Lecturas de verano: Poemas
“La poesía nos devuelve la posibilidad del asombro”, escribió alguna vez el prestigioso filósofo y ensayista, que con estas piezas nos permite vislumbrar la intimidad de los objetos y las emociones
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Las cosas
Entro a casa a las tres de la tarde.
Yo no debía volver hasta la noche
pero un olvido me impuso el regreso.
No hay nadie aquí.
Camino a mi cuarto me golpea
la inmóvil contundencia de las cosas
y me siento un intruso en la casa vacía.
Las cosas son los habitantes de la casa.
Las cosas que salen a vivir cuando no estamos
y un silencio quieto oprime todo
como un dios insidioso a su universo.
La extraña relevancia de un zapato,
la ropa inerte en la cama deshecha,
vasos a medio beber en la cocina,
prueban que a esta hora la casa nos excluye,
que aquí, a esta hora, solo viven las cosas,
las cosas desprendidas de nosotros
que se extienden por la casa con un aliento ajeno,
con una fuerza que me empuja hacia la puerta,
que exige que me vaya, que olvide lo que busco,
que vuelva por la noche a una casa que no es esta.
A la poca luz
La luz errante trae
el fin del día
y apaga en las cosas
su apariencia quieta.
Vasos, mármoles, tu imagen detenida
recuperan su latido con la sombra.
Cuanto menos evidentes, más cercanas.
Flores, lápices, la mesa, tus papeles,
el mar y en mi frente
tu mano cansada
amanecen con la luz que se retira,
renacen con el día que se va.
Adiós, Giannuzzi
Joaquín, no es más que esto:
has muerto y las horas
ruedan sobre el día en que te fuiste
mientras mi cuerpo, ciego y laborioso,
marcha hacia la tarde
cuyo final yo tampoco veré.
Tu poesía, en cambio, insiste, abrasa,
se hace oír, labra mi mañana y apacigua el peso
de esta costumbre imposible que es vivir.
Peces, migas, grietas,
geranios y reflejos de la noche en el mármol de la cocina,
la siembra entera de tu pensamiento emocionado
e incapaz de fijar residencia en la costumbre,
me ampara en su temblor esta mañana
que tan difícil sería sin tu voz;
esa voz seca, incisiva,
huella rotunda de quien aquí
tan a fondo estuvo
y ya no.
Retrato de una hija
Ha crecido pero
no ha dejado de creer.
En sus ojos puede verse
que en todo lo que mira
—esa botella oscura, el pan,
la luz del alba en su mano—,
reconoce un resplandor
que no proviene
de las cosas consumadas,
dichas, hechas,
sino de lo que ellas
quieren ser,
suplican, piden ser,
al ojo que las mira.