Lecturas: Con Jonathan Franzen, la novela americana recobra su pulso
Anunciada como la primera entrega de una trilogía sobre los años setenta, Encrucijadas es el poderoso regreso a la ficción del autor de Las correcciones, un diseccionador serial de familias sin rumbo
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Anunciada como la primera entrega de una trilogía sobre los años setenta, Encrucijadas es el poderoso regreso a la ficción del autor de Las correcciones,un diseccionador serial de familias sin rumbo
La nueva novela del estadounidense Jonathan Franzen (Chicago, 1959), Encrucijadas, es la primera de un proyecto de trilogía, y con eso alcanza para desconfiar. Las buenas trilogías rara vez lo parecen desde un principio. Y el título abarcador de la saga, “Una clave para todas las mitologías”, bien podría ser un guiño a Middlemarch, el clásico de George Eliot, pero también es como si Franzen estuviera conjurando al mitólogo Joseph Campbell, o al poeta Robert Bly, o a J.R.R. Tolkien, o al grupo Yes.
Pero después está Encrucijadas en sí, una novela sensible y pausada en tonos sepia y ambientada en los años 70, tal vez lo más amable que Franzen haya escrito hasta ahora, más amplia en sus simpatías humanas, más densa en imágenes e intelecto. Y si se extraña algo de la acritud de novelas anteriores como Las correcciones o Pureza, hay en este nuevo opus poderosas compensaciones.
Encrucijadas es una novela larga, de casi 600 páginas. Franzen se toma su tiempo para dar espacio al lento ascenso y caída de su personaje, para machacar con sus temas y para una avalancha de acontecimientos –un choque de autos, violación, intentos de suicidio, adulterio, trafico de drogas e incendios provocados– que van apareciendo de a poco, como si llegaran arrastrándose por el jardín y quedaran expuestos a la luz del sol.
La novela transcurre en la Chicago suburbana, y los protagonistas son los Hildebrandt, otra de esas familias aparentemente sólidas del Medio Oeste norteamericano que suele retratar el autor –como los Lambert de Las correcciones (2001) y los Berglund de Libertad (2010)– que en realidad tienen pies de barro.
Es una novela de fuerte temática religiosa. En la narrativa de Franzen, las familias son su propia forma de religión, con sus propias opciones de salvación y purificación, y otras tanta de apostasía. Y tal vez el mayor peligro en estas familias sea malinterpretar el papel que ha cada uno le ha tocado.
El título, Encrucijadas, es el nombre de un grupo juvenil muy popular de la iglesia local, pero tiene un segundo significado. El patriarca de la familia, Russ Hildebrandt, es también el idealista pastor asistente de esa iglesia y un fanático del blues, y le presta sus discos de Robert Johnson a una joven y adorable viuda de su feligresía con la que le gustaría acostarse (Russ está casado.)
Es conocida la leyenda sobre Johnson: dice que el bluesman se encontró con el diablo en la encrucijada de las rutas 49 y 61 en Clarksdale, Misisipi, donde le vendió su alma por el dominio de la guitarra. A lo largo de esta novela, cada uno de los personajes principales –Russ, su esposa Marion, y sus tres hijos, Clem, Becky y Perry– sufre una crisis de fe y de moral. Están parados en su propia encrucijada y analizan lo que el diablo tiene para ofrecer.
Para Russ, que ha sufrido una variedad de humillaciones profesionales, la crisis es de autenticidad. Su potencial amante pone Johnson en el tocadiscos, y ese sonido sumerge a Russ “en ese mundo siseante de baja fidelidad que canta Robert Johnson. Nunca se había sentido tan atravesado por la belleza del blues, por la punzante sublimidad de la voz de Johnson, pero tampoco tan condenado por ella.”
De joven, Russ había participado con Stokely Carmichel en las marchas por los derechos civiles y había luchado contra la segregación de las piscinas públicas de la gente de color. Pero en su iglesia de suburbios se siente “un parásito del fin de los tiempos, un fraude. Y empezó a pensar que todos los blancos eran un fraude, una raza de espectros parasitarios, y él más que ningún otro.” Sus hijos lo miran día a día con mayor desaprobación. Clem le pregunta: “¿Tienes idea de la vergüenza que pasamos por ser tus hijos?”
Como le ocurre a veces al propio Franzen –si no en la página en la arena pública, debido al tiempo que se toma entre novelas–, Russ es tan intolerable y tan poco cool, un espantajo poco agraciado de una era anterior, que uno lo siente al borde de la redención. Los chicos Hildebrandt están bien, o eso parece al principio. Pero Clem, que se fue a la universidad, vuelve con noticias que herirán profundamente a su padre pacifista: se enlistó como voluntario para luchar en Vietnam. Becky es la reina social de la escuela secundaria que descubre el derrape en la contracultura del sexo, las drogas y el rock ‘n’ roll. El hermano menor, Perry, es un dealer de drogas inadaptado con un altísimo coeficiente intelectual, una bola sin manija que gira a toda velocidad con objetivo desconocido.
Franzen narra estas historias y sus derivaciones con tanta habilidad y calma que en algunos momentos puede parecer que está en piloto automático a velocidad crucero, al estilo de John Updike. Pero el personaje que realmente parte la novela al medio, y que es uno de los personajes gloriosos de la reciente ficción estadounidense, es Marion, la esposa de Russ.
Al principio Marion es como un mamarracho, casi un cero a la izquierda, la esposa de un pastor con sobrepeso, invisible excepto como una “cálida nube” materna. Russ, a quien la gente le encuentra similitudes con Atticus Finch (el de Matar a un ruiseñor) o Charlton Heston, siente vergüenza de Marion y de su “lamentable cabello, su maquillaje inútil, la perjudicial elección de su vestido”.
Marion es otra de las mujeres torpes y sufridas de Franzen, como Enid Lambert y Patty Berglund, que completan el círculo. Franzen va despegando metódicamente las capas de la vida de Marion, capas que su esposo y sus hijos en gran parte desconocen: su internación de varios meses en un hospital psiquiátrico cuando tenía 20 años, su romance proscrito con un vendedor de autos casado en el Oeste, un aborto conseguido solo por la intercesión de un hombre que la viola repetidamente durante varios días.
Y a mitad de la novela, Marion se despierta y se da cuenta de que “era una madre con cuatro hijos con el corazón de una chica de veinte”. Se dice a sí misma que no es una buena persona, que miente, que roba joyas. Más adelante en la novela, dinamita la poca vanidad que le queda a Russ. Por momentos, a ella solo parece aplicársele la lógica del diablo.
En Encrucijadas la acción es un flujo y reflujo hacia varias escenas de elevada intensidad. Una ocurre durante un cóctel, otra en territorio navajo, en Arizona, donde el grupo juvenil de la iglesia se ha ido de retiro.
Flannery O’Connor hablaba del “momento de la gracia” que aparece en muchos de sus cuentos, “ese momento en que la gracia es ofrecida, y generalmente rechazada”. La novela de Franzen está llena de esos momentos. Son las pruebas que la mayoría de los que leen tienen miedo de no poder superar. “Era raro que la autocompasión no esté en la lista de pecados mortales”, pensó Russ. “Ninguno ha sido más letal”.
(Traducción de Jaime Arrambide)
Encrucijadas
Por Jonathan Franzen
Salamandra. Trad.: Eugenia Vázquez
640 páginas / $ 2999