Laura Alcoba: “La escritura me reconcilió afectivamente con la Argentina”
Escrita originariamente en francés, con la Trilogía de la casa de los conejos la autora logró conjurar un silencio personal y familiar con fuertes resonancias políticas y sociales; ahora llega una nueva novela suya
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Su voz serena, con una cadencia sutilmente afrancesada, llega desde algún barrio parisino después de atravesar el océano Atlántico a través del teléfono.
El francés es la lengua que Laura Alcoba, escritora nacida en La Plata e hija de militantes montoneros, adoptó a los 10 años cuando pudo reunirse con su madre exiliada en Francia y encontró allí su destino definitivo. El francés es la lengua que le permitió contar su infancia clandestina durante la dictadura militar y las visitas a su padre en la cárcel y luego, la nueva vida, en otro idioma, lejos de su Argentina natal. En esa lengua, extraña al principio, escribió La casa de los conejos, El azul de las abejas y La danza de la araña, reunidos ahora en una trilogía publicada por Edhasa.
El tema de silenciar lo que tenía que ver con la situación política de mis padres, el exilio, la cárcel, me acompañó mucho tiempo”
En el primero, La casa de los conejos, Alcoba recupera la voz de esa niña en una casa platense cuya fachada era un criadero de conejos, pero donde en realidad funcionaba la imprenta clandestina del periódico Evita Montonera.
Eran tiempos de “embutes”, silencios, instrucciones precisas y un miedo aterrador. Allí Alcoba compartió un tiempo con los militantes montoneros Diana Teruggi y Daniel Mariani. Laura y su madre ya habían dejado la casa el 24 de noviembre de 1976, día que la policía y el Ejército argentino lo destruyeron todo. La única sobreviviente de ese operativo fue la pequeña Clara Anahí, hija de Teruggi y Mariani. Desde ese día de 1976 y hasta su muerte, en 2018, María “Chicha” Mariani buscó a su nieta desaparecida. Nunca la encontró.
En su segundo libro, El azul de las abejas, Alcoba retoma la correspondencia que mantuvo con su padre preso y en el tercero, La danza de la araña, relata la experiencia y el aprendizaje que le impuso el exilio.
En el origen de su escritura, cuenta Alcoba, algo importante sucedió en 2003: se animó a escribirle un correo electrónico a Chicha Mariani sin saber si se acordaría de ella. Se habían visto apenas un par de veces, en 1976. “Y la respuesta de Chicha literalmente fue: ‘Yo pensaba que vos y tu mamá estaban muertas’. Y realmente tuve la necesidad de volver a ese lugar que me rondaba en la cabeza, la casa de La Plata y, además, tuve la necesidad de decir ‘no estoy muerta, tengo que escribir’. Creo que esa frase está en el origen de la escritura: ese impulso que tenía que ver con algo muy profundo y vital que sentía como necesario”, explica. Desde entonces, Alcoba vuelve al pasado y trabaja sobre las huellas de la memoria.
“Muy pronto tuve la conciencia de que había toda una serie de cosas de las que no podía hablar”, dice al recordar esa infancia clandestina, una geografía de secretos y universos paralelos, tabicados. “Pasar del espacio de la clandestinidad al de la no clandestinidad era siempre particularmente difícil y yo sabía que había muchas cosas que no podía llevar conmigo al otro lado. Había una frontera interior”, dice la autora sobre esa experiencia infantil tan diferente de otras.
Ahora acaba de publicar en Francia Les rives de la mer Douce (Las orillas del mar dulce) sin fecha de publicación en la Argentina todavía, donde vuelve a explorar el origen y el proceso de su escritura. Y pronto se publicará A través del bosque, su novela anterior, en el país, traducido al español por Eduardo Berti. El libro, muy bien recibido por la crítica, está inspirado en un terrible drama familiar que tuvo lugar en París a mediados de los ochenta.
–¿Cuándo y por qué tuvo la necesidad de escribir sobre un material autobiográfico? ¿Cómo fue ese proceso?
–Realmente, el inicio de la escritura fue una forma de necesidad. De hecho, acabo de publicar aquí en Francia Les rives de la mer Douce, un libro donde evoco cómo entré en la escritura y cómo fue la necesidad vital de escribir primero La casa de los conejos y los libros que vinieron a continuación, cómo fue ese arranque, que sentí, diría, casi como una necesidad física.
–¿Fue una catarsis? ¿Un ajuste de cuentas con la propia historia?
–La expresión “ajuste de cuentas” no me gusta mucho, pero creo que fue la toma de conciencia de que estaba viva, de que estábamos vivas mi madre y yo; y que podríamos haber muerto. Antes de volver a la casa de los conejos por primera vez, que fue en 2003, yo había tenido un intercambio por mail con Chicha Mariani, con quien no había tenido contacto desde ese 1976 siniestro. Ella me había visto un par de ocasiones en ese año. Ni siquiera sabía si se acordaba de mí. Y la respuesta de ella literalmente fue: “Yo pensaba que vos y tu mamá estaban muertas”. Y realmente tuve la necesidad de volver a ese lugar que me rondaba en la cabeza, y, además, la necesidad de decir “no estoy muerta, tengo que escribir”. Creo que esa frase está en el origen de la escritura: ese impulso que tenía que ver con algo muy profundo y vital que sentía como necesario.
