La secreta tarea del agente literario
Guillermo Schavelzon, que acaba de publicar El enigma del oficio (Ampersand), habla de su larga carrera en el mundo de los autores y reflexiona sobre la transformación de la industria del libro
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En junio, el agente literario Guillermo Schavelzon (1945) visitó la ciudad de Buenos Aires para ver a sus hijas y nietos después de tres años. Además de conversar con editores locales y algunos de los autores que representa en la agencia Schavelzon-Graham, instalada en Barcelona, no pudo con su genio y pasó horas en librerías. Además de sorprenderse por la gran cantidad de títulos de psicoanálisis en mesas y estantes, observó la poca presencia de libros españoles. Según cuenta, es un desinterés recíproco. “En España se publica muchísimo y hay pocos importados, aunque más que hace unos años, pero la ausencia de libros argentinos en España es notable –asegura–. Salvo en pequeñas cantidades y en pequeñas librerías, son pocos los libros de autores argentinos y, hechos en la Argentina, nada”. Su comentario desmiente el presunto boom de la literatura argentina en tierras del Quijote. “Hoy la Argentina como exportador no existe, así como tampoco existen México ni Colombia. Todo eso se trasladó a España –dice–. La edición se transformó de un negocio cultural en uno industrial; en el mundo del negocio cultural hay interés en que se conozca lo que uno hace; en el mundo industrial, lo importante es si se gana o no se gana dinero y la situación hegemónica de exportador se cuida con uñas y dientes”.
El exlibrero, director y ejecutivo de empresas editoriales en la Argentina, México y España comenzó a trabajar en la legendaria editorial de Jorge Álvarez cuando tenía diecinueve años. Con un perfil de ese “editor estrella”, que aparece algo estrellado, se inicia el primer libro de Schavelzon, El enigma del oficio. Memorias de un agente literario, publicado por Ampersand en el país y que saldrá en España en septiembre, por Trama. Varios lectores de “El blog de Guillermo Schavelzon”, donde el agente comparte textos sobre el ecosistema editorial, le habían sugerido publicar un libro. “Jamás pensé que iba a hacerlo pero, bueno, ya ves. ¿Qué me motivó? Se fue generando en mí a medida que pasaban los años y era testigo de la tremenda modificación que se producía en el mundo del libro. Tuve la sensación de que había cierta obligación de dejar un testimonio de algunas cosas y así nació, en base a notas escritas desde hace años”. En la introducción cuenta que el escritor Ricardo Piglia, amigo del agente, le dio la idea.
“No soy un escritor, no me siento un escritor, y como soy un buen lector me doy cuenta de que no lo soy –admite–. Lo que importaba era dejar un testimonio de experiencias que para mí tenían sentido en la medida que no fuera yo el personaje de las historias”. Los protagonistas son, en su mayoría, escritores fallecidos como Piglia (que abre y cierra las memorias), el paraguayo Augusto Roa Bastos (“me dolió que Stroessner lo sobreviviera”), Juan José Saer, Leopoldo Brizuela (“es uno de los grandes, pero no sé si su obra está tan presente”), el Nobel colombiano Gabriel García Márquez, el estadounidense Paul Bowles, Elsa Bornemann, Adolfo Bioy Casares y Héctor Tizón. Hay también semblanzas de su encuentro en Madrid con Juan Domingo Perón –José López Rega les sirvió café y les tomó una foto–, de la producción del libro de Diego Maradona escrito por el periodista Daniel Arcucci y de la edición de la Feria del Libro en el aciago 1976, supervisada por el “nefasto” Roberto Castiglioni, que le ordenó retirar del stand de Galerna los libros de Osvaldo Bayer.
“Tenía muchísimo más material, pero hice una selección en función de lo que me parecía que podía tener interés y de lo que yo tenía ganas también de contar –dice Schavelzon–. Cuidando que todo lo que cuento no necesariamente fue así sino que es como yo me lo acuerdo, y cuidándome mucho de la tentación de poner cosas que salen en Wikipedia; este libro tiene un público reducido y el que lo va a leer sabe bien quién es cada uno, lo que escribió, lo que pasó”. También hay historias protagonizadas por la mexicana Elena Poniatowska, Andrés Neuman (que ganó el premio Alfaguara con una novela rechazada por Jorge Herralde, director editorial de Anagrama) y Federico Andahazi que gracias a la reacción de Amalia Lacroze de Fortabat (“millonaria y muy beata”, según describe el agente) gozó del éxito internacional con El anatomista.
Si bien existe un subgénero de libros escritos por editores y agentes literarios, el autor aclara que en lengua española no abundan. “Son traducciones, es una lástima –dice–. Por eso vine a parar a Ampersand, porque publica cosas interesantes que leo. Lo mismo me pasó con la editorial que lo va a publicar en España porque se dedica únicamente a libros sobre libros y editores. Hay una tradición anglosajona en la que toda persona que trabajó en el mundo del libro después de muchas décadas tiene sus notas y escribe sus memorias y son valiosísimas, más para la gente que se mueve en el mundo del libro y de la cultura. En el ámbito español no existe esa tradición, y supongo que son razones culturales o que los editores y agentes no sabemos escribir”.
