Lecturas: Cómo vemos la muerte, de los ritos funerarios a la secularización
Morir en Occidente, clásico de Philippe Ariès, recuerda hasta qué punto algunas representaciones de la muerte continúan vigentes, pero también, con otros libros, cuánto cambiaron desde el siglo XX hasta el presente
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Quien se asome a la historia de todo lo imaginado, experimentado y elaborado alrededor de las costumbres vinculadas a la muerte humana ingresará, inevitablemente, a uno de los grandes centros nodales de la “historia de las mentalidades”. Pero ¿cómo se reconstruye algo tan inmaterial como una mentalidad a través del tiempo? En primer lugar, desviando las perspectivas historiográficas que solo contabilizan cifras y ordenan grandes acontecimientos para redirigirlas hacia “el valor de verdad que tiene la ilusión misma en la que vivieron los contemporáneos”, como escribe el historiador francés Philippe Ariès (1914-1984) en la nueva edición de su clásico Morir en Occidente. Desde la Edad Media hasta nuestros días.
Historizar mentalidades, por lo tanto, requiere adentrarse en la antropología, la arqueología, el estudio de las religiones, los devenires de la técnica y también en los de la economía y la política. Pero ese recorrido no debe perder de vista la reivindicación de las fantasías y los detalles inadvertidos o imaginarios que, en determinados períodos de la historia, conformaron un modo colectivo de atravesar la existencia.
En el caso de Ariès, su trabajo acerca de las costumbres funerarias europeas entre los siglos XII y XIX, publicado por primera vez en 1975, ilumina todavía los motivos por los cuales la posición en que se exhibe un cuerpo muerto ha cambiado (hasta el siglo XII se privilegiaban los brazos extendidos en cruz y la cabeza en dirección a Oriente, hacia Jerusalén) y también explica el origen de ciertas representaciones de la muerte muy vigentes en la actualidad.
Una de las más habituales se repite en las innumerables películas que, hasta el día de hoy, incluyen la consabida escena en la que aquel a punto de morir ve pasar ante sus ojos la totalidad condensada de su vida. Esta fantasía (a veces refrendada por quienes atraviesan una situación real cercana a la muerte) nació entre los siglos XIV y XV, al forjarse una nueva relación entre la muerte y la biografía de cada individuo particular. Hasta entonces aceptada como algo que ocurría a todos por igual y que únicamente era juzgado por Dios, la muerte comenzó a “personalizarse” hasta el punto en que aquella condensación rápida de la vida, previa al último suspiro, le otorgaba al “muriente” el privilegio de un balance definitivo e individual de su paso por el mundo terrenal.
Pero este y otros “manuales de preparación devota para la buena muerte”, como los llama Ariès, cayeron en desuso a partir del siglo XVIII. En su lugar, aparecerían procesos con los que hoy también estamos bien familiarizados, como los que formulan la burocracia funeraria estatal o los protocolos paliativos médicos. Estos no solo aspiran a eliminar cualquier rastro excesivo, público o privado, de la muerte (con la idea de que esta es un final definitivo y frustrante para toda la sociedad), sino que, en ciertos casos, despojan a quien va a morir de la libertad de criterio e incluso de la conciencia para afrontar su final.
En este punto, Los crímenes del comunismo, del ensayista italiano Gianluca Falanga (Salerno, 1977), permite cruzar la historia de las mentalidades en torno a la muerte con la historia de cómo el poder ha imaginado e instrumentalizado a la muerte misma como una herramienta política-ideológica principal.
No sin antes aclarar que sería absurdo (e históricamente erróneo) juzgar las experiencias comunistas diseminadas durante el siglo XX como una totalidad homogénea, Falanga aborda la manera en que el dogmatismo estalinista que rigió en la Unión Soviética entre 1922 y 1953, por ejemplo, transformó a la muerte en un terror masivo del cual cualquiera podía ser víctima, ya que “se mataba para satisfacer cuotas establecidas y muchos morían sin conocer siquiera el motivo por el cual eran asesinados”.
Bajo esta reestructuración radical del morir, tanto la represión sistematizada como su extensión a la resistencia más íntima del individuo soviético trastocaron muchos de los significados socialmente aceptados hasta entonces acerca de la frontera final de la vida y sus formas. Así, para exterminar a los “elementos indeseables” de la revolución, el Estado estalinista se convirtió en juez y poseedor absoluto de los misterios y las ceremonias de la muerte.
En el siglo XXI, por otro lado, nuestra convivencia completamente secularizada con la muerte pasó de una etapa de negación (entre diagnósticos médicos esperanzadores hasta el autoengaño y cementerios neutrales como un campo de golf) a la fe en la superación del traspié del ocaso gracias a los hipotéticos milagros de Silicon Valley.
Sobre este horizonte, más empresarial que metafísico y usurario antes que imperecedero, el filósofo italiano Davide Sisto especula en Puercoespines digitales, publicado en 2022, acerca de si el almacenamiento digital de “los testimonios biográficos e históricos de nuestro paso sobre la tierra” podría seguir señalando nuestra presencia en el mundo, “imperturbable frente al límite propio de los seres humanos”. ¿Podría ser esta la clave para transgredir los límites entre la vida y la muerte?
Si estas fantasías transhumanistas hablan solo en beneficio de un negocio privado de aspiraciones eternas es un detalle en discusión. Basta considerar que casi todas las hipótesis de Sisto que cuestionan la superación de la muerte a través de una migración subjetiva a las redes se basan en los planes de Mark Zuckerberg para el “Metaverso”, un ambicioso proyecto de realidad virtual que, para bien o para mal, sufrió su propia muerte comercial, súbita e indolora, por recortes de presupuesto, en abril de 2023.
Morir en Occidente
Por Philippe Ariès
A. Hache. Trad.: Víctor Goldstein
278 páginas, $ 8900
Los crímenes del comunismo
Por Gianluca Falanga
Edhasa Trad.: Diego Bigongiari
185 páginas, $ 5200