La pregunta que perturba al peronismo unido: ¿quién será el verdugo y quién la víctima?
Las fotos de hermandad no ocultan la desconfianza reinante y ya se empiezan a vislumbrar las claves del conflicto futuro
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El peronismo inauguró la temporada de abrazos, sonrisas y generosidad. Los rencores se depositan a plazo fijo con la certeza de que se recuperarán con intereses al final del ciclo electoral. Es un espectáculo interpretado en un clima perturbador para los propios actores, que conocen el destino último de discordia pero ignoran quién será el verdugo y quién la víctima cuando se acabe el hechizo de la unidad.
Sergio Massa ganó el largo round de las candidaturas. Desplegó todo el arte del disimulo y terminó por arrollar a sus rivales en la carrera presidencial después de jurar por lo más querido que no iba a estar en la fórmula. Cristina Kirchner claudicó en el estribo, tan carente de respuestas al movimiento ejecutado por el ministro de Economía con impulso de gobernadores e intendentes. Los heridos de La Cámpora tejieron, en consuelo, las listas de legisladores que, en caso de ganar, serán el apoyo del próximo gobierno peronista y, si toca perder, ejercerán la resistencia al enemigo externo.
"El kirchnerismo sueña con un buen resultado de Grabois para bajarle el precio a Massa"
En ese juego de apariencias se va cocinando el conflicto futuro. El kirchnerismo reincide en el drama de su paulatina desconexión con las demandas sociales. Otra vez debió resignarse a usar la máscara de la “moderación”, como en 2015 con Daniel Scioli, y en 2019 con Alberto Fernández. Se asume un vagón revolucionario que requiere una locomotora inclinada a la derecha. Evita mancharse con consignas de sentido común -prudencia fiscal, firmeza ante la inseguridad, intolerancia a los cortes de calle, defensa de la actividad privada- y pone su maquinaria en acción para acaparar espacios de poder institucional.
La experiencia deja sedimento. El kirchnerismo no solo blindó las boletas legislativas sino que alienta la candidatura-colchón de Juan Grabois en las PASO para darle al votante identitario una ventanilla donde “bancar los trapos” sin atragantarse. Difícil encontrar un mejor retrato de las características de este vínculo paradójico: el kirchnerismo sueña con un buen resultado de Grabois para bajarle el precio a Massa, mientras Massa avala el desafío porque sabe que a la larga es voto que no huirá a la izquierda radical y en el escrutinio se sumará a su número. Todos contentos con la “lista de unidad”. Gran homenaje al dicho de que en política no siempre uno más uno es dos.
El plan Massa
El ministro no se extravía en mezquindades. Sumó a Eduardo de Pedro -candidato por un día- como jefe de campaña. Comparte actos con Alberto Fernández como si estuviera sometido a su autoridad. Soporta sonriente que Cristina diga que era ella la mejor opción del peronismo pero que la Justicia se lo impidió. A Daniel Scioli lo recibió como a un dignatario en la explanada del Palacio de Hacienda y le ofrendó un cargo (ad honorem, faltaba más), sin reparar en el desprecio que se remonta a los días en que el ahora embajador en Brasil gobernaba la provincia de Buenos Aires.
Massa seguirá administrando el recorte del gasto, mientras se agitan en los actos militantes las banderas contra el ajuste
La unidad es todo negocio para Massa. Solo con el peronismo convertido en un bloque sin fisuras puede ilusionarse con suceder a Fernández en la Casa Rosada. Requiere, además, que se mantenga y acaso se profundice la división en la oposición, un fenómeno al que colaboran activamente Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, pero que podría verse afectado por los escándalos que exponen las vergüenzas de La Libertad Avanza de Javier Milei.
Por eso no abre discusiones innecesarias. Tolera en silencio el rechazo de Fernández a condenar la proscripción de Nicolás Maduro a la principal candidata opositora en Venezuela, María Corina Machado. Negocia con el Fondo Monetario Internacional (FMI) sin romper los límites que le pone Cristina -que come sapos pero sin abusar-. Seguirá administrando el recorte del gasto, mientras se agitan en los actos militantes las banderas contra el ajuste. Dejará correr los gritos contra el lawfare, que acaso ya no inquieten tanto a sus amigos en Comodoro Py. Se ilusiona con la foto tripartita del 9 de Julio con Alberto y Cristina en Saliqueló para inaugurar (otra vez) el gasoducto de Vaca Muerta. Todo sea por la Patria.
