La eterna víspera de una desgracia anunciada
Era previsible la colisión presidencial con la dirigente que se guardó el mando
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Auténtico parto de los montes, el último cambio de ministro entregó una imagen definitiva de la última experiencia kirchnerista en el poder: gobernar les da vergüenza.
Ni el rigor de las formas ni el hábito de las costumbres sirven para ocultar lo que sus propios protagonistas se esfuerzan por mostrar. Todos o casi todos quisieran irse del lugar en el que están, pero no lo hacen porque supondría activar un proceso sin retorno.
"Fue siempre inevitable una colisión entre un presidente designado y una dirigente que se reservó el segundo lugar sin entregar el mando supremo"
Estos días intensos, entre ahogos financieros, inflación desbordada y desconfianzas expuestas, el país encuentra a simple vista a un presidente sin agenda y a una vicepresidenta que utiliza su jefatura para preparar una retirada, fueros parlamentarios incluidos.
Un gobierno desmembrado, cargado de recelos recíprocos y con sus jefes imaginando un futuro distinto por separado enfrenta una precariedad económica que se acelera a tono con la falta de decisión y de gestión política.
Todo estaba escrito. Fue siempre inevitable una colisión entre un presidente designado y una dirigente que se reservó el segundo lugar sin entregar el mando supremo. Era también ineludible que frente al recurrente cataclismo económico la inacción salpimentada por viejas y fallidas recetas populistas no diera otro resultado que una mayor crisis que acerca al país a un nuevo estallido.
Esa deflagración ya empezó, es gradual y tal vez por eso menos virulenta: la pobreza aumentó y seguirá aumentando a medida que la inflación carcoma los salarios y la producción se detenga por falta de insumos cotizados en dólares.
A uno y otro proceso les falta todavía el desenlace final. No ocurrió que Alberto Fernández tratara de eclipsar con el poder presidencial a la jefa, pero el fracaso de su gestión terminó convertido en un repudio de Cristina Kirchner como un desesperado intento de no quedar pegada a su propio invento.
Ya no quedan ministros decisivos a los que Cristina pueda cargarles las culpas
Esta última secuencia, el fiasco de la gestión y los empujones de la vicepresidenta, llevó a Fernández a una situación de abandono solo comparable con presidentes que terminaron peor que mal.
Ya no quedan ministros decisivos a los que Cristina pueda cargarles las culpas, retirados en menos de un mes los responsables centrales del manejo económico, Matías Kulfas y Martín Guzmán. A quien estuvo empujando la vicepresidenta todo el tiempo fue al propio Fernández, ahora hasta el extremo de convertirse en la responsable de un golpe en beneficio propio.
Y es ahí donde Cristina parece dudar y detenerse. Aun cuando en general ella también será arrastrada por los resultados del Gobierno, no será nunca lo mismo disfrutar de la comodidad de excusarse ante su clientela ajena y presentar el fracaso como algo ajeno que tener que hacerse cargo de una crisis institucional provocada por ella misma.
La capacidad de creer lo inverosímil de gran parte de la militancia cristinista colabora con la instalación de la superstición que ella presenta cada día como ajena a su gobierno a cada acción que toma.
Las evidencias, sin embargo, atropellan cada vez a más gente. Es la misma Cristina que ahora simula distancia la que habilitó la llegada de Silvina Batakis. La nueva ministra de Economía, sin muchos antecedentes para el cargo, elige presentarse como kirchnerista y tributaria de su liderazgo, aunque a la misma vez se vea obligada a anunciar el propósito de sentarse sobre la caja y mantener el acuerdo con el FMI.
En esa jugada que sacó al Presidente de una laguna de indecisiones, fue también Cristina la que impidió que Sergio Massa se quedará con todo el Gobierno en un ejercicio de autoridad que la ubica en el centro de la responsabilidad por lo que pasa y deja de pasar en el Gobierno.
Socia en las ganancias, enemiga en las pérdidas de una empresa que ella misma creó, Cristina trata de ocultar hasta lo imposible una debilidad que deriva de repetir fórmulas económicas que solo podían funcionar cuando el Estado tenía más fondos de los que gastaba. Aquellos tiempos del primer kirchnerismo se terminaron con ella en la presidencia, cuando todavía vivía el fundador de la saga familiar. Y todavía no atina a aceptar que el tiempo y las circunstancias cambian.
Cristina todavía es capaz de proyectar el espejismo de ser la única que hace política y manda, aun desde el silencio y con su inapelable poder de veto. No deja de ser la luz resplandeciente de un ocaso advertido por la propia interesada.
Cristina es la primera en advertir que al final de la presidencia de Alberto Fernández será muy difícil que la alianza que inventó pueda seguir en el poder. Es por eso que no tiene problemas en radicalizar su discurso aun en contra del sentido común y de las estrechas posibilidades de maniobra para abordar la crisis económica que tiene el oficialismo.
Espera quedarse con la fracción más dura del peronismo y ver si por el camino logra mantener su jefatura sobre otras tribus, como el gremio de los gobernadores, la liga de los piqueteros y los colectivos del viejo sindicalismo.
El movimiento que inventó Perón vuelve a rebuscar a alguien que lo mande, y sus integrantes definirán en lo que queda de este año si siguen con Cristina o si cruzarán el desierto disgregados.
Una semana atrás, José Ignacio López, entrañable maestro del periodismo, lamentó la grieta que separa a los argentinos con una frase que también serviría para describir la situación de este oficialismo en fuga. Dijo: “Hay cosas básicas que se han perdido: hemos perdido la capacidad de entusiasmarnos juntos”.