Lecturas: En busca de un nuevo humanismo para el cambio climático
Las disputas sobre el estado del planeta siguen poniendo el acento en una supuesta excepcionalidad humana, pero quizá haya llegado el momento, propone el filósofo William Connolly, de reconocer nuestras limitaciones y actuar en consecuencia
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Cuando se habla acerca del actual cambio climático y de sus potenciales consecuencias para la habitabilidad del planeta, suele ponerse el acento en la responsabilidad que le cabe al ser humano ante esta situación. Se lo hace responsable de haberla provocado al tiempo que se le encomienda la responsabilidad de encontrarle una solución. Sea como villanos, sea como héroes, el papel de los seres humanos parece ser excepcional en relación con el resto de las especies del planeta. Pero ¿no será allí, en esa supuesta excepcionalidad, donde se encuentre la raíz misma del problema? Ese es el planteo que el filósofo y politólogo norteamericano William E. Connolly (Flint, 1938) desarrolla en Frente a lo planetario: humanismo entrelazado y política del enjambre.
El principal peligro del excepcionalismo humano –que se remonta a los albores de la Modernidad–, consiste en considerar que el resto de la naturaleza no es más que una fuente de recursos puesta a disposición de los hombres. Animales, bosques, minerales, corrientes de agua, parecen estar allí meramente para ser explotados en su beneficio. El único agente con derechos es el ser humano. Pero, el hecho de que en el texto se cuestione el excepcionalismo humano, no implica que se evite señalar responsabilidades. Así, el filósofo no duda en sostener que “los Estados capitalistas euronorteamericanos y los órdenes imperiales han creado un clima mundial y una crisis ecológica que perjudican y desplazan sobre todo a poblaciones que viven en regiones vulnerables, así como a los grupos sociales pobres y racializados de los centros urbanos capitalistas, quienes se ven afectados mucho antes que los capitanes de la industria”.
A lo largo del texto, valiéndose de conceptos de pensadores como Friedrich Nietzsche, Gilles Deleuze y Michel Foucault, entre otros, Connolly irá mostrando que la solución a los actuales problemas planetarios no puede consistir en el exacerbamiento del control sobre la naturaleza, sino que deberá gestarse en un cambio de actitud en relación con ella. Para ello se hace necesario abogar por un “humanismo transfigurado” que reconozca sus propios límites, que abandone cualquier noción de omnipotencia asumiendo una actitud modesta respecto de su lugar en el cosmos, y que sea capaz de valorar las aptitudes y estrategias que desde hacen milenios vienen desplegando otros seres vivos en favor de su supervivencia, sin afectar la sustentabilidad planetaria. Por ello, para avanzar en la comprensión de la situación actual resulta necesario entrelazar perspectivas múltiples, provenientes de disciplinas, cosmovisiones o situaciones geográficas diferentes. En consonancia con esta idea de un “humanismo entrelazado”, el propio Connolly construye su texto en un continuo diálogo con referentes de disciplinas como la biología, la neurociencia, la geología, la física, la política o la religión. No se trata de aspirar a una mirada única, sino de encontrar puntos de convergencia provisorios que permitan enriquecer el análisis y promover soluciones creativas. Así, en un mismo capítulo pueden aparecer citados Nietzsche y el Papa Francisco, o Darwin y Gandhi. De lo que se trata es de asumir que “no podemos dominar el mundo, aunque sí podemos actuar en él de formas creativas”.
Entre las formas creativas de actuar propuestas por el autor se destacan las acciones micropolíticas con experimentos de roles inspirados en la idea de “intelectuales específicos” de Foucault. El filósofo francés expuso por primera vez esa idea en una entrevista en 1976 que en español se publicó varios años después en el libro Saber y Verdad, con el título “La función política del intelectual. Respuesta a una cuestión”. Un texto más reciente, muy recomendable, que recoge artículos de Foucault sobre esta temática es El poder, una bestia magnífica. Se trata de acciones llevadas a cabo por intelectuales que por sus capacidades técnicas específicas se ven obligados a responder a situaciones de violencia que atentan de un modo concreto contra áreas de su especialidad: “La situación y un nicho de acción determinado los empujan a volverse activistas en nombre de una causa que comienza a cristalizar […] Al mismo tiempo que trabajan sobre sus propias prácticas, ayudan a movilizar a grandes partes de la población y a representar la causa ante los medios”. Un ejemplo local que ilustra perfectamente este papel de los intelectuales específicos es el conjunto de acciones que docentes y estudiantes de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA están llevando a cabo para oponerse a la construcción de locales gastronómicos en la Reserva Ecológica de Ciudad Universitaria. El espectro de medidas tomadas va desde bloqueos pacíficos al ingreso de maquinarias de construcción hasta la realización de talleres de origami de especies autóctonas, pasando por campañas en las redes sociales. Creatividad, militancia, concientización, confluyendo para detener la explotación indebida de un área natural.
Consciente de que este tipo de acciones micropolíticas puede ser insuficiente para revertir una situación de magnitud global, Connolly apela a la experiencia de las abejas. Cuando necesitan encontrar un sitio para una nueva colmena varias abejas exploradoras parten en busca del lugar más apropiado. Al regreso, intercambian informaciones y, al compás de la danza, van segregando feromonas que activan su sinergia. Finalmente, se forma un ensamblaje que se reúne para volar al nuevo sitio. Tomando el ejemplo de las abejas, la apuesta del filósofo consiste en que las acciones micropolíticas se multipliquen y coordinen para hacer posible la emergencia de acontecimientos de mayor alcance, dando lugar a una auténtica política del enjambre: “La esperanza está puesta –sostiene el autor– en dar forma a un ensamblaje pluralista, militante e interregional en el que el próximo acontecimiento desestabilizador mueva a grandes minorías […]. La política del enjambre se compone de múltiples grupos sociales, regiones, niveles, procesos de comunicación y modos de acción; algunos de ellos tienen el potencial de aumentar e intensificar a los otros, a medida que se asocian entre sí”.
Acompañando este tipo de acciones, es esperable que se desarrolle un “ethos de austeridad material positiva” conjuntamente con “formas más igualitarias de satisfacción de los deseos” que reflejen nuevos modos de producción y consumo.
De los numerosos puntos destacables del libro (entre los que podríamos mencionar la lucidez y contundencia del diagnóstico de la crisis socio político ecológica actual; la capacidad para poner en discusión de forma enriquecedora autores muy diversos entre sí; la aplicación a nuevos contextos de conceptos de filósofos como Nietzsche o Deleuze) quizá deba mencionarse especialmente el esfuerzo que el autor realiza por esbozar algunas líneas de acción que, con las limitaciones que él mismo señala, permitan apostar por una salida al nihilismo pasivo que suele acompañar a este tipo de trabajo.
El texto se completa con una extensa entrevista que oficia de posfacio, en el que Connolly recorre buena parte de su vasta producción, algo que resulta particularmente significativo para los lectores de habla hispana ya que este es el primer texto del filósofo traducido a nuestra lengua.
Frente a lo planetario
Por William E. Connolly
Adriana Hidalgo. Trad.: L. Mertihikian y S. Armando
368 páginas $ 7500
El poder, una bestia magnífica
Por Michel Foucault
Siglo XXI