Al kirchnerismo también le sirve el cariño. Cada voto de Massa lo acerca a construir una fortaleza en el futuro Congreso y mantiene viva la llama de retener la provincia de Buenos Aires en manos de Axel Kicillof. Para Alberto no hay dudas: si hay concordia, el fiasco de su gobierno queda afuera de la narrativa de campaña oficialista. Se siente bien pagado con las dos bancas que ganarán los suyos en Buenos Aires (Victoria Tolosa Paz y Santiago Cafiero) y con el consuelo de haber bajado de las candidaturas estelares a De Pedro, el ministro que lo humilló con su amenaza de renuncia en 2019. Los gobernadores respiran aliviados porque al no haber primarias con dos candidatos nacionales equivalentes no sufren disrupciones externas en sus territorios alambrados. El sindicalismo y los piqueteros oficialistas se fortalecen con la ola de dulzura.
Una interpretación bastante extendida en el mundo de la política es que Cristina se decantó por Massa porque ve inevitable una derrota electoral con estos niveles de inflación y estrechez de reservas, y entonces quiere despegarse del resultado. Imposible saber qué pesó en su psiquis, aunque es inocultable que quedó públicamente expuesta en su debilidad durante la pulseada del cierre de listas. ¿Es viable pensar que la jefa kirchnerista piensa la campaña en modo parasitario; es decir que Massa sirva solo como vehículo para aportarle espacios de poder a ella?
Cuesta creer que el ministro no se haga esta pregunta. Él advirtió a todos que juega a ganar, pero también podría capitalizar una derrota digna. Ser el hombre que logró estacionar el auto desbocado. Que agarró “la papa caliente” (Cristina dixit) y conjuró la pesadilla del helicóptero. Ocupar el papel del referente que se animará a refundar al peronismo junto a los dueños del poder territorial. La obsesión de su campaña es evitar una tercera hipótesis: la derrota estrepitosa que lo mandé al rincón donde el peronismo esconde sus grandes fracasos. Con todos adentro ese escenario se torna más improbable.
¿Y si -con la lógica en contra- Massa consigue imponerse en las presidenciales? El kirchnerismo leyó el evangelio según Néstor y por eso tuvo la precaución de apoderarse de las listas de Unión por la Patria. El padre fundador dejó una famosa frase sobre Massa que pasó de generación en generación. Le dijo, según el mito: “Vos vas a llegar lejos porque sos como yo, pero un poco más hijo de puta”. ¿Y cómo era él? Basta con remontarse al 2003, cuando llegó a la Casa Rosada por impulso de Eduardo Duhalde, el entonces presidente y jefe peronista bonaerense. Kirchner no tenía más que un puñado de diputados fieles en el Congreso y apenas dominaba una provincia: Santa Cruz. Pero se propuso y logró con relativa facilidad torcer de uno en uno a referentes legislativos, a gobernadores y -con riesgosa audacia- a los intendentes del conurbano duhaldista. Cuando el viejo cacique reaccionó ya era tarde: terminaron enfrentados en las elecciones de medio término de 2005, cuando Kirchner conquistó definitivamente al peronismo y jubiló al hombre que le dio la oportunidad de su vida.
A Massa le costaría un poco más repetir la rebelión contra sus valedores. Se descuenta que -a diferencia de Fernández- él sí querrá tomar las riendas del poder. Pero Cristina y Máximo Kirchner no compran los buzones que venden. Si Unión por la Patria gana, tendrán una fuerza de bloqueo de entre 30 y 40 diputados de plena convicción ideológica (y una proporción equivalente en el Senado) que obligarán al hipotético gobierno peronista a negociar con ellos las políticas centrales.
El próximo presidente -sea quien sea- estará obligado a renegociar el acuerdo con el FMI y a presentar una reforma económica de profundidad que atienda los problemas crónicos que empujan a un modelo de estancamiento con alta inflación. Massa no reniega de ese mandato. Su visión del mundo lo acerca a Estados Unidos y lo pone a distancia del kirchnerismo. Tiene además un perfil pro-empresarios (que a menudo se confunde con pro-mercado) que le hace sintonizar con medidas que sus socios de hoy rechazan.
La lógica de Cristina y Máximo consistió en garantizarse un lugar en la mesa de discusión. Si el ganador surgiera de los actuales opositores -Bullrich, Larreta o Milei-, será la vanguardia de la obstrucción. Si, en cambio, Massa consigue capturar la banda y el bastón, la dinámica natural empujará hacia el próximo gran conflicto peronista. Uno de verdad, de esos en los que se pelea lisa y llanamente por la supervivencia.