La enseñanza de Prigogine: el caos es el principio de un nuevo orden
El Premio Nobel Ilya Prigogine enseñó que el alejamiento de un equilibrio implica la posibilidad de transformación
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En 1996 tuve el honor de propiciar la visita de Ilya Prigogine a nuestro país para presentar en la Feria del Libro su obra El fin de las certidumbres, que acababa de ser editada en español.
El día de su llegada, Prigogine me invitó a almorzar junto con su encantadora esposa. La idea de ese primer encuentro me inquietaba. Se trataba del renombrado científico, doctor en Química y en Física, padre de la Teoría del Caos, que en 1977 había recibido el Premio Nobel de Química por su aporte al conocimiento de las “estructuras disipativas”, aquellas que, en condiciones alejadas del equilibrio, se reorganizan posibilitando el surgimiento de un nuevo orden.
–Me siento cohibida, profesor –le confesé–. Soy lega en ciencia. Agradezco al universo este privilegio de poder escucharlo a usted en privado. Yo guardaré silencio.
–¡Nada de eso! – replicó–. Mi interés en este encuentro, además de disfrutar de Buenos Aires con usted, no es intercambiar sobre termodinámica, sino que me hable de Borges, quien comprendió el caos de manera genial.
Fue una tarde deliciosa: “La Biblioteca de Babel”, “La lotería en Babilonia”, mis anécdotas que entusiasmaban a Prigogine, sus apostillas científicas que enriquecían mi relato. Ciencia y literatura se tuteaban.
Un año después, recibí de la Universidad de Bruselas la invitación a participar del homenaje que se le rendiría en ocasión de celebrarse los 20 años del otorgamiento del Premio Nobel. Éramos un grupo de amigos de Prigogine de todas partes del mundo. La mayoría, científicos duros, pero también representantes de disciplinas humanísticas.
Se desarrolló un intenso taller interdisciplinario de tres jornadas sobre la teoría del caos.
El último día, Prigogine ofreció una recepción en su casa. Bruselas lucía apacible entre sus árboles otoñales. La señora Prigogine nos abrió la puerta de par en par y entramos en una estancia blanca de toda blancura, que albergaba un piano de cola y obras de arte exquisitamente exhibidas.
"Prigogine propone no temerle a la incertidumbre, sino aceptarla como lo propio del tiempo"
Conversaba yo con un filósofo alemán, cuando Prigogine se me acercó para ofrecerme hacer un recorrido por las obras de su colección, dos de las cuales tenían un valor y significado superlativos. La primera, un suplicante de la cultura condorhuasi, fase alamito, de Catamarca, del siglo VII; un bello ejemplar de esas esculturas en piedra que representan a un ser humano con el rostro vuelto hacia el cielo en actitud de súplica o de angustia. Contemplamos en silencio esa pieza de nuestro acervo indoamericano, tan ignorado por los argentinos. Prigogine sospechaba que Picasso había tenido conocimiento de esas figuras; conocimiento que, según él, aflora en el Guernica, en ese rostro desencajado que mira hacia arriba gritando su desesperación. Por lo demás, qué es el Guernica sino la doliente grafía de la guerra como caos absoluto y extravío.
La otra obra, desplegada sobre una de las paredes del amplio recibidor, había llamado mi atención desde el primer momento: un tapiz de seda de la India, de importantes dimensiones, en el que, azul y hermoso, el dios Vishnu dormía recostado sobre una serpiente. Según el hinduismo, Vishnu sueña y al soñar se expande, abarca el cosmos y conserva el orden de las cosas, protege a los hombres del caos, de la aniquilación, que acontecerá indefectiblemente con el dios Shiva, el gran destructor, cuando Vishnu despierte en el fin de los tiempos. Para luego volver a recrearse el mundo por obra de Brahma, el dios creador. Es la Trimurti: la sagrada trinidad Brahma-Vishnu- Shiva. Creación-Conservación- Destrucción.
–¿Se da cuenta, Silvia? Condición inicial del orden, estado de equilibrio, caos.
–Y luego, alejamiento del estado de equilibrio, estructuras disipativas y …
–¡Y nuevo orden! –concluyó él.
La luz que aporta Prigogine permite entender que el caos o el alejamiento de un orden que ha ido disipando su energía no implica necesariamente aniquilación final, sino, al contrario, posibilidad de transformación. Todo sistema abierto crece en complejidad: la vida, la naturaleza, las sociedades, las civilizaciones. No son sistemas simples y cerrados como un mecanismo de relojería. Son sistemas complejos en cuyo cuerpo –aun en los estadios de equilibrio– hay fluctuaciones, diversidades, entrelazamientos, choques. Y son abiertos en tanto que están en continuo intercambio de energía con el entorno, disipando y absorbiendo energía a la vez. En eso justamente radica la posibilidad de lo nuevo.
Por el contrario, empeñarse en conservar un estado de equilibrio que ya ha disipado gran cantidad de su energía implica la amenaza de alcanzar el punto de entropía, el grado máximo de pérdida de energía en el que ya no hay más esperanza. Obstinarse en un orden de cosas desgastado y malgastado es impedir a la flecha del tiempo, que es irreversible, