Lecturas: Cómo la literatura cuenta la guerra de Malvinas
El cuadragésimo aniversario del conflicto en el Atlántico Sur trajo una renovada bibliografía histórica y testimonial, pero también narraciones de ficción que abordan la tragedia desde nuevos puntos de vista, como Para un soldado desconocido, de Federico Lorenz y la compilación La guerra menos pensada
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La cifra simbólica y redonda del cuadragésimo aniversario de la guerra de Malvinas ha disparado en el mercado local, de manera previsible e imprescindible, una catarata de libros que amplían la discusión y agitan un imaginario del que muchas veces los argentinos parecen hacer lo imposible para desprenderse, aunque se lo lleve tatuado con sangre. Malvinas es el escenario de una contradicción: por un lado, la tensión entre la reivindicación histórica y la empatía respecto de los caídos en la guerra y de sus familias; por otro, el contexto en el que se desarrolló, y también la hipótesis distópica de adónde hubiera empujado un triunfo en la contienda. También existe, en el episodio Malvinas, una disputa entre el ejercicio de mirar hacia afuera y el mucho más infrecuente de mirar hacia adentro, incluyéndonos en aquel fervor y su diálogo con los horrores que entonces todavía eran parte del presente.
Ese voluminoso corpus de publicaciones, recientes o flamantes –entre las que parece insoslayable, por ejemplo, por su enfoque original, Escuchar Malvinas: músicas y sonidos de la guerra, compilado por Esteban Buch y Abel Gilbert–, reaviva paradójicamente la evidencia de la escasa aparición, en términos relativos pero atentos a su relevancia, de ficciones en las que la Guerra de Malvinas sea el núcleo o al menos una de sus líneas troncales.
En el vértice de todas ellas se encuentra Los pichiciegos, de Fogwill, novela que el año próximo soplará también su cuarta década, pero que fue escrita al calor de las bombas, mientras la guerra todavía se desarrollaba, en escasas pero febriles jornadas que el mito reduce cada vez más. Ya en los años 90, Daniel Ares publicó en Ediciones de la Flor –el mismo sello de la edición original del libro de Fogwill– una novela que hoy pocos rememoran, titulada Banderas en los balcones y protagonizada por un corresponsal, en la que entre otras notas corrosivas irrumpe la idea de que “ya ni siquiera la derrota nos pertenece”. Más constante es el recuerdo de Las Islas (1988), de Carlos Gamerro, escrito en clave policial, y sobre la que se acaban de recopilar textos sobre su recepción crítica (Volver a Las Islas, a cargo de Rolando J. Bompadre). También habría que mencionar la ficción autobiográfica de Franco Vaccarini, Nunca estuve en la guerra, de 2012, y la fresquísima Ovejas, de Sebastián Ávila. No mucho más.
Para un soldado desconocido, de Federico Lorenz (1970) –notorio especialista en el tema del que también acaba de salir Malvinas. Historia, conflicto, perspectivas–, es una de las ficciones que por estas fechas llegan para reponer esa deuda parcial. Quizá valga ajustar la manera equívoca en que la cotidianidad emplea el término ficción, como sinónimo de mentira o mera fantasía; se trata en verdad de una dimensión paralela, un campo de representación. Lorenz extrema, en cierto modo, lo ficcional, a partir de un núcleo silencioso, ausente: la suya es una novela, podría decirse, sin protagonista. Está la figura del Negro, sí, ese soldado o más bien colimba que muere cruel y anónimamente, al que sus compañeros cubren con una manta al momento de abandonarlo como si el cuerpo que ya comenzaba a enfriarse pudiese aún sentir algo; pero la supervivencia de su recuerdo pende de unos pocos trazos, un puñado de escenas que para algunos son como aguijones pero que ni siquiera la estatua que le han construido en el pueblo logra solidificar.
El testimonio de la que fue su novia antes de la guerra, durante un breve tiempo –y a la que los demás juzgan con dureza por el inevitable hecho de haber continuado con su vida–, ilustra esa evanescencia: el Negro es a esta altura, para ella, naturalmente poco más que un sueño lejano. El de esa mujer es uno de los treinta y un monólogos breves –la mayoría de personajes cercanos al Negro– sobre los que Lorenz monta la novela, una estructura polifónica que en última instancia se presta a demostrar que cuanto más se dice, más se agiganta aquel vacío, y que el epígrafe de Vasili Grossman (el autor ruso de la monumental Vida y destino) en torno de lo desdeñable de cada migaja de existencia bajo el manto de la muerte, preanuncia y delimita.
Otro de los libros de ficción que el aniversario de la Guerra ha convocado por estos días, aunque también incluye crónicas o memorias, es La guerra menos pensada, una antología de autores –no así de textos, escritos estos para la ocasión– de infrecuente calidad para este tipo de producciones ad hoc. Compilado por Victoria Torres y Miguel Dalmaroni, y prologado por Sergio Olguín, el libro alimenta en la progresión de cada texto la hipótesis subterránea de que un hecho de semejante magnitud, un cimbronazo como el de la guerra de Malvinas, resulta tan omnipresente como inabarcable.
A partir de allí, vérselas con ese material significa escenificar aproximaciones, rodeos, coletazos, planes de evasión, sin poner casi nunca un pie en las islas. Tanto “Retaguardia”, de Jorge Consiglio, como “Ejército enemigo”, de Hernán Ronsino, parten de un marco burocrático, absurdo, para entreverarse luego con la guerra: en Consiglio, con la llegada de un grupo de combatientes; en Ronsino, bajo la forma de una patética utopía. Edgardo Scott y Carla Maliandi, a su vez, eligen –con estrategias bien distintas– desplazarse de la realidad quizá para que esta se vuelva menos irracional. María Sonia Cristoff hace de la intimidad, en “Ejercicios de oscurecimiento”, una delicada pieza de espionaje. Mauro Libertella, que nació un año después de la guerra, sacrifica la primera persona para preguntarse qué guerra, propia o ajena, será la que marque a su generación. Luis Gusmán abre la antología con un cross a la mandíbula: el narrador delante de la tumba de un combatiente, allá en la Puna, donde las islas parecen de cuento.
No hay duda de que Malvinas sigue siendo, como tanto se ha dicho, una herida abierta. Qué se puede hacer, se preguntaría acaso Charly García, salvo escribirla.
Para un soldado desconocido
Por Federico Lorenz
Adriana Hidalgo
137 páginas, $ 1700
La guerra menos pensada
Por Autores varios
Alfaguara
250 páginas
$2199