"Yo llegué a Francia con diez años, me formé en Francia, fue natural para mí escribir en francés"
–Usted lo escribe en francés originalmente y viviendo en Francia. ¿Cree que para hacerlo necesitaba esa distancia geográfica de la Argentina y una distancia respecto de la lengua materna?
–La toma de distancia geográfica se dio por las circunstancias. Yo llegué a Francia con diez años, me formé en Francia, fue natural para mí escribir en francés. Cuando se publicó La casa de los conejos en la Argentina tomé conciencia de la extrañeza de escribir a partir de una serie de emociones que estaban grabadas en mí en castellano, y de haberlo explorado desde el francés. Y cuando en la Argentina una serie de personas vinieron a verme diciéndome que habían vivido algo similar, pero que todavía no lo podían formular y contar, tomé conciencia de que probablemente el francés me había ayudado. Yo estaba en el francés como idioma, pero conectaba con la Argentina y con una memoria argentina muy particular. O sea que fui a buscar esa memoria de la Argentina gracias al francés. Y sí: creo que el francés me ayudó.
–Usted escribió ese libro en secreto, podríamos decir, en la clandestinidad: su madre no supo de su escritura hasta que usted se lo dio a leer cuando una editorial mostró interés publicarlo.
–Sí, se lo di para que me dijera si no le dolía que yo publicase ese libro, porque sabía que para ella era muy doloroso. De hecho, le cuesta muchísimo, por no decir que es casi una imposibilidad para ella evocar ese momento. Si bien mi presencia en ese lugar era el resultado de su elección, de la elección de mis padres, no de la mía, al mismo tiempo yo iniciaba el hecho de romper el silencio. Y eso planteaba una serie de problemas. Le pedí que leyera el libro antes de firmar el contrato porque no quería que se sintiera herida por la publicación y quería tener, en cierto modo, su visto bueno, su autorización moral. No quería pelearme con ella. Ella lo leyó de corrido.
–¿Y qué le dijo?
–Me dijo dos cosas: primero, “no sabía que te acordabas de todo esto”. Eso te da la idea de lo que era la ausencia de relato en la familia. Entre mi madre y yo, pero de manera global en la familia, había una especie de gran silencio sobre ese episodio. Después de esa frase le dije: “Si se publica, ¿te molesta?”. “No, creo que me hace bien que le hayas dado esta forma”. Pero no me dijo más nada. En El azul de las abejas mi padre está en el centro del libro, así que antes de la publicación le pedí que lo leyera porque yo me había metido con la correspondencia, fotografías y cosas que él podía sentir como personales. Entonces le hice el mismo pedido: si podía leerlo y si le molestaba que lo publicara. Él se emocionó mucho, se conmovió mucho. En cierto momento pensé que había terminado de contar todo lo que quería contar con ese libro. Y en un encuentro que se hizo acá con unos estudiantes que trabajaban sobre El azul de las abejas, tomé conciencia de que en el final de ese libro mi padre estaba en la cárcel, y me pareció imposible dejarlo en la cárcel.
–Porque su padre es liberado y ustedes se reencuentran en Francia.
–Sí. Pensé: “Tiene que salir de la cárcel en un libro mío. Lo tengo que sacar de la cárcel”. Me pareció incluso que simbólicamente era muy fuerte que lo hubiese dejado en la cárcel, y entonces decidí escribir lo que fue finalmente La danza de la araña. Ese tercer libro tenía como objetivo hacer salir a mi padre de la cárcel.
–¿Cuándo se da cuenta de que usted había tenido una infancia muy diferente de otras, sin los dramas “normales” de una infancia cualquiera?
–Es difícil contestar esa pregunta. Creo que inmediatamente, porque muy pronto tuve la conciencia de que había toda una serie de cosas de las que no podía hablar, que no podía evocar cuando pasaba del espacio de la clandestinidad a la no clandestinidad. Pasar de un espacio a otro era siempre particularmente difícil y yo sabía que había un montón de cosas que no podía llevar conmigo al otro lado.
–¿Por ejemplo?
–Cuando iba a la casa de mis abuelos yo sabía que no podía evocar todo lo que tenía que ver con la militancia de mis padres. O sea que había una frontera interior: yo pasaba constantemente de un lado a otro, y es un aprendizaje muy particular que tuve de pequeña. Sabía que era algo que me aislaba, que hacía que fuera diferente. Había algunos chicos con los que podía compartir esa geografía extraña, pero había una gran mayoría con los que no la podía compartir. Cuando mi madre logró salir y pudo exiliarse en Francia, mi padre estaba en la cárcel y yo vivía con mis abuelos. Iba a la escuela. Estuve dos años y medio esperando reunirme con mi madre, pero con los chicos de la escuela yo no decía que mi madre estaba en el exilio y no les decía que mi padre estaba en la cárcel. Digamos, tenía compartimentos dentro de mi cabeza. Y eso es algo de lo que forzosamente uno toma conciencia inmediatamente. El tema de silenciar todo lo que tenía que ver con la situación política de mis padres, el exilio, la cárcel, me acompañó mucho tiempo. Y después, cuando llegué a Francia, yo no evocaba con los chicos con los que me cruzaba que mi padre estaba en la cárcel, eran cosas totalmente separadas, porque sabía que no lo podrían entender y era difícil explicar lo que significaba la cárcel en ese contexto. O sea que ese sentirse con una geografía muy particular es algo que me acompañó siempre.
