Las ideas que deberíamos discutir, según “el capitán” de las charlas TED
Gerry Garbulsky analiza el debate en la Argentina y propone temas y enfoques para enriquecer la conversación pública
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En un país que gira desde hace décadas en una especie de debate circular, las charlas TED parecen una isla. Son un espacio de innovación, de propuestas y de enfoques creativos. Proponen voces que no suelen ser famosas pero que representan la creatividad y el talento en áreas de lo más diversas. Gerry Garbulsky es el director técnico, o el capitán, de esa especie de semillero de ideas. Licenciado en Física y doctorado en el prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), lo que mejor lo define tal vez sea su curiosidad. Es un apasionado por las preguntas; un buscador de modelos inspiradores y un cazador de ideas que valgan la pena ser transmitidas. Desde hace más de una década, TED Río de La Plata organiza un evento anual que convoca auditorios multitudinarios. El domingo 5 de diciembre será el de 2021, esta vez en el Parque Sarmiento de la ciudad. Pero también difunde sus charlas por todas las plataformas digitales y ha consolidado una comunidad que vibra a través de las ideas. En sus encuentros se practica un hábito que parece en vías de extinción: el de escuchar. De los valores del diálogo, el debate, la reflexión y la escucha en la escena pública, habla Garbulsky en esta entrevista.
El debate público en la Argentina parece poco permeable a ideas innovadoras; muchos lo ven dominado por la chatura y la monotonía, con dificultades para elevar la calidad y renovar la agenda de la discusión pública. ¿Cuál es tu perspectiva?
Para mí, el empobrecimiento del debate no es un problema exclusivo de nuestro país; es un tema global, al menos del mundo occidental. Las conversaciones se fueron polarizando, por distintas dinámicas que tienen que ver con la tecnología, las plataformas y las redes sociales. Fuimos construyendo grietas en distintas dimensiones, no solo en la política sino en casi cualquier tema del que intentemos hablar. ¿Por qué nos pasa esto? Primero, porque asociamos nuestras opiniones con nuestra identidad. Eso me parece terrible. Si creemos que lo que opinamos es lo que somos, estamos sonados. Nos lleva a no poder cambiar de opinión, porque se impone la noción de que, si cambiás, dejás de ser el que eras; creés que si reconocés que estabas equivocado, te estás negando a vos mismo. Creo que es algo muy complicado, sobre todo en un mundo que se transforma y en el que seguramente deberemos cambiar de opinión. Lo segundo es que asociamos nuestras opiniones con nuestros grupos de pertenencia; entonces nuestra opinión deja de ser individual para pasar a ser la opinión de nuestra tribu, de nuestro grupo de afiliación del cual nos sentimos parte. El problema es que eso te obliga a “comprar” el paquete entero de lo que opina ese grupo que define tu identidad. Entonces, vos opinás en la misma dirección que tu grupo en los temas a, b y c, y cuando se plantea “d” tenés una opinión distinta, pero no te animás a decirlo por el temor al destierro; la discrepancia casi es vista como una traición al grupo de pertenencia. Si te diferenciás, te dicen ´¿cómo? ¿vos no eras de los nuestros?´. Eso limita nuestra libertad de pensar distinto dentro de un grupo en el que se imponen ideas hegemónicas. Es muy difícil que uno piense igual a su grupo en todo, pero cada vez es más costoso decirlo. Sentimos mucha presión por conformar a nuestro grupo de afinidad.
Otra cosa que nos está pasando es que penalizamos cada vez más el cambio de opinión. Me encanta algo que le dijo Borges a un periodista español que ya lo había entrevistado unos años antes. Ante la respuesta sobre un tema, el periodista le dice: ´Me contestó lo mismo hace unos años´. Y Borges agrega: ´Perdón; no tuve suficiente tiempo como para cambiar de opinión”. Hoy penalizamos mucho al que, públicamente, dice algo distinto de lo que dijo en el pasado. Y decimos que esa persona ´no resiste el archivo´. Es complicado, porque el mundo cambia y deberíamos cambiar de opinión, pero esa penalización nos lleva a ser esclavos de lo que alguna vez opinamos.
