Las nubes también merecen tener su día
A fines del año pasado, se publicó en Francia La fin des nuages, de Mathieu Simonet, ensayo y relato basado en una historia real en el que se fusionan el amor, la meteorología, la matemática, el derecho, la música y la literatura. Simonet es abogado, pero dejó esa profesión para dedicarse a escribir y a su actividad de performer que, entre otras cosas, pone en contacto a grupos de desconocidos mediante la práctica en común de la escritura de sus vidas con fines terapéuticos; además, es autor de otros seis libros (Les carnets blancs, Les corps fermés, La maternité, Marc Beltra, roman autor d’une disparation; Barbe Rose, y Anne-Sarah K.
Simonet nació en 1975 y es el hijo mayor del primer matrimonio de Jacques Perrin (1941-2022), el gran actor de Crónica familiar, La busca, y Cinema Paradiso (interpreta a Salvatore, el protagonista, en su adultez); y multipremiado productor, en especial de documentales sobre la naturaleza. Perrin era el apellido de su madre; el de su padre era Simonet, retomado ahora por Mathieu.
La fin des nuages comienza en 2005 con el encuentro en una discoteca parisiense de Mathieu Simonet y Benoît Brayer, encargado de las acciones culturales de Fnacl Live, la empresa francesa más importante en la venta de libros, artículos fotográficos, electrónicos, música y videos. Esa misma noche, los dos se fueron a dormir a casa de Benoît. A la mañana siguiente, éste, seguro de su deseo, quería que esa relación fuera profunda e importante. No debía ocultar nada; por eso, durante el desayuno le contó a Mathieu su secreto: tenía un cáncer incurable. Simonet, a diferencia de Benoît, no estaba aún enamorado, pero le dijo que la enfermedad no era un impedimento para estar juntos. No pasó mucho tiempo y también él se enamoró. Se casaron. Serían una pareja muy unida durante quince años. Los separó la muerte de Benoît en 2020.
Entre las muchas actividades de Brayer, la de mayor repercusión era el Festival de Música al Aire Libre de Fnac, cuyo hermoso escenario se armaba en la explanada del Hôtel de Ville de París. Durante todo el año, Benoît temía que ese día lloviera y debiera cancelar la celebración. Le pidió a Mathieu que, dos semanas antes del acontecimiento, le informara cada año los menores cambios climáticos. Eso hizo que Simonet se interesara por las investigaciones para hacer llover mediante inseminación de las nubes con distintas sustancias, o para lograr que el cielo fuera de un azul puro. Se enteró así de que las manipulaciones científicas no producen siempre los efectos deseados. Un detalle mínimo, imprevisto y absurdo, que el matemático y meteorólogo Edward Lorenz ejemplificó con el aleteo de una mariposa, podría generar catástrofes climáticas remotas, imposibles de pronosticar (el “efecto mariposa”).
Tras la muerte de Benoît, Mathieu llegó a conjeturar que el último suspiro de éste quizá hubiera tenido una repercusión inesperada en un lugar lejano. Esa posibilidad lo llevó a conectarse obsesivamente con meteorólogos y periodistas para enterarse de algún hecho importante sucedido el mismo día y a la misma hora en que su esposo había expirado. Aquel suspiro final terminó por consolarlo: de él podría haberse derivado una serie causal incierta, pero no imposible: la huella póstuma de Benoît.
El peligro que representa la manipulación de las nubes hizo que Simonet elevara una petición a la ONU y a la Unesco para que dieran un estatus jurídico a las nubes destinado a protegerlas de acciones nocivas para el planeta. Dijo: “Las nubes son un bien común, por lo que se necesitan reglas comunes para compartirlas. Estas reglas comunes no deben determinarse por la ubicación geográfica en la que nos encontramos: las nubes circulan por todas partes. De la misma manera, no debe determinarse por las capacidades y la riqueza técnica de un país u otro”.
Simonet propone el 29 de marzo como Día Internacional de las Nubes. Entre tanto, invita a sus seguidores a que ese día se tiendan sobre la hierba y miren las nubes. Su propuesta lo condena a esperar la fecha señalada con temor que llueva, como Benoît: huella cercana y real.