La política fantasma de un sistema roto
Guillermo Francos estrenó su ascenso a jefe de Gabinete con una declaración llamativa, el martes pasado. Dijo que uno de los motivos de su mudanza desde el Ministerio del Interior se debía a que a Javier Milei “con la política se le hace complicado, no la entiende”.
Las palabras de Francos reflejan varias cosas a un tiempo. Es una forma de presentar al Presidente como ajeno a los usos y costumbres del poder en la Argentina. Puede ser. Significan además que el mandatario libertario tiene a la economía como foco excluyente de su trabajo. También es cierto.
Hay al menos una tercera variante para descifrar la declaración de Francos, más ajustada a las circunstancias abiertas tras el triunfo de La Libertad Avanza y su impetuosa llegada a la Casa Rosada.
Francos se refería a un problema que él sufre tanto como su jefe, aun contando con la ventaja de tantos años de política y conociendo a todos sus protagonistas.
"El Gobierno busca y no encuentra con quién y cómo relacionarse con algún nivel de certidumbre, ya sea para pelearse o para acordar"
Ese problema se resume en la pérdida completa del sistema de relaciones y de la lógica de funcionamiento que tenían los dirigentes y sus partidos por el rompimiento que implicó e implica Milei en el poder.
El Gobierno busca y no encuentra con quién y cómo relacionarse con algún nivel de certidumbre, ya sea para pelearse o para acordar. Debe contabilizarse como una excepción el dificultoso trámite para poder hacer votar en el Senado los restos del proyecto de ley Bases. Hay otro acuerdo, sin embargo, hijo de otra oscura convicción compartida: convertir en miembro de la Corte al juez Ariel Lijo.
Detrás del uso que Milei hace de sus acusaciones y descalificaciones, hasta él mismo parece haber descubierto que los ataques bestiales pueden ser útiles para las campañas electorales o, en el mejor de los casos, para mantener entretenidos a sus seguidores. Sin embargo, es lo contrario para reunir votos en el Congreso.
Ese problema de relacionamiento no es solo una cuestión de mala praxis de este oficialismo encaminado a cumplir su primer semestre.
Otra vez, como en 2001, estalló el viejo sistema binario que se había reconstruido a duras penas en los últimos 15 años. Era cómodo para la mayoría el formato del kirchnerismo al mando del peronismo y de fracciones de la vieja izquierda, enfrentado a una coalición unida por el deseo común de derrotarlo.
Llegó Milei y los cambios empiezan a reflejarse en la división de ambos conglomerados. ¿Sigue siendo Cristina Kirchner la líder de su espacio? Es bastante posible que la evolución hacia una candidatura presidencial del gobernador Axel Kicillof explique que la expresidenta haya salido de su largo silencio para mostrarse como principal adversaria al gobierno libertario.
"PRO siente el rigor de la proximidad a la fuerza que lo desalojó del lugar que creía ganado para ser la alternativa de poder al kirchnerismo"
Kicillof empezó a tejer una red fuera de la frontera kirchnerista con gobernadores de distintos orígenes (como el radical Maximiliano Pullaro o Ignacio Torres, con origen en el PRO). Mientras, ministros bonaerenses replican las apariciones del cristinismo puro y enfrentan a Máximo Kirchner. Los gobernadores del norte juegan un juego independiente de los dictados del Instituto Patria. Unos ladran y otros aplauden, pero todos negocian votos por recursos; un viejo clásico de todas las épocas. Ya verán en Tucumán, Salta o Catamarca dónde se ubican; para las elecciones falta una eternidad.
Esos gobernadores, como los sindicalistas que salen en todas las fotos desde los tiempos de la dictadura, no encuentran todavía un casillero al que apostar un número. Expresiones más afines a Juntos por el Cambio o al radicalismo, como el peronismo cordobés que Martín Llaryora heredó de Juan Schiaretti, navegan por ahora en solitario sin atreverse a regresar al PJ manejado por Cristina ni blanquear el deseo de construir una tercera alternativa.
Por su parte, PRO siente el rigor de la proximidad a la fuerza que lo desalojó del lugar que creía ganado para ser la alternativa de poder al kirchnerismo. Milei se convirtió en la opción de toda la clientela que alguna vez fue de Mauricio Macri, paradójicamente el hombre que bendijo al ahora presidente como candidato válido.
"Votar por Ariel Lijo como miembro de la Corte resume el eterno deseo de impunidad que habita entre los dirigentes de todos los partidos"
Al fundador de PRO le sirvió para evitar que naciera un presidente en su propia fuerza. Ahora paga el precio de ver cómo una parte de sus dirigentes saltan la tapia de la Quinta de Olivos para pedir trabajo y su liderazgo pierde peso.
En el minuto cero del gobierno de Milei le ofreció cubrir los cargos del gabinete, pero el Presidente eligió la vacancia a la alianza y todavía hoy el 60 por ciento de los puestos siguen sin tener un funcionario nombrado.
El crecimiento de la estructura de dirigentes de La Libertad Avanza empieza en el terreno del vecino, el macrismo. Patricia Bullrich ya es una libertaria más, aunque siga diciendo que es de PRO, y Horacio Rodríguez Larreta asesora a gobernadores de Juntos por el Cambio a la espera de armar un espacio distinto al que integró.
El otro socio de Juntos por el Cambio, el radicalismo, languidece sin política ni liderazgos. No sabe si acompañar a Milei en las normas de apertura económica o abrazarse al peronismo recitando el programa de Avellaneda. Martín Lousteau, el presidente del Comité Nacional, suele votar en minoría respecto de sus bloques y cada vez que habla es refutado por el silencio de los gobernadores de su partido. Como ahora le pasa a PRO, los votantes de la UCR apoyan candidatos presidenciales ajenos; unos son ahora fervorosos defensores de Milei y otros añoran a Raúl Alfonsín.
Es tanta la desorientación opositora con la que Milei debe lidiar en busca de votos para lograr alguna buena noticia en el Congreso, que la vieja política que LLA cree reemplazar encontró en un juez famoso por su desprestigio un punto en el que estar de acuerdo.
Votar por Ariel Lijo como miembro de la Corte resume el eterno deseo de impunidad que habita entre los dirigentes de todos los partidos. A Milei le vendieron a futuro la ilusión de una Corte adepta, tal y como la construyó su admirado Carlos Menem. A Cristina Kirchner le interesa una solución en el presente para su pasado. A algunos radicales y a ciertos legisladores de PRO les importa cuidar los negocios impresentables que los financian.
Todos tienen un buen motivo para un efímero y descarado acuerdo entre lo nuevo, lo viejo y lo de siempre.