Hay algo más, que creo que es propio de la cultura latina, y es que no escuchamos. Si hoy prendés la tele ves que no hay momento en el que esté hablando una sola persona; lo que ves es gente gritando para ver quién grita más fuerte. Y la verdad es que, si no nos escuchamos, no hay diálogo; hay un montón de gente monologando al mismo tiempo. Y esa no es una manera de enriquecer el debate público. Entonces, tenemos que generar una cultura de la escucha, de la escucha de verdad. Escuchar de verdad no es solo estar callado cuando el otro habla, sino dejarme influenciar por lo que el otro dice.
¿Por qué se han acentuado estos rasgos que dificultan el diálogo y empobrecen el debate público?
Un factor son las redes sociales, que le han dado mayor transparencia a nuestra filiación y a nuestras opiniones, pero además han acentuado nuestra dependencia de la aprobación de aquellos que nos rodean. Las redes y la tecnología profundizaron rasgos que son humanos, pero que ahora están exacerbados. Por eso se habla tanto ahora del uso responsable de las redes, que no alcanza, pero hay que hacerlo. En esto influye el modelo de negocio de las redes, la publicidad y la venta de nuestra atención como moneda de cambio. Pero eso nos llevaría otra entrevista…
Sobre las redes, ¿qué es lo que más te preocupa del uso que hacen los jóvenes? ¿A qué cosas deberíamos estar muy atentos los padres?
Es algo que está cambiando tanto, que quizá mañana tendré que decirte otra cosa, y orgulloso de cambiar de opinión. Hoy me parece que lo más preocupante es que los chicos construyen su identidad y su autoestima basados en este circuito tóxico en el que se realimentan a través de la interacción con sus pares. Está muy estudiado que, en el desarrollo de los chicos, los padres influyen menos de lo que creíamos en el pasado, y los círculos de amigos influyen más de lo que creíamos en el pasado. Los descubrimientos científicos de las últimas décadas muestran el efecto cada vez mayor que tienen la interacción con sus pares y el rol que juega cada uno en su grupo de amigos, en la creación de su personalidad, su identidad y su autoestima. Si esa construcción está intervenida o mediada por estos mecanismos tóxicos de las redes, podemos estar complicados. Entonces, una de las cosas fundamentales que deberíamos hacer los padres es ayudar a que los chicos puedan desarrollar su identidad, su autoestima y sus formas de interacción sin depender exclusivamente de las redes. Por supuesto que tampoco hay que aislarlos, porque es el mundo en el que vivimos. Pero tenemos que estar atentos a fenómenos que antes también existían, como el bullying, pero que ahora se escapan de control. Tenemos que estar muy atentos a las etiquetas que les ponemos a los chicos, consciente o inconscientemente. A veces los encasillamos como “el torpe”, “el esto” o “el aquello”, eso se transforma en parte de su identidad y después es muy difícil de sacar.
Cada vez es más difícil para los padres saber dónde están los hijos. Pueden estar al lado nuestro, pero sumergidos en un mundo muy lejano y muy inaccesible para los adultos…
Yo creo que, al menos en eso, los padres ahora somos mucho más conscientes. Hasta hace cinco o seis años no lo veíamos; creíamos que si estaban en su cuarto no les podía pasar nada. Ahora sabemos que cuando están en su cuarto pueden estar, en realidad, en un mundo virtual del que no tenemos idea.
La tecnología también plantea un desafío a la autoridad y a la referencia paterna o materna. Para los chicos, Google parece tener una respuesta más confiable y más autorizada que la de sus padres…
Google sabe mucho más de datos. Pero yo creo que los padres todavía, y ojalá por mucho tiempo, tienen más sabiduría que Google. La tecnología digital no tiene la capacidad de orientar y poner límites; no puede ayudar a que los chicos moldeen su identidad y construyan personalidades robustas para tener vidas plenas en el futuro.
En los eventos TED se observa algo que parecería auspicioso, que es la disposición de los jóvenes a escuchar; escuchar a otros en actitud de aprendizaje. Es un dato que contrasta con la idea muy extendida de que los jóvenes no escuchan y que las redes desalientan esa actitud…
Yo creo que cualquier generalización es injusta, porque somos individuos y sociedades complejas. Y creo que, en buena medida, nos comportamos según el entorno. Si vos prendés la tele y ves que en las mesas redondas no se escuchan, tendés a hacer eso mismo cuando te juntás con amigos. Pero si vas a un lugar donde las reglas de juego son otras, te comportás distinto. Es similar a lo que nos pasa a los argentinos cuando manejamos en otros países donde hay mayor cumplimiento de las normas Si vamos a Chile, veremos que todos frenan en la senda peatonal; entonces frenamos, como no lo hacemos en nuestro país. Es por la influencia del entorno. Lo mismo pasa con la escucha.
Si pensamos en cómo cambiar hábitos sociales que son nocivos, hay varias maneras de intentarlo. Se puede pensar en una manera más tradicional, de arriba hacia abajo: viene un gran líder que nos va a iluminar y nos va a decir cómo tienen que ser las cosas. Puede pasar, pero es difícil que suceda. Hay otra forma, que es de abajo hacia arriba: crear burbujas donde las cosas funcionen como nos gustaría que funcione toda la sociedad: fijamos reglas, las respetamos, lideramos con el ejemplo. Y aspiramos a que la burbuja crezca, y tal vez eso inspira la creación de otras burbujas con reglas parecidas. De repente se empiezan a juntar y, en una de esas, a la larga, eso empieza a cambiar el tejido social en general. Quizá sea una visión un poco ingenua, pero es un sueño, y creo que puede funcionar.
Decís que la polarización y la incapacidad para dialogar son problemas que atraviesan a todos los países. Sin embargo, la dificultad para conversar con el que piensa distinto y alcanzar consensos, parece exacerbada en la Argentina, más allá incluso de la política…
De nuevo, no creo que sea una característica exclusiva de nuestro país. Mirá las elecciones de Chile de esta semana, donde se cayó en los extremos; o lo que viene pasando en Brasil, en los Estados Unidos o en muchos países de Europa. A veces los argentinos nos creemos únicos, pero es porque nos miramos de cerca. Si le preguntás a gente de otros lugares, te van a decir lo mismo. En ese sentido, yo creo que tenemos que dejar de creernos únicos porque eso no ayuda en nada. Y ver dónde funcionan las cosas de otra manera, incluso dentro del país. Porque hay lugares donde funcionan mejor; son pequeñas burbujas con otras reglas de juego. Debemos tratar de inspirarnos con esos ejemplos.
¿De qué manera creés que se puede contribuir a crear una atmósfera de mayor tolerancia, más propicia para el diálogo y la conversación?
Hay varias herramientas, pero sospecho que la principal es la educación. Esto no es algo que vayamos a cambiar de un día para el otro ni tampoco en un año; es algo que vamos a cambiarlo en generaciones. Y para eso, la semilla está en la educación. Entonces creo que deberíamos hacer cambios en el sistema educativo que favorezcan la escucha; que favorezcan la flexibilidad para cambiar de opinión orgullosamente, sin que ese cambio sea visto como una traición a nadie, y que podamos opinar sin que eso defina nuestra identidad. Para eso tenemos que hacer transformar la cultura y la forma de hacer las cosas.
Las charlas TED proponen un contenido y un lenguaje innovador que no se ve en muchos estamentos del sistema educativo. Muestran, además, una diversidad que no se ve incluso en los estamentos universitarios. ¿Hay algún puente entre este ecosistema de ideas y las escuelas y universidades?
