La parábola de Palito Ortega: apogeo, decadencia y redención de un ídolo popular
En “Un muchacho como aquel”, Pablo Alabarces y Abel Gilbert analizan la trayectoria de “El Rey” en clave artística, política y cultural
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En los años 2000, en la puerta de una disquería porteña había un cartel que advertía: “No vendemos discos de Luis Miguel”. ¿Habrá pasado algo similar en las décadas de 1960 y 1970 con los álbumes de Palito Ortega (Lules, 1941)? A la vez idolatrado y demonizado, fenómeno popular y objeto de críticas, signo de modernidad y de conservadurismo, el cantautor, poeta, actor, director de cine, empresario y exgobernador y exsenador de su provincia natal (Tucumán) tiene ahora su primer ensayo de historia cultural. En Un muchacho como aquel. Una historia política cantada por el rey (Gourmet Musical), el sociólogo e investigador Pablo Alabarces y el escritor y compositor Abel Gilbert abordan el apogeo y la decadencia de una de las estrellas del firmamento artístico argentino en un trabajo destinado a un público amplio.
El título proviene de uno de los hits de Ortega, la pegadiza y naíf “Un muchacho como yo”. Estructurado cronológicamente, y con intervenciones de los autores –que imaginan un país sin Palito, dialogan entre ellos y reconstruyen escenas de shows, films y grabaciones–, el volumen indaga en uno de los íconos de la cultura local. Casi en simultáneo, el escritor Oche Califa dio a conocer un libro –Canto rebelde. La canción de protesta en Argentina y América Latina en los 60 y 70 (Marea)– que se puede leer como el Lado B de Un muchacho como aquel. En Operación Sinatra, Diego Mancusi y Sebastián Grandi habían analizado el rol de Ortega como uno de los gestores de la visita de “La Voz” al país.
“El libro surge de una constatación sorprendente: ¿cómo nadie había intentado antes escribir en serio sobre Palito Ortega?, ¿qué se ponía en juego en esa falta? –se pregunta Alabarces–. Nuestro trabajo es, ante todo, una historia política y cultural que se cuenta sola a partir de todas las etapas que encuentran a Ortega en distintos lugares: del estrellato indiscutible a sus diferentes formas de declive artístico, su paso al mundo de la gestión pública y su peculiar reconsideración a partir de su relación con un antagonista de toda la vida, como Charly García”. En 1981, García había dicho que Ortega era “el clásico ejemplo del tipo que llega desde bien abajo, pero vendiendo todo lo que tiene, el alma, todo”. Según el líder de Serú Girán, Ortega no se desempeñaba bien ni en el cine ni en la música. En el film Pajarito Gómez, de 1965, Rodolfo Kuhn parodió la vida de Ortega y perfiló un modo de recepción de su producción que se mantiene hasta hoy.
Para escribir el libro, los autores debieron despejar sus propios prejuicios. “Luchar contra ellos, hacerlos transparentes, plantearlos, si se quiere, como problema, un problema que arrastra la ‘alta cultura’ y que, en el caso de Ortega, por su propio historial, se acentuaba –cuenta Gilbert–. Descubrimos que en esa dificultad había un yacimiento muy rico para explorar. Palito ha sido un nombre muy importante y, a la vez, esquivado a la hora de pensar el consumo y los gustos de los sectores populares. Meterse con esa cuestión no significa ser condescendiente ni populista”.
Manto de silencio
Los autores sostienen que el manto de silencio que ha rodeado al cantante a lo largo del tiempo es tan “ruidoso” que permite ver el modo en que funcionaban (y funcionan) los gustos y las cuestiones de valor. “Incluso en aquellos que invocaban representar al pueblo –agrega Gilbert–. También se da la constatación de que el ‘mal gusto’ musical no era solo patrimonio de Palito: por ejemplo, analizamos el caso de Dean Reed, el ‘Elvis Rojo’, un izquierdista ortodoxo que cantaba las mismas cosas, aunque lo hiciera en Moscú”. El personaje de Bombita Rodríguez creado por Diego Capusotto y Pedro Saborido (y sobre el que los autores se explayan) parece una síntesis satírica de ambos.
El capítulo negro de la trayectoria orteguiana se resume en esa palabra tan temida: colaboracionismo. ¿Cómo tratan los autores su actividad durante la dictadura militar, en la que Ortega filmó y protagonizó películas, vistiendo uniforme militar y cantando himnos al statu quo? “Revisamos película por película, canción por canción, tratamos de indagar sobre sus modos de recepción y circulación, las críticas –responde Gilbert–. Desde ya, esas películas y canciones, en especial las películas, se autoincriminan solas: vistas desde el presente te pueden erizar. Pero nos negamos a convertir a Palito en una suerte de chivo expiatorio que absuelve a una parte importante de un colectivo que, ya sea por adhesión o por los efectos del terror, tampoco queda bien parado al revisar los años atroces. Ortega nos abre la puerta para pensar funcionamientos y discursos que proliferaron durante la dictadura”. Alabarces señala que, en cada recorte histórico que se haga, aparece Ortega. “Illia, Onganía, Lanusse, Cámpora, Perón, Videla, Viola, Galtieri, Alfonsín, Menem, De la Rúa –dice–. Siempre está, en el centro, al costado, como nota al pie, pero está”.
