Las cuentas que hace Máximo Kirchner: el FMI es veneno para La Cámpora
El hijo de la vicepresidenta puso al Frente de Todos al borde de la ruptura definitiva porque cree que el camino elegido por Fernández puede tener consecuencias electorales negativas por muchos años
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Máximo Kirchner se percibe como un dirigente racional, pero le cuesta que el universo político fuera del círculo cerrado que habita entienda que no actúa movido por caprichos adolescentes. En la carta con la que el lunes dinamitó los cimientos del Frente de Todos abundan indicios del fastidio que le causa ese prejuicio del que no logra despegarse. Dice, por ejemplo, que no aspira a “una solución mágica” de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y se queja amargamente de quienes dudan de su “nivel de pragmatismo”.
Quienes lo tratan con asiduidad suelen coincidir en un punto: lo describen como un político calculador, lejos del estereotipo del dirigente radicalizado que se deja guiar por la sangre caliente. El equívoco reside en juzgarlo sin comprender la lógica que ordena sus movimientos.
El portazo que dio al renunciar a la presidencia del bloque legislativo del oficialismo en Diputados es consecuencia de un análisis frío del efecto que podría tener para él y para su agrupación, La Cámpora, el acuerdo que propone firmar el presidente Alberto Fernández con el FMI. Lo poco que se conoce de los compromisos que está haciendo el ministro de Economía, Martín Guzmán, se asemeja a “veneno puro” para el proyecto político que comanda el diputado Kirchner, retratan fuentes de su entorno.
El ajuste estricto al que se ataría el Gobierno este año y el próximo pone una vara gigantesca al peronismo unido que los Kirchner tutelan para ganar las elecciones de 2023. El hijo de la vicepresidenta tiene claro que las posibilidades de retener el poder el año que viene son escasas en cualquier circunstancia, pero cree que hay formas y formas de perder.
Su visión de Guzmán es la de un técnico egocéntrico, sin mirada política. Cree que no peleó lo suficiente y que engañó a la cúpula de la coalición con promesas que nunca estuvo ni cerca de cumplir. Las principales: que conseguiría plazos mayores a 10 años para devolver los préstamos que pidió Mauricio Macri, que bajaría las sobretasas que paga el país y que el programa no obligaría a un recorte real del gasto público.
Máximo coincide en el diagnóstico de su madre respecto de que el ajuste disimulado de Guzmán para sumar puntos con el FMI condenó al Frente de Todos al desastre electoral en las legislativas de 2021. Esa derrota derritió las últimas esperanzas de quienes veían al líder de La Cámpora como candidato a presidente o a gobernador en 2023. El proyecto de “los pibes” (que ya empiezan a mirar de cerca los 50) terminó de ordenarse hacia otro rumbo. El objetivo no es construir candidaturas sino ocupar espacios de poder real, perdurable: intendencias, bancas legislativas nacionales, provinciales y municipales, alguna gobernación, puestos administrativos en áreas con cajas robustas y en directorios de empresas con participación estatal.
El desfiladero que eligió Alberto Fernández compromete a los próximos dos gobiernos a políticas de austeridad o al menos de prudencia fiscal, supervisadas por las grandes potencias internacionales
El norte que fijó el capitán Máximo presupone un período en el llano, en la oposición de un hipotético gobierno de Juntos por el Cambio. El refugio añorado es la provincia de Buenos Aires, donde el hijo de Cristina se hizo nombrar, no sin esfuerzo, presidente del Partido Justicialista. Allí, donde la ausencia de ballottage facilita la posibilidad de un triunfo, no le importaba apuntalar la reelección de Axel Kicillof, un jugador afín pero nunca asimilado a “la orga” camporista.
La decisión de Fernández al borde del default desacomodó los planes de Máximo. En su visión, compartida por casi todo el kirchnerismo duro y por la propia Cristina, los niveles de déficit que aceptó Guzmán, sumados a las metas de emisión monetaria, de tasas de interés y la suba de tarifas energéticas, impiden pensar en un modelo de crecimiento del salario real y de alto consumo en los próximos años. Las metas de 2023 garantizan una campaña sin plata, con un achique del rojo fiscal cercano a 1 punto del PBI. El esquema solo cierra con una inflación alta, difícilmente menor a 50%, garantía de que el descontento social de 2021 se prolongue en el tiempo. Ya quedó en evidencia el año pasado que la provincia de Buenos Aires -la fortaleza a cuidar- puede caer si ese clima se cristaliza.