El modelo TED es apenas un granito de arena, pero hay algunas cosas que estamos haciendo con buen impacto. Una de ellas es impulsar el debate sobre la educación del futuro, las habilidades y capacidades que va a requerir un mundo que se transforma a gran velocidad. La otra tiene que ver con las brechas de desigualdad que tiene el sistema educativo: la gente con más dificultades socio-económicas accede a una peor educación, y eso perpetúa la brecha social de una manera terrible. Entonces tenemos que pensar las dos cosas a la vez: cómo garantizamos igualdad de oportunidades y cómo mejoramos un sistema educativo adaptado a las demandas del futuro. Mucho de lo que nosotros hacemos tiene que ver con sembrar estos temas de conversación. Pero también desarrollamos intervenciones concretas en el sistema escolar. En 2015 empezamos con los clubes TED Ed (Ed por educación), que proponen estrategias para que los chicos descubran su pasión, sean capaces de desarrollar ideas y proyectos alrededor de esas cosas que los apasionan y, por último, poder comunicar eso de una manera que permita contagiar la pasión en otros. Esas tres cosas, vinculadas a encontrar lo que te gusta, hoy no figuran en ninguna curricula escolar. Algunos maestros lo transmiten, porque son brillantes, pero muchos no lo hacen porque el sistema no lo contempla. En estos clubes TED lo que hacemos es capacitar a docentes secundarios para que con sus alumnos desarrollen un proceso en el aula que conduzca a encontrar una inspiración, construir una idea y aprender a comunicarla. Ya han participado más de mil escuelas y 50 mil alumnos de todo el país. Es mucho, pero a la vez es poco. El sueño es llegar a todas las escuelas argentinas y también a las universidades. Muchos chicos nos han dicho que es la primera vez que en la escuela les preguntaban qué piensan y qué quieren. El modelo que tenemos es el de una escuela donde los chicos van a llenar la cabeza de conocimientos y algunas habilidades, pero nunca les preguntamos qué les gusta, cuál es su aproximación a las cosas, cómo les gustaría aprender.
¿Cómo ves parados a los jóvenes frente a su propio futuro? Muchas encuestas reflejan desesperanza y escepticismo en esa franja, donde la opción de irse del país aparece cada vez más extendida…
Yo percibo en las nuevas generaciones una actitud mucho más activista que la que tenían los adolescentes hace diez o veinte años. Y eso es algo que me da mucha esperanza, pero no es una actitud que represente a todos los jóvenes. Creo que lo que debemos transmitir es la posibilidad de construir una vida que esté buena, y hoy ese mensaje no lo escucho en ningún lado. Porque uno, para soñar su vida, para poder proyectarse y sentir que está en un lugar donde hay tierra fértil para hacer cosas interesantes, tiene que tener cierta idea de hacia dónde vamos. Y si no pensamos en el mediano y el largo plazo, eso no está. Entonces se genera un círculo vicioso que nos hace caer en ese escepticismo.
¿Percibís una actitud de queja estructural en nuestra sociedad; como una comodidad en la queja, sin preguntarnos en qué podemos contribuir para cambiar las cosas?
Creo que eso es de la naturaleza humana, no de los argentinos. Somos quejosos los seres humanos. El deporte de quejarse se practica en todas las sociedades; es fácil, porque le echás la culpa a otro y pensás que ya aportaste algo quejándote. Yo creo que es bueno cambiar esa postura y, en lugar de quejarme pienso qué puedo hacer yo para cambiar lo que no me gusta. Si todos pensáramos así, podríamos cambiar las cosas.
Subrayás mucho que nuestros problemas son los mismos que los de la mayoría de los países. Sin embargo, nos va peor que a la mayoría de los países, por lo menos en términos relativos. ¿Por qué creés que la Argentina está desde hace décadas en una pendiente muy pronunciada?
