Lecturas: La deriva contemporánea, en clave de cuento
Autoras como Deborah Eisenberg o Elizabeth Geoghegan le dan una vuelta de tuerca a la tradición del relato norteamericano
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El ritmo de la sociedad contemporánea se volvió, para desconcierto de muchos, vertiginoso. Algunas escritoras norteamericanas, de todos modos, buscan capturar en sus cuentos la velocidad inaudita de la vida urbana. La tarea de narrar esa experiencia puede sonar a hazaña, pero se las ingenian para crear historias que se mueven por fuera de los esquemas conocidos. Con distintas estrategias, estas autoras exponen los hilos íntimos y políticos del presente.
Una autora esencial para descubrir la complejidad de la actualidad es la estadounidense Deborah Eisenberg (Illinois, 1945), en especial, por el modo en que sus personajes captan la perpetua incertidumbre del ser humano actual. No es causal que haya sido elogiada por Lorrie Moore o el ya fallecido John Updike, dos narradores que, al igual que ella, son capaces de volver visibles las capas de sentido que traman lo cotidiano. Si aún su nombre permanece en las sombras es solo porque comenzó a ser publicada en la Argentina hace apenas unos años, con la exquisita antología Taj Mahal, la primera traducción al castellano de sus cuentos, que captan en las escenas cotidianas de sus personajes la crisis del capitalismo tardío.
Esa virtud, que se mantiene a lo largo de su obra, reaparece con fuerza en La venganza de los dinosaurios, reciente selección que completa sus mejores cuentos. Se destaca en ellos el modo en que la autora consigue condensar el tiempo de cada escena, como sucede de modo excepcional en “El crepúsculo de los superhéroes”, el último relato del libro. La narración, fragmentaria, recorre la historia de una familia descendiente de inmigrantes judíos que creen vivir el sueño americano de diversas formas. La trama construye un juego de bifurcaciones y espejismos de las distintas generaciones. Los más exitosos habitan una terraza de vista abierta a Nueva York, y en ese escenario idílico, son testigos involuntarios del impacto de los aviones contra las Torres Gemelas. Las esquirlas de la explosión se extienden más a allá de lo indecible para incrustarse en el futuro.
Con múltiples estrategias, los cuentos de Eisenberg tienen réplicas que escapan de la trama propiamente dicha. Quizá se deba a su destreza para imaginar metáforas desaforadas, que extienden las resonancias mucho más allá de las imágenes que crean. De ese modo, su escritura esquiva los esquemas clásicos de los relatos y propone la deriva de personajes algo desconcertados frente a la cadena de sucesos que no pueden controlar y los afectan.
Algo similar, solo que centrado en el mundo de la intimidad, aparece en los ocho cuentos reunidos en Bola ocho, de la neoyorquina Elizabeth Geoghegan. Son narraciones que se desplazan a través de giros inesperados, con frescura y humor, y en esa errancia revitalizan cierto modo muy actual de percibir la vida. Esa naturalidad se percibe en “Pura Loa Lawah”, el relato de una mujer joven que viaja a Indonesia en búsqueda de la sanación. Prueba de todo para lograrla, desde el yoga Nidra hasta tratamientos con vitaminas y masajes; conoce además gente excéntrica mientras avanza con temor. Quiere dejar algo atrás, quizás a la que fue. Hay un tono irónico, que pone en cuestión las máximas del new age, y al mismo tiempo, las afirma con un aire esperanzador que hace de las peripecias del personaje una secuencia entrañable. Inevitablemente lleva a pensar en las narraciones de Lucia Berlin, maestra y amiga de Geoghegan.
Todos los relatos de Geoghegan, de una u otra manera, narran un viaje: ponen en escena mudanzas, vacaciones, una caminata por un arrozal, un viaje a dedo, traslados de un continente a otro. Y a partir de los desplazamientos que hay en las tramas queda expuesta la impermanencia de los vínculos. Con la soltura de frases simples, el lenguaje de la estadounidense acompaña ese movimiento, con tono por momentos poético, por momentos despojado.
Para contraponerse a esa estética, puede citarse a la californiana Shruti Swamy en los cuentos reunidos en Una casa es un cuerpo, que apareció en castellano hace ya un par de años. Son trece relatos que bordean el misterio de la existencia, pero nunca lo revelan, apenas dejan entrever sus ecos. Un buen ejemplo es “Jardín nocturno”, la historia de una mujer que se sienta a mirar por la ventana el enfrentamiento de su perro con una serpiente. En esa contemplación encontrará la respuesta del dilema de pareja que la aqueja. Podría decirse que la escritura de Swamy vibra, nunca quieta, en ese lugar poroso de lo que se intuye, pero no puede conocerse por completo.
En contraste, la deriva de los cuentos de La venganza de los dinosaurios, de Eisenberg, resulta más exigente –en el mejor sentido de la palabra–; requiere de un lector alerta, con la astucia suficiente para encontrar los caminos que arman la telaraña de sentidos detrás de escenas cotidianas. Como sucede en la reunión de amigos de “El robo”, un grupo de parejas jóvenes que viven en medio de un lujo refinado, sin estridencias. Y entre charlas superficiales y discusiones de política, se filtra entre ellos una duda, una vacilación, un modo posible de adultez. La pulsera de oro, una mueca a destiempo, el vestido de flores, cada elemento puede llevarlos a un descubrimiento personal. De ahí que los detalles son la punta del iceberg que advierte, de modo silencioso y tenaz, el punto de verdadero conflicto existencial.
La literatura se alimenta de literatura y los cuentos de estas autoras no son la excepción: contienen, de uno u otro modo, lo mejor de la tradición del cuento norteamericano, pero desplazándose más allá de las formas más frecuentadas para alcanzar otra forma de libertad.
La venganza de los dinosaurios
Por Deborah Eisenberg
Chai Editora
Traducción: Matías Battistón
220 páginas, $ 10.900
Bola ocho
Por Elizabeth Geoghegan
Traducción: Blanca Gago
Nórdica
296 páginas, $ 10.400