Lecciones para no perderse en la obra de Proust
Durante 2016, 2017 y 2018, el doctor en Letras Walter Romero –traductor, poeta, profesor universitario y ensayista– dio 24 clases (a razón de 8 por año) sobre la novela En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y guió la lectura de esa obra monumental a los inscriptos en ese curso que se desarrolló en el Malba. El grupo inicial fue de 40 personas, pero con el correr de los meses se sumaron otros concurrentes. En 2018, el curso se cerró con la asistencia de 80 proustianos recién “graduados”. El primer año, estuvo dedicado a Por el camino de Swann y A la sombra de las muchachas en flor; el segundo, a El mundo de Guermantes y Sodoma y Gomorra; y el tercero, a La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado.
"Uno de los aspectos más complejos y mejor tratados por Romero es la interminable, larguísima frase proustiana"
Como este año se conmemora el centenario de la muerte del escritor francés, el Malba consideró oportuno editar las lecciones proustianas. Lo hizo en su colección Cuadernos, el número 5: Formas de leer a Proust, de Walter Romero. El subtítulo es una aclaración importante: “Una introducción a En busca del tiempo perdido”. El libro, de 211 páginas, condensa en ocho clases las 24 dictadas por el autor, precedidas por un prólogo en el que Romero sitúa el momento cultural que se vivía en París a fines del siglo XIX y en las dos primeras décadas del XX. Por ejemplo, se refiere a la influencia que tuvieron los Ballets Russes de Diaghilev en la música y la coreografía contemporáneas, así como en la moda y la literatura. En ese panorama, también se ocupa del impresionismo, del cubismo y del comienzo de la abstracción en pintura. Romero comenta de qué modo Proust encara a los personajes de su obra como si los viera a través de un prisma; cada uno de ellos es varios al mismo tiempo; además, se multiplica durante el fluir temporal y las peripecias de la narración. Nunca se termina de conocer a todos esos yo, Ni siquiera la muerte detiene esa proliferación: hay revelaciones post mórtem.
En el prólogo, Romero aborda el aspecto social de la novela en la que sólo hay aristócratas, alta burguesía y servidores, que pueden cumplir funciones marginales. Uno de los aspectos más complejos y mejor tratados por Romero es la interminable, larguísima frase proustiana. Dice: “Proust cultiva una prosa que llamaríamos expansiva que habilita agregados o ‘prolongaciones respiratorias’ volviendo la frase una entidad del todo elástica”.
El acierto de estas clases de introducción es el tono y el nivel medio, justo, sin concesiones (pero donde todo se explica) con que el introductor se dirige al público o a sus lectores, Supuso, con razón, que el interesado en Proust es alguien con una base cultural no desdeñable y, si es alguien que parte casi de cero, como puede ser un adolescente (fue mi caso en la década de 1960), lo hace sabiendo que no le será tarea fácil, como no lo es un deporte o una pasión.
La introducción es exigente, clara y abordable. Con astucia, el profesor-ensayista, se vale de anécdotas divertidas, dramáticas o picantes, tomadas de las biografías de Proust escritas por Painter, Diesbach y Tadié, así como de escritos autobiográficos de autores como Jean Cocteau, Edmund Wilson, José Bianco y la princesa Bibesco, para amenizar las reflexiones tan enjundiosas como iluminadoras de Gilles Deleuze, Harold Bloom, Maurice Merleau-Ponty y Walter Benjamin, entre otros. Los especialistas encontrarán en estas páginas alguna teoría o algún dato bibliográfico que no conocen o que, en otro momento de sus vidas, han desechado. Por caso, recomiendo Monsieur Vénus, la novela de Rachilde (1860-1953), citada por Romero para deslindar las audacias y el estilo de Proust, de los de esa autora à scandale apodada “Madamoiselle Baudelaire”. Para el novato en los terrenos del petit Marcel, aconsejaría leer tras cada una de las siete novelas que componen À la recherche…, el capítulo correspondiente de Romero; de ese modo algunas frases spoiler del comentario no impedirán el asombro. Esa introducción allanará el camino del novicio y, al mismo tiempo, le permitirá admirar, aprobar y discutir algunas afirmaciones de Proust y de su apóstol porteño, o indignarse con ellas.