No sé si nos va peor que a todos los países. No soy experto en las métricas, pero con las métricas siempre podés encontrar alguna que nos va mejor y alguna que nos va peor; depende de cómo quieras hacer la infografía, te va a dar para un lado o para el otro. Quizá, en algunas dimensiones, los problemas que acabamos de mencionar se han mantenido durante mucho tiempo, y eso los torna más angustiantes. Pero tenemos muchos ciclos: en algunos estamos más contentos, en otros menos. Yo creo que lo importante es encarar los problemas que mencionamos con perspectiva de largo plazo.
¿Ves en la Argentina una crisis de liderazgos, más allá inclusive de la política?
Si mirás en Estados Unidos, pasa lo mismo. Compará a Biden o a Trump con Kennedy u otros líderes que lograban unir al país. Hoy, a lo sumo, tienen el apoyo de una mitad, pero no de la otra. No creo que sea un problema solo nuestro el de la falta de liderazgos. Es más profundo: tenemos cada vez menos claridad sobre cómo va a lucir el mundo en el futuro, y no hablamos del tema. Entonces, claramente no tenemos liderazgo porque los chicos nos miran y nos preguntan qué va a pasar, y no tenemos ni idea. Pero tampoco hacemos nada. Me refiero a los problemas globales, como la crisis climática, las cuestiones éticas y morales derivadas del avance de la inteligencia artificial, la ingeniería genética, que va a influir en nuestras vidas de una manera que ni siquiera estamos conversando, y todo esto está a la vuelta de la esquina. Qué va a pasar con el mundo de las criptomonedas que van a desdibujar más las fronteras y les van a quitar a los países la política monetaria. Este es el futuro que no estamos discutiendo.
¿Qué idea propondrías para pensar con nuestros hijos o nuestros amigos?
Creo que hay algo fundamental en lo que vale la pena pensar, y tiene que ver con la actitud que asumen los individuos y las sociedades respecto a su propio futuro. Hay gente que se considera víctima de un sistema, una educación, una cultura, y vive su vida como víctima. Es la gente que suele quejarse, que le cuesta progresar, que no cambia de opinión… Y hay gente que dice, bueno, quizá no me gusta lo que me rodea, pero quiero construir mi propio futuro. Y hace su mejor esfuerzo para, por lo menos en su entorno chiquito, vivir la vida como le gustaría vivirla, liderar con el ejemplo y transformar el mundo a través de pequeñas cosas. Creo que el futuro de las personas y de las sociedades, depende de cuál de estos dos caminos tomemos. Si seguimos en la queja y la protesta, todo seguirá igual o peor. Si nos hacemos cargo de soñar y construir el futuro, como personas y como sociedades, entonces podemos ser optimistas.
¿Y de qué opción ves más cerca a la sociedad argentina?
Lo interesante es que no está escrito. Depende de lo que hagamos nosotros como sociedad. Si nos convencemos de ser protagonistas, creo que todas las sociedades, como lo muestra la Historia, pueden construir cosas increíbles si se organizan bien. En nuestro caso, la moneda está en el aire.
PERFIL: EMPRENDEDOR DE LAS IDEAS QUE INSPIRAN
▪ Gerry Garbulsky es licenciado en Física y se doctoró en el MIT. Pero ha dedicado los últimos años a forjar “una comunidad que vibre a través de ideas transformadoras”.
▪ Desde hace más de una década organiza en la Argentina TEDxRío de La Plata, un evento con audiencias de más de diez mil personas para escuchar en vivo charlas inspiradoras sobre los más diversos temas.
▪ Conduce un podcast que se llama “Aprender de grandes”, en el que comparte experiencias y enseñanzas de personas extraordinarias.
▪ Fue cofundador de El Mundo de las Ideas, un programa de creatividad e innovación. Es miembro del Instituto Baikal.
▪ TED es una organización sin fines de lucro, dedicada a la divulgación de ideas, que se desarrolla en más de cien idiomas.