Aunque muchas historias corresponden a sus años de asistente editorial, director y CEO, el libro está escrito desde la perspectiva del agente que ya empieza a despedirse de su oficio. “Es lo que hago desde hace veinticinco años y que me permitió volver del lado del autor, en un momento en que la industria se concentraba y transformaba en grandes grupos, cambiaba su objetivo cultural por un objetivo industrial y de rentabilidad –cuenta–. El enigma es cómo ocupar un lugar profesional del lado del escritor. No hay una serie de pautas para aplicar sino que cada caso es absolutamente diferente”.
Para Schavelzon, si la gran mayoría de editores fuera como los de la “vieja escuela”, probablemente no habría agentes literarios. “El agente vino a ocupar y a crecer en un lugar que quedó vacante y que representa la dificultad que tiene el editor para atender a un autor. Hace treinta años un editor o una editora tenía a su cargo diez o doce libros al año; hoy tiene ochenta. Obviamente no puede sentarse a tomar café con cada autor ni escuchar sus sugerencias ni hacerle sugerencias; las sugerencias que un editor o un agente le pueden hacer a un creador son muy delicadas”.
Schavelzon hace una distinción entre los grandes grupos y las editoriales pequeñas y medianas. “Si bien los dos grandes grupos editoriales de nuestra lengua tienen dos tercios del mercado internacional del libro en español, lo cual es muchísimo, queda otro tercio libre, que es el que ocupan los editores llamados independientes –calcula–. Independiente del mercado, porque una editorial independiente es la que no publica lo que la gente quiere leer, sino que le hace nuevas propuestas; es el margen que tienen. De todos modos, el peso y las pautas que imponen los grandes grupos son impuestas también para las editoriales independientes: cómo funcionan las librerías, toda la cuestión digital, el nivel de rotación del libro”.
Aun dentro de las corporaciones, el editor ha perdido capacidad de decisión frente a las áreas comerciales y financieras. “En los grandes grupos del mundo las decisiones se toman en función de la información que proveen los algoritmos –revela–. En cambio, el editor independiente no consulta a los vendedores a la hora de publicar, publica lo que quiere y en lo que cree”.
El agente literario compara las librerías con las editoriales independientes. “Las librerías chicas son las que tienen mayores posibilidades de sobrevivir hoy, porque requieren características que coinciden mucho más con las de las editoriales independientes. La librería chica se adapta más a la necesidad de tener a un librero que lea, que recomiende, que reconozca a los clientes. Es un lugar adonde el lector va en búsqueda no solo de un libro sino también de un contacto”.
Según dice, en la actualidad los intereses de los editores y de los autores se bifurcan. “Desde el punto de vista del prestigio literario y social, el libro de papel sigue teniendo un peso indiscutible. En las grandes editoriales lo que se busca no es el prestigio sino la rentabilidad, y resulta que el libro de papel es el que deja menos margen de ganancia y el libro digital, el audiolibro y todas las otras cosas que van apareciendo, y que cada vez van a ser más, se venden mucho menos en unidades pero dejan mucha más ganancia. O sea que mientras que la editorial necesita ganar más, que es lo que exigen los accionistas, el autor lo que quiere es que se vendan más unidades, porque son más lectores y porque gana más”. Schavelzon sostiene que en nuestra cultura a los escritores les cuesta hablar de qué viven y cuánto ganan.
Sobre los objetivos de una agencia literaria es conciso: “Hacer que un autor que escribió un libro tenga el máximo de aprovechamientos posibles de ese libro. Antes ese libro se vendía en una editorial que lo hacía en papel, ahora existe el libro electrónico, la adaptación a un medio audiovisual, y en los mercados grandes de los cuales el más grande es Estados Unidos. Hay una docena de posibilidades. Entonces, con ese trabajo que hizo que le costó tanto, porque puede estar un año o diez escribiendo una novela, obtiene diversos tipos de ingresos. Una agencia literaria busca el máximo aprovechamiento de un trabajo realizado”.
¿Podría haber instalado su agencia en la Argentina en vez de hacerlo en España? “Lamentablemente no, porque el trabajo de agencia literaria es un trabajo internacional y una agencia, entre otras cosas, gestiona el dinero del autor. Imaginate que un editor italiano te paga cinco mil euros que cuando llegan aquí se convierten en, bueno, lo que sabemos. Tiene que estar en un país donde haya un cambio libre absoluto, donde se cobre lo que se paga y donde no haya que ir a hacer trámites al banco ni dar explicaciones. Mientras la situación económica y operativa sea esta es absolutamente imposible. Y cuando la situación cambie, la creación de confianza se va a llevar una generación. Una agencia literaria no representa solo a autores del país en que está, representa a autores de otros países y todos tienen que sentirse muy tranquilos en cuanto a su dinero, sea poco o mucho”. Y se sabe que el dinero tiene en la Argentina una historia repetitiva y confusa, con capítulos tan dramáticos como embrollados.ß