire que involuntariamente lo empujó a ser escritor, son lo más interesante de estos libros, ya sea cuando Knausgård recuerda lo débil que se sentía ante su presencia –”luchaba contra él sin ninguna esperanza de ganar la batalla porque su voluntad era mucho más fuerte que cualquier cosa dentro de mí”– o cuando lo cita textualmente: “Siempre he sido capaz de reconocer a los solitarios”.
Unas líneas de diálogo que sorprenden por su actualidad, considerando que Cuarteto de las estaciones fue publicado entre 2015 y 2016, son las que Knausgård le atribuye a un vecino. Este comenta, inquieto, que los rusos “empezaron a violar el espacio aéreo sueco”. Y acto seguido opina que “la Unión Europea jamás tendría que haberse acercado a Ucrania” ya que “Ucrania y Rusia son gemelas. O parientes cercanos. Se pertenecen. Al menos Rusia lo vive así”.
El paisaje bucólico que rodea la casa en la que vive Knausgård con su familia es un personaje más y, en particular, la anacrónica ciudad de Ystad, a orillas del mar Báltico. La fascinación de Knausgård por esta localidad se debe a que le recuerda a Arendal, el pueblo en el que transcurrió su infancia, y también porque fue casualmente en Ystad donde, en 1743, su admirado Emanuel Swedenborg empezó a escribir su diario. Los lectores de las novelas negras del sueco Henning Mankell seguramente recuerden que allí también vivía y resolvía sus casos Kurt Wallander, aquel inspector melancólico y amante de la música clásica que el propio Mankell adaptó con aguda elegancia para la televisión.
La compulsión de Knausgård por confesar la edad cada cincuenta páginas es la de un adulto al que le cuesta ser adulto. Su deseo de recuperar el asombro del niño que fue es tan ávido que por momentos resulta forzado. Cuesta creerle a este noruego que todavía hoy le siga extrañando la existencia del sol o que se llene de alegría cada vez que tritura una lechuga en la boca. Es como si el que escribiera fuera un rehabilitado, un falso recién nacido con barba y bigote que, en su afán de ostentar hipersensibilidad, olvida el humor y la malicia para volverse un gurú ilustrado pródigo en parábolas faltas de misterio.
La descripción de la forma en que maneja Knausgård –un piloto que se asume tardío: obtuvo su licencia a los treinta y nueve años– es sin duda la mejor definición del modo en que escribe este cuarteto: “Ha desaparecido el miedo al exceso, ahora conduzco con la conciencia tranquila, quizá porque la conducción ya no está asociada a la libertad, sino al hábito y la utilidad. Conduzco deprisa, pero no muy deprisa, y nunca corro riesgos.”
En otoño
Por Karl Ove Knausgård
Anagrama. Trad.: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
244 páginas, $2350
En invierno
Por Karl Ove Knausgård
Anagrama. Trad.: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
276 páginas, $ 2500