10 años de austeridad
Pero existe otra cuenta que enardece a Máximo: el programa en discusión con el FMI puede ser un lastre de larga duración para sus sueños de poder. Un punto del que no se habló demasiado aún es el cronograma de pago de los préstamos. Guzmán negoció cuatro años de gracia, con lo que los vencimientos de capital empezarán a caer en 2026. En ese año empiezan a crecer los pagos de la reestructuración de la deuda privada firmada en 2020. El próximo gobierno tendrá una segunda mitad de mandato muy demandante de dólares para los acreedores. Sin embargo, quien va a tener la carga mayor va a ser quien ocupe la presidencia entre 2027 y 2031. En ese período se acumularían vencimientos de capital por cerca de 15.000 millones de dólares al año, producto de las negociaciones de Guzmán.
Máximo tal vez esté haciendo los cálculos correctos. El desfiladero que eligió Alberto Fernández compromete a los próximos dos gobiernos a políticas de austeridad o al menos de prudencia fiscal, supervisadas por las grandes potencias internacionales. Siembra, por consiguiente, obstáculos inmensos para una fuerza que promueve políticas expansivas, de impulso al consumo y con un papel dominante del Estado.
“¿Alguien cree que se puede pagar en 10 años?”, había interpelado a propios y extraños Máximo en agosto pasado. Los plazos eran una obsesión para él justamente porque lo ve como una amenaza perdurable para La Cámpora, una agrupación que por sobre todas las cosas vende futuro y a la que aún le cuesta ofrecer figuras atractivas para el votante común.
“¿Y no saben qué pasaría si vamos al default?”, responden ahora, indignados, en el peronismo que acompaña a Fernández. Un choque de cosmovisiones o de intereses. La alternativa que exigía el kirchnerismo duro era seguir negociando sin llegar a la quiebra, inspirado en el modelo nestorista de 2003/2004 (en una realidad incomparable).
¿Evitará Cristina imitar a su odiado Julio Cobos, célebre por haber votado contra las retenciones móviles en el conflicto contra el campo de 2008? El acuerdo con el FMI es medular para la gestión de Alberto Fernández
Máximo actuó con la racionalidad del superviviente. Al ponerse enfrente del acuerdo se queda con la bandera de la rebeldía. Es lo que pide el rumbo de construcción política que persigue. Imagina un fracaso del régimen económico que viene y quiere dejar en claro a cualquier precio que él se opuso. Por la misma fría lógica política su renuncia es acotada a un cargo legislativo. No implica la salida de La Cámpora de un gobierno en el que ocupa cargos fundamentales, con acceso a cajas millonarias y redes de poder -como la Anses y el PAMI-. Son colinas vitales para una organización creada y alimentada desde el Estado. Sus integrantes lo consideran un derecho adquirido: se ven como los verdaderos depositarios del voto peronista, en representación de Cristina Kirchner. Alberto Fernández, en cambio, sería algo así como el “okupa” que describió tiempo atrás la exdiputada Fernanda Vallejos.
El papel de Cristina
La vicepresidenta avala en silencio y sufre la pérdida de influencia que desnuda todo este episodio. Ella no tiene una renuncia a mano, salvo para convertirse en un Chacho Álvarez. Ya juró en público que no seguirá ese destino. ¿Evitará también imitar a su odiado Julio Cobos, célebre por haber votado contra las retenciones móviles en el conflicto contra el campo de 2008? ¿No es igual de grave trabar la aprobación de una política que el Presidente considera vital para que la Argentina “no caiga en un precipicio”?
Fernández sintió el golpe interno pero se obliga a disimular unidad. No puede permitirse ahora la distracción de pensar en el futuro. Lo mismo le pasa a Kicillof, que aceptó a regañadientes el entendimiento con el Fondo. Quedó a la vista como nunca su diferencia con Máximo. La perspectiva cambia cuando uno va en el barco azotado por la tormenta.
El Frente de Todos quedó, así, enredado en un juego de hipocresías que no engaña a nadie. Sus líderes nunca pudieron ponerse de acuerdo en un destino común. Ahora, en la mala, la racionalidad que tanto los enorgullece los empuja de manera irremediable a un espectacular sálvese quien pueda.