Las sutiles variaciones de Álvarez Tuñón
Hay algo importante en el currículum del escritor Eduardo Álvarez Tuñón que siempre se omite porque es más bien un rasgo de personalidad. Se lo presenta habitualmente como poeta, cuentista, novelista, académico de la Academia Argentina de Letras, abogado, juez nacional y fiscal general. Como poeta, es autor, entre otras obras, de El amor, la muerte y lo que llega a las ciudades (1980); La Secreta mirada de las estaciones (1987); y La ficción de los días (2013). Publicó las novelas, El Diablo en los ojos (1994); El desencuentro (1999); Las Enviadas del final (2009); y La mujer y el espejo (2016); y los libros de cuentos: Reyes y mendigos (2005); Armas blancas (2012); El tropiezo del tiempo (2019); y hace poco más de un mes, Donde la luz se pierde (Edhasa).
Ese detalle omitido de Álvarez Tuñón es el histrionismo heredado de su padre, el actor Mirko Álvarez (1925-1961), que desplegó hace unos meses en el acto de su incorporación en la Academia Argentina de Letras, cuando leyó el texto de su presentación, “La seducción de narrar y la presencia del cuento en la literatura”. El teatro, la delgada línea que divide la realidad de la ficción, y la representación en la vida cotidiana, son los temas de los relatos de su libro Donde la luz se apaga. Las 300 páginas abundan en peripecias; melancolía, gracia; y reflexiones dignas de moralistas franceses del siglo XVII y XVIII. En verdad, el autor es un fino poeta y sufrido ciudadano de la Argentina. Sabe que, para escapar de la tristeza, del anonimato y la decepción, hay en esta tierra tres caminos principales: matar, suicidarse, o rendirse y dejar que la luz la apaguen: de eso, trata el último cuento, “Los verbos sagrados”: matar para ser.
En el primero de los relatos, “Los despojos de los días”, un hombre víctima y héroe solitario de un amor no correspondido sufre las torturas del narrador de La prisionera y La fugitiva, de Proust, pero sin glamour y con austeridad, silencio y secreto de monje fanático. “Risas y aplausos” es la historia de dos muchachos amigos que descubren cómo entrar gratis en un teatro de revistas de mediados del siglo XX, el Maipo, en calidad de claques: Entre las claques, hay no sólo hombres rijosos; también hay un enamorado. El amor es contagioso y tiene consecuencias.
“La eternidad de un sastre” es uno de los puntos más altos del libro. El protagonista, Elías, encarna otra de las constantes de los personajes de Álvarez Tuñón, la ambición de trascender, de dejar una marca personal hasta en una labor aparentemente prosaica y rutinaria como la confección de ropa de medida, elevada a la perfección. Elías aspira a entornar la puerta de lo eterno también de otro modo: trata de transmitir el fervor por las obras de teatro y los libros inmortales que presta y comenta a sus clientes. La biblioteca adquiere un nivel superior, cuando el sastre incluye libros en idish. Esa colección escrita en una lengua marginal lucha contra la extinción. Pero cada vez que Elías pone su esperanza de eternidad en algo nuevo, el tiempo y las circunstancias lo derrotan. Ese hecho atormenta a los personajes de Álvarez Tuñón. Por caso, la única manera de retener un amor es enamorarse de alguien perfectamente inasible, cuya persecución nunca cese, como en “El despojo de los días”. El único modo de aferrarse a la inmutabilidad de una profesión es ser el clisé, por ejemplo, de un militar, de un sacerdote, de un médico, como en “El viaje del silencio”, en el que tres jóvenes amigos buscan rescatar la amistad de la niñez en una aventura que desemboca en un terrible desengaño.
En algunos de los relatos, el final es una decepción que el autor le hace pisar al lector como si quisiera mostrar que los géneros literarios pueden, a veces, jugar con las reglas y anular el acostumbrado final de gran efecto. Es el caso de “Los despojos de los días”, “El viaje del silencio” y “Los verbos sagrados”.
La forma clásica de las obras de Álvarez Tuñon deja a un lado el exhibicionismo fastidioso de las vanguardias; y halla la novedad en variaciones sutiles que están, pero no incomodan: supremo regalo.