"La trayectoria de Palito refleja la de un sector de la sociedad argentina"
En el libro, su cercanía con el régimen militar se matiza “metonímicamente” por sus vínculos con artistas como Carlos Alonso, María Elena Walsh (con quien compuso la hermosa “Canción del jacarandá”) y, en una vuelta de tuerca samaritana en el siglo XXI, Charly García.
Es posible analizar la trayectoria de Ortega como una parábola de un sector de la sociedad argentina de los años 1960 hasta hoy. “Las oscilaciones del personaje fueron, también, las de parte de una sociedad que puede ir a veces de un lado al otro con velocidad pasmosa –dice Gilbert–. De hecho, en 1973 Palito actúa como un militante universitario que pasa a una liviana pero no por ello menos curiosa clandestinidad, en la película Me gusta esa chica, y encarna, años más tarde, a un parapolicial. Su canción ‘Yo tengo fe’ fue la melodía de los cánticos de la izquierda peronista y luego versionada como marcha militar en varias de sus películas”. Él mismo la interpretó en el Operativo Independencia que encabezaba en Tucumán el represor al que, en 1991, le ganó las elecciones provinciales: Antonio Bussi. “Esas derivas de sentido las encontramos a nivel de una sociedad que, dicho sea de paso, no puede ni siquiera acercarse a sus agujeros negros: el Mundial 78, la guerra de Malvinas, el menemismo e incluso la pandemia, pasando en pocas semanas de aplaudir a los médicos a preferir el negacionismo”.
La redención del ídolo
Alabarces y Gilbert utilizaron como fuente un libro inédito de Carlos Ulanovsky sobre Ortega. Indagación de un ídolo, de 1969, fue prohibido por orden judicial a pedido del cantante pop que se destacó en El Club del Clan. “Es un gran reservorio de información –dice Alabarces–. Palito lo consensuó originalmente con el autor, pero después impidieron su comercialización por uso de imagen y nombre. Hoy creo que la incineración de ese libro no habría sido posible”. ¿Palito ha leído Un muchacho como aquel? “No lo sabemos. Ojalá. Sería muy interesante conocer sus opiniones”. La voz del astro de la nueva ola criolla aparece en fragmentos de entrevistas concedidas a medios periodísticos.
"Ortega fue idolatrado y demonizado por igual"
Hacia el final, los autores evidencian la puesta en marcha de un operativo redentor de la figura de Ortega, iniciado en la década de 1990 y acentuado en los años kirchneristas, que incluye exitosas versiones de sus temas a cargo de Vicentico, un documental de Canal Encuentro dirigido por Emilio Del Guercio e incluso el papel de sus hijos en la cultura argentina. A la vez, Ortega ofició de redentor. “Las ‘redenciones’ son esenciales –indica Alabarces–. Primero rescata a Tucumán, que caía en manos de un personero de la dictadura, aunque después no pudo impedir que Bussi llegara al gobierno por medio del voto; Palito era, finalmente, solo un menemista. Después, en un acto claramente borgeano, redime a Charly, o García lo redime a él o los dos se redimen. Y, por último, Palito se autorrescata al reescribir la misma historia del rock and roll con él en un primer plano y con la alegre complicidad en los estudios de grabación de los rockeros que antes lo consideraban una ‘bestia negra’, pero que olvidaron sus aversiones del pasado”.
El recorrido de Ortega convirtió en profético el verso de una de sus canciones más famosas: “Yo tengo fe que todo cambiará”.
Un ensayo cultural dirigido a un público amplio
Escrito por dos investigadores de los lazos entre cultura, historia y política en la Argentina, Un muchacho como aquel analiza de manera integral y entretenida la trayectoria del “changuito cañero” Ramón Ortega, creador de hits como “Sabor a nada” y “Yo tengo fe” en su juventud, actor y director de comedias en los violentos años 1970, empresario radicado en Miami durante la década de 1980, gobernador de la provincia de Tucumán entre 1991 y 1995, luego senador y, desde los años 2000, cabeza del clan Ortega.
Sociología, musicología, historia, política, análisis cinematográfico y dosis biográficas conviven en las páginas escritas por Pablo Alabarces (1961) y Abel Gilbert (1960). Los autores destacan la instancia modernizadora de Ortega en los albores del rock nacional. “Ese proceso, si lo medimos en el tiempo, es breve pero relevante, y le permite a Palito reclamar su centralidad en los orígenes”. Más tarde se impondría “el repertorio invariable de lugares comunes, tanto sonoros como textuales”.
En aras de la historia cultural, los autores se sacrificaron. “Vimos y escuchamos todo, sencillamente todo: toda su obra –revela Alabarces–. No podíamos dejar ningún cabo suelto, y su obra nos organizaba el relato mucho más que su biografía, tan vastamente conocida. A partir de ahí la escritura fue tomando forma. Nuestros gustos musicales y cinematográficos acá no cuentan. Palito es nuestro objeto de estudio, no el blanco a partir del cual hablamos de nuestras preferencias”.
¿Cómo resultó la experiencia de escribir a dúo? Responde Gilbert: “Lo pasamos muy bien, aprendimos uno del otro y de todo lo que fuimos investigando. Palito es figura y fondo, está en el centro del relato y es sobrepasado: nos ha permitido hablar sobre el peronismo, la izquierda, las ilusiones revolucionarias del 73, la dictadura, la transición, el menemismo, el kirchnerismo y el presente, sin dejar nunca de pensar esa música, esas imágenes, esas representaciones que lo involucran. No quisimos, y creemos haberlo logrado, hacer un libro académico. Como prueba de ello, no hay una sola nota al pie”