"No me siento cercana en absoluto de ese tipo de testimonios y de palabras de lo que fueron los dirigentes, la conducción de Montoneros"
–Usted tuvo que aprender a callar y, también, a vivir con miedo. ¿Cuándo dejó de tener miedo?
–Yo creo que no se fue.
–¿La marca del miedo quedó para siempre?
–Sí. Es una huella para siempre y que hoy se llena con otras cosas, pero creo que el miedo es algo que me quedó para siempre.
–¿Cómo es su relación afectiva y emocional hoy con la Argentina?
–Fuerte. El hecho de que mis libros se hayan publicado ahí, las relaciones que puedo tener con escritores, eso para mí tiene una importancia muy fuerte. En cierto modo, la escritura me acercó mucho a la Argentina y eso me reconcilió afectivamente con la Argentina.
–Usted tiene tres hijos. ¿Qué se jugó en la maternidad de esa Laura que atravesó lo que le tocó vivir cuando tuvo sus propios hijos?
–Mi escritura tuvo que ver con la maternidad. Yo tengo dos hijos varones y una hija mujer, que es la tercera. Y creo que el nacimiento de mi hija, que se llama Hélène, tuvo que ver también con esa necesidad tan fuerte de escribir. Probablemente porque el recuerdo de Diana y de Clara Anahí se volvió como una forma de obsesión: yo recordaba a Diana particularmente. A Clara Anahí yo no la conocía, nació después de nuestra partida. Yo había vivido en una casa en que una madre y una hija habían sido separadas por la muerte y por el secuestro de Clara Anahí; y eso se había vuelto un recuerdo que me obsesionaba en la figura de Diana. Creo que eso se mezcló con ese impulso vital de escribir y tuvo que ver con mi tercera maternidad.
–¿Se enojó con lo que te tocó vivir de pequeña? Y en ese caso, ¿pudo hacerlo sin culpa?
–Sigo sin saber contestar esa pregunta. Cuando empecé a escribir La casa de los conejos tenía otra idea del libro que esperaba poder escribir y me salió esa voz infantil a la que, de cierto modo, le hice la guerra. Yo decía: “No puede ser, en todo caso tengo que acompañarla con una voz adulta”. Y esa voz adulta no me salía. Y ahora, en el libro que se acaba de publicar acá, Las orillas del mar dulce, hay un pequeño capítulo donde vuelvo a evocar, para que se entendiese todo el resto, a La casa de los conejos y, de nuevo, vino una voz infantil como si yo no pudiese salir de ese lugar. Y ese capítulo se integra dentro de un libro muy diferente donde sí evoco otros temas con distancia y desde una voz adulta, pero al evocar ese episodio de La casa de los conejos me volvió la voz infantil como si no pudiese salir de ella. Y yo creo que eso tiene que ver con que no sé contestar tu pregunta, con que no pude ni enojarme ni no enojarme. Cuando toco esas emociones, vuelvo a un presente de ese momento, como si el tiempo no hubiese existido. Por más que pase el tiempo, ¡y tanto tiempo!, ese tiempo no pasa.
–En uno de los libros se hace mención a los militantes de base que siguen en la Argentina en los años 70 mientras la conducción de Montoneros ya había dejado el país. Hace poco uno de ellos habló del “éxito” de la Contraofensiva. ¿Eso le duele? ¿La enoja? ¿Prefiere no enterarse?
–La verdad, prefiero no enterarme. Lo que yo traté de escribir es desde otro lugar. Preferiría no contestar, es muy complicado. Pero en todo caso no me siento cercana en absoluto de ese tipo de testimonios y de palabras de lo que fueron los dirigentes, la conducción de Montoneros. No es algo de lo que me sienta cercana en absoluto.
ESCRIBIR EN LA LENGUA DE ADOPCIÓN
PERFIL: Laura Alcoba
■ Laura Alcoba nació en La Plata. Vivió hasta los 10 años en la Argentina antes de radicarse en París.
■ Se licenció en Letras en l’École Normale Supérieure. Es profesora universitaria, editora y traductora en Francia.
■ Ha escrito las novelas La casa de los conejos (2008), Jardín blanco (2010), Los pasajeros del Anna (2012), El azul de las abejas (2015) y La danza de la araña (2018). Fueron publicadas originalmente en francés por Gallimard.
■ Pronto se editará en español la novela A través del bosque (Edhasa). Su último libro es Les rives de la mer Douce.
■ Por La danza de la araña recibió en 2017 el Premio Marcel Pagnol.
■ Su obra fue traducida al alemán, el inglés, el italiano, el serbio y el catalán.