Las últimas fichas de un kirchnerismo en apuros
El kirchnerismo decidió recordar su existencia cuando descubrió que la presidencia de Javier Milei está en el peor momento desde diciembre de 2023. Sus jefes, dispersos y enfrentados, se sienten obligados a mandar al frente a los suyos sin considerar un dato de primera importancia.
Esa clave esencial es que el peor momento de Milei hasta ahora no es sin embargo un trance catastrófico; en realidad, se parece a la circunstancial conjunción de errores no forzados que nos hemos acostumbrado a ver, como los discursos disparatados, la dudosa conducta del “triángulo de hierro” salpicado por el criptogate y un complejo desafío económico financiero por los efectos inmediatos del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
"La economía única llave maestra para garantizar un triunfo libertario en las elecciones de octubre está ahora entre turbulencias y enciende expectativas dormidas en los opositores"
Observado desde el peso electoral que pueden tener esos ingredientes combinados en el primer trimestre del año, es más que evidente que la economía es el único elemento decisivo.
Milei ganará o perderá en las elecciones de octubre según sea aprobado o bochado por la reducción de la inflación, la recuperación del empleo y los ingresos y la confianza en el futuro económico. Esa llave maestra pasa por turbulencias y enciende expectativas dormidas en los opositores.
Hablar contra el wokismo en Davos es llamativo, pero no relevante a la hora de los votos. Promocionar una moneda virtual que resulta una estafa multimillonaria es grave, aunque el estómago promedio de los argentinos se haya acostumbrado a tragar sapos en forma de actos de corrupción según y conforme le convenga al interés o la afinidad de cada uno.
El decentismo, como alguna vez fue llamado desde lo alto de una cierta soberbia, nunca será popular en la Argentina. Milei se beneficia en estos días de la indiferencia social ante el criptogate como antes les ocurrió a los Kirchner, Menem y otros frente a diferentes hechos escandalosos.
"En la salida a la calle de las fuerzas de choque del kirchnerismo está la huella de la sobreactuación sobre la situación de Milei"
En la salida a la calle de las fuerzas de choque del kirchnerismo está la huella de la sobreactuación sobre la situación de Milei. Intenta encontrar un imán para su clientela en dispersión, y lo hace tomándose de los dolores permanentes de la sociedad, como la penosa situación de los jubilados.
De lo que se trata, en realidad, es de reunir la tropa, aprovechando que en una parte del electorado se acentúa la convicción de que con Milei no habrá recuperación posible de los ingresos. Son votos de los grandes centros urbanos que el kirchnerismo cuenta como propios, aun cuando en 2023 una fracción de ese histórico apoyo se desvió hacia los libertarios.
Algo consiguió la irrupción en la calle de las barras kirchneristas: por un par de semanas salió de la agenda mediática la difusión de los crímenes que a diario sacuden a los vecinos del conurbano bonaerense. El mileísmo se venía regodeando con esas desgracias (supuestamente) ajenas cuando la violencia en la Plaza del Congreso, dos semanas atrás, recordó la capacidad de daño del peronismo. Nada extraño para los años electorales que empiezan ruidosamente antes de que termine el verano.
"Entre los libertarios campea ahora, peligrosa, la convicción de que el hartazgo social que habilitó un drástico cambio de rumbo económico también se conserva para habilitar una política de orden público sin contemplaciones"
El kirchnerismo encontró en la gestión libertaria algo que no había sufrido antes. Milei no se avergüenza del ajuste que ejecuta para cuadrar las cuentas; al contrario, lo celebra como el mayor de la historia. Afirmación incomprobable, por lo demás.
Con el mismo tono desafiante hasta la temeridad, Milei y Patricia Bullrich reivindican la mano dura para controlar la violencia en las protestas callejeras. Es más, en los afiches preventivos usaron la palabra “represión” como un signo contracultural. Décadas de eludir la palabra por sus connotaciones con la dictadura quedaron atrás.
Mientras –como en el caso del miércoles 12 de marzo– envía a su gente a tomar por asalto el Congreso para impedir su funcionamiento, el kirchnerismo repite la acusación de dictador contra Milei como tan livianamente lo hizo con Mauricio Macri. El actual presidente toma esa imputación poco menos que como un atributo y devuelve el agravio acusando de golpistas a sus adversarios. Es un peligroso juego de espejos cruzados.
En la táctica de la violencia callejera hay un interés concreto del kirchnerismo: romper la aceptación del restablecimiento del derecho a circular y lograr una mutación de la opinión pública por la vía de la exhibición de víctimas ensangrentadas.
Ese chantaje ya había sido planteado a los gobiernos nacional y porteño del macrismo, que evitaron todo lo que pudieron el restablecimiento del derecho a circular y hartaron a los vecinos con los cortes piqueteros.
Entre los libertarios campea ahora, peligrosa, la convicción de que el hartazgo social que habilitó un drástico cambio de rumbo económico también habilita una política de orden público sin contemplaciones.
Un gas lacrimógeno lanzado por un gendarme que hirió gravemente a un fotógrafo es un aviso para un gobierno siempre dispuesto a doblar la apuesta. Una cosa es mantener el rumbo y otra, distinta, acelerar hasta provocar un choque innecesario.
Dentro del Congreso, el kirchnerismo recibió más noticias dolorosas. Perdió hace tiempo la capacidad de oponerse a las mayorías parlamentarias que votan a favor de renovar los acuerdos con el FMI. Pero conserva, aunque herido, el poder de enviar el mensaje a la Argentina y al mundo de que en cualquier momento puede regresar y reponer el pasado.
Cristina observa con preocupación cómo el peronismo del interior se desgrana. La jefa tiene problemas notorios para retener provincias importantes para el peronismo como Tucumán, cuyo gobernador, Osvaldo Jaldo, analiza una alianza con Milei.
El problema más grave lo tiene más cerca. Una batalla por el control del poder la espera frente a Axel Kicillof. Esa pelea no tiene necesariamente que darse, pero es ineludible que haya una definición sobre quién manda en la principal fuerza opositora.
Kicillof espera un reconocimiento que Cristina no está dispuesta a darle. Se subordina o la enfrenta, tal la síntesis de la pelea en el grupo que maneja a su antojo el casi octogenario partido de Perón.
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