La recuperación tras el Covid no debe eclipsar la lucha contra el calentamiento global
Si el mundo sigue construyendo rentabilidad a costa de agravar la crisis ambiental, las consecuencias serán dramáticas; urge avanzar hacia una economía verde
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Mientras la mayoría de las personas es consciente de los peligros que representa el Covid, y aun cuando en varios países empieza a vislumbrarse un alivio en virtud del porcentaje de personas vacunadas, pocos sienten la amenaza inminente del cambio climático, ya que creen que sus eventuales impactos solo pueden afectar marginalmente su vida cotidiana.
Sin embargo, en China, durante tres días de julio, cayó un volumen de precipitaciones equivalentes a las de todo un año. Por la llegada del tifón In-Fa, Shanghái debió cerrar sus aeropuertos y pedir a la población que evitase las actividades al aire libre. En Europa, luego de una ola de calor récord, Alemania y Bélgica sufrieron un diluvio descomunal, que provocó el desborde de ríos que dejaron cientos de muertos y desaparecidos a su paso. Ciudades de la India, Pakistán y Libia debieron tomar medidas de emergencia a causa de una temperatura sorpresiva que alcanzó los 45ºC y se cobró casi mil vidas. Simultáneamente, los suburbios de Tokio soportaron los chaparrones más intensos de los que se tenga registro. En Londres, la lluvia que cae habitualmente en un mes se precipitó en un solo día, mientras que una ola de calor mortal superó los 49,6°C en Estados Unidos y Canadá. Y, en nuestro país, casos como la bajante del río Paraná, que se encuentra en sus niveles de agua más bajos del último medio siglo.
La intensidad, escala y casi simultaneidad de estos eventos conmocionaron a los científicos del clima, que no esperaban estos récords ni tan pronto y ni en un área tan amplia. Se trata de acontecimientos que requieren una acción inmediata. Representan probablemente la mayor emergencia ambiental que haya asolado a nuestro planeta en milenios: el cambio climático.
"Decrecer no es la respuesta. La solución es producir de otra manera"
Es cierto que resulta difícil establecer un vínculo preciso entre cualquiera de los episodios mencionados y el calentamiento global, porque existe siempre un margen de variabilidad natural. Pero hay evidencias contundentes de que el aumento de las temperaturas favorece el agravamiento de los fenómenos meteorológicos extremos.
¿Existe un dilema entre economía y ambiente? Sobran argumentos para afirmar que los gobiernos no pueden gastar dinero en abordar el calentamiento global precisamente ahora, cuando las deudas contraídas por la pandemia son cuantiosas y el desempleo alcanza niveles alarmantes. Sin embargo, priorizar solamente la pronta recuperación económica y posponer la lucha contra el calentamiento global sería un error. Existen evidencias abundantes de que planificar adecuadamente la transición hacia economías verdes ofrece importantes oportunidades económicas y de desarrollo que crearán más y mejores empleos. Esto significa que nuestros esfuerzos por recuperarnos del impacto del Covid no implican ignorar la gran amenaza que el cambio climático representa. De lo contrario, se estaría construyendo rentabilidad a costa de agravar la crisis ambiental. Por el contrario, la hora demanda integrar estrategias que generen una infraestructura y trabajos que sean parte también de la solución climática. El desafío actual es realizar un abordaje que contemple tanto salvar vidas como disminuir riesgos futuros.
La baja del precio del petróleo, por ejemplo, es una de esas oportunidades de integración, ya que permitiría abandonar las políticas de subsidios a los combustibles fósiles y dejar que el mercado determine el precio. Porque los subsidios no solo dañan el ambiente, sino que además socavan la eficiencia económica y los presupuestos nacionales. Otra gran oportunidad se relaciona con las emisiones de dióxido de carbono, principal causa de la contaminación global: entre otras posibilidades, la descarbonización podría realizarse a través del cobro de un impuesto a personas y/o empresas por el daño que provocan sus emisiones a la atmósfera o mediante el establecimiento de un límite nacional en créditos comercializables. En suma, estamos en un momento único para acelerar la transición hacia un modelo de crecimiento ambientalmente más resiliente.
Romper el hábito del carbono sin necesidad de sacrificar el estilo de vida. Desde hace años, la ciencia anuncia la llegada de un virus como el que nos azota en la actualidad; haberla desoído explica el altísimo costo que afrontamos hoy. Es hora de aprender de esa experiencia y escuchar las voces expertas que nos advierten incansablemente desde hace décadas sobre las graves consecuencias sociales, económicas y ambientales de las emisiones no controladas de gases de efecto invernadero. Sería irracional y hasta suicida postergar la creación e instrumentación de las políticas preventivas que este desafío planetario demanda.
Para no superar los 1,5ºC sobre los niveles preindustriales (objetivo del Acuerdo de París), se requeriría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 7,65% anual entre 2020 y 2030. Esta estimación, presentada por Jacques Attali en su libro La economía de la vida, equivale, aproximadamente, a una recesión gigantesca como la causada por el Covid en 2020. Es decir, para lograr ese decrecimiento de las emisiones, sería preciso que la suma mundial del Producto Interno Bruto (PIB) merme cada año y durante una década al ritmo de 2020. ¿Cuál sería el resultado? La ruina global y el desempleo generalizado. Decrecer, por lo tanto, no puede ser la respuesta. La solución es producir de otra manera.
"Esta amenaza existencial requiere un tratamiento urgente"
Diversos informes sobre la Economía del Cambio Climático muestran que, si no actuamos rápidamente, el mundo puede perder anualmente hasta el 20% del conjunto de los PIB por tiempo indefinido. En cambio, mantener el calentamiento por debajo de 1,5°C costaría apenas entre el 1% y el 2% del PIB. Así lo explican personalidades como el economista británico Nicholas Stern y el Premio Nobel de Economía William Nordhaus.
No se trata de realizar una sumatoria de sacrificios voluntarios. Desconectar cargadores o apagar equipos en stand by pueden ser acciones virtuosas, pero no deben distraernos del auténtico y gigantesco desafío que enfrentamos. Tampoco es necesario cruzar el Atlántico en una embarcación a vela ya que el transporte aéreo aporta solo un 3,5% al calentamiento global (una contribución incluso menor a la de las tecnologías de la información y la comunicación que generan alrededor del 4%). Es paradójico y al mismo tiempo absurdo esperar sacrificios personales y el abandono de niveles de confort en pos de salvar el destino del planeta. Será necesario romper el hábito del carbono sin necesidad de sacrificar el estilo de vida. La exhortación moral no alcanzará para inducir el cambio que requiere la lucha contra el cambio climático. Necesitamos una transformación estructural del modelo de crecimiento a fin de que aumente la prosperidad social y el cuidado planetario de forma simultánea.
Actuar sin dilación. Estamos ante una amenaza existencial que requiere un tratamiento urgente por parte de todos, gobiernos y habitantes del planeta. La intervención estatal debe diseñarse de manera inteligente y orientada al logro eficiente de sus objetivos, evitando que cuestiones ideológicas dividan a la sociedad en sectores antagónicos. Es necesario contar con una estrategia de emergencia que implante, en el plazo más corto posible, los cambios culturales y sociales requeridos de modo de acelerar la transición hacia la neutralidad de carbono, entre otros, fomentar la inversión en energías renovables, reducir la deforestación, impulsar el transporte eléctrico y, como establece el Acuerdo de París, promover la educación y capacitación en materia ambiental en todos los niveles de la enseñanza.
Un programa educativo exitoso nos convertirá en una población con conciencia profunda de los retos climáticos, que exija mayor compromiso y acción a escala nacional: en suma, debemos construir ciudadanía climática. No se trata de gente pidiendo un añadido de acciones subsidiarias, sino de una propuesta enérgica, medular y transversal a todo el sistema político, económico y social.
Hasta ahora, los cambios necesarios no han tenido ni la velocidad ni el nivel de ambición suficientes como para responder de forma adecuada a los acuerdos suscriptos y, sobre todo, a la emergencia ambiental. Sin duda, la actitud del sector privado será determinante en la transformación y, por esta razón, debe recibir señales fuertes y confiables que alienten la inversión en soluciones de energía limpia.
Estas y otras líneas de trabajo son elementos clave para mejorar la acción mundial sobre el cambio climático, ya que promueven estilos de vida, actitudes y comportamientos que fomentan bajas emisiones. Es hora de aceptar que, como señaló hace ya dos años The Guardian, es preciso dejar de hablar sobre “cambio” y pensar en términos de una calamitosa emergencia climática. Si no se reduce la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera, el calor extraordinario, las tormentas, los incendios forestales y el derretimiento del hielo serán rutinarios y hasta podrían hacer inhabitable una parte significativa de la Tierra, advirtió un artículo reciente de Scientific American. Por eso, la humanidad debe actuar de inmediato.
La respuesta global al Covid proporciona un modelo de intervención útil. Guiados por la ciencia, se ha considerado a la pandemia como una emergencia y, en consecuencia, se ha hecho una crónica de sus devastadores impactos, se ha denunciado la desinformación, se ha explicado al público cómo protegerse y se desarrollaron herramientas para combatirla. Necesitamos el mismo compromiso con la historia del clima. La emergencia climática es hoy y está aquí.
Miembro fundador y director ejecutivo de la Fundación Naturaleza para el futuro