Lecturas. Ídolos de la música popular que llegan a los libros
Un ensayo que analiza el fenómeno que representó Palito Ortega se suma a la escasa literatura que existe sobre aquellas figuras que vendían millones de discos y surgieron entre el ocaso del tango y la llegada del rock
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“A veces he sido duramente criticado por algunos sectores y más aún por un sector intelectual. Tengo conciencia de que yo no tengo nada que ver con cierto tipo de sector académico, con ese saber que duerme acumulado en las bibliotecas. Pero sí tengo que ver con todo lo que se aprende viviendo, sufriendo y gozando. A veces pienso que el amor que puede sentir un intelectual no va a llegar nunca a ser tan inmenso como el amor que puedo llegar a sentir yo. Cierto tipo de intelectual es incapaz de vivir las cosas simples e intensas, como el amor”, le estará diciendo Ramón “Palito” Ortega en 1980, ya convertido en Rey, ya estrella de cine (de películas teen y de propaganda), ya padre de cinco hijos al escritor (también tucumano) Julio Ardiles Gray en la memoria oral Los días de mi vida.
Ese statement de Palito Ortega es uno de los mayores hallazgos de Un muchacho como aquel, el libro con el que el sociólogo Pablo Alabarces y el doctor en Comunicación y crítico musical Abel Gilbert profundizan en algo que pareciera no necesitarlo: la obra y la instalación de esa figura hierática que sin cantar ni bailar bien consiguió vender más discos que Carlos Gardel en los primeros cinco años de su carrera y cuyo nombre permaneció en la órbita pública hasta nuestros días. No tanto como “ídolo juvenil”, como afirman los autores, pero sí con una influencia cultural que pasó de la canción popular y el cine en los años 60 y 70 a la política en los 90; de conformar un clan propio (y no el Club del Clan, de RCA) proyectando su apellido en los hijos del espectáculo a convertirse en el insospechado enfermero de Charly García en el nuevo milenio.
El hallazgo de Alabarces (que lleva años explicando a Ortega en su seminario de Cultura Popular en la UBA) y Gilbert es bibliográfico ya que el libro de Ardiles Gray es inhallable (ni siquiera lo registra la entrada del escritor en Wikipedia), pero además define en palabras del protagonista una cuestión de fondo. Palabras más, palabras menos, dice Ortega que las bibliotecas no fueron hechas para él ni, por extensión, para toda esa música que se hizo lugar entre el ocaso del tango, el boom del folclore y la irrupción de la efímera nueva canción y el rock, hoy cuestión de Estado. La música popular funcional al despegue de la industria discográfica y al consumo de masas (en 1964 un asalariado promedio podía comprar unos 80 discos del Club del Clan por mes, apuntan los autores) catalogada como “mersa” por la intelligentsia.
Ese “sector académico” por el que Ortega se sentía impugnado se ocupa ahora de él, pues, de “el muchacho triste de las canciones alegres” y, por extensión, de esa música y esos artistas que llenaban las páginas de las revistas de actualidad y del corazón pero, fuera de hagiografías y biografías, muy rara vez han llegado al libro entendido como objeto de análisis. En parte, como explican Alabarces y Gilbert, porque, en este caso, Ortega no lo ha permitido, para perpetuar el mito del changuito cañero y el cafetero asaltado por la fama casi por casualidad. En su bibliografía mínima, además de la hagiografía de Ardiles Gray, el dedicado libro de fan de Sergio Crespo y la autobiografía de 2016 para Planeta (pensada como parte de una estrategia de comeback con producción en Rolling Stone incluida) también estaba el muy valioso Indagación de un ídolo (Galerna, 1969) con el que Carlos Ulanovsky radiografió en tiempo y forma la construcción de su imagen pública. Desaparecido también, ni siquiera hay un ejemplar en la Biblioteca Nacional, se ha vuelto casi una joya de bibliógrafo después de que la edición entera fue quemada en un juzgado de Vicente López ante la demanda del Rey por uso indebido de su imagen en la tapa. Remixando el apotegma peronista habría que decir “Discos de Palito y Sandro sí, libros no” o casi. Aunque sí pinturas: ¿Cuantos cantantes tienen retratos de Carlos Alonso y Antonio Berni como el autodidacta tucumano?
La misma editorial, Gourmet Musical, que publicó Un muchacho como aquel, este necesario estudio sobre el contexto que dio forma a Palito Rey (después vendría el misterioso Patricio) y que se propone explicar por qué él y no los otros (todos esos nombres de la trasnoche retrorredentora de Mochín Marafioti), ya había dado el paso al frente con el desmesurado La música de Sandro: cómo se hicieron sus canciones, el pormenorizado recorrido de Pablo S. Alonso por todas y cada una de las canciones grabadas por el Elvis de Valentín Alsina. El título, La música de Sandro, lo dice todo. Es eso: se trata de artistas que vendieron millones y millones de discos en la Argentina, América Latina y Estados Unidos, pero sobre los que parece no hacer falta detenerse en sus simples y elepés.
¿Es porque al público que los escucha no le interesa saber por qué los escuchan? ¿O porque a los que escriben no les interesó nunca escribirlos? Después del tango, el rock se legitimó como cultura disidente con los discos y una brigada de connaisseurs que constituyeron una especialización propia en el periodismo que la otra música, llamada a veces pop melódico, no tuvo excepto en su roce con la farándula. Así, los extremos se tocan: hay tan pocos libros de música contemporánea académica argentina como de música bastarda. Los volúmenes de Sandro y Palito vienen a reparar esta falta pero también hay que sumar aquí las apariciones no tan lejanas de las autobiografías de Cacho Castaña (Vida de artista, 2016) y Chico Novarro (Algo conmigo, 2018) que escritas por ghostwriters escarban en la formación y la información musical de Castaña, el autor del último gran standard del tango (“Café La Humedad”), y de Navarro, uno de los compositores más versátiles que haya dado la Argentina, surgido también del Club del Clan, aunque con un pie en el jazz moderno. Tiene razón el Rey: falta corazón en las bibliotecas de música. Cómo es posible que a nadie se le haya ocurrido que Sergio Denis tenía una vida y una obra para ser explorada. ¿El omnipresente trap tendrá quien le escriba o pasará a engrosar el cuerpo ágrafo de la música popular?
Un muchacho como aquel
Por Pablo Alabarces y Abel Gilbert
Gourmet Musical
312 págs./ $ 2200
La música de Sandro
Por Pablo Alonso
Gourmet Musical
704 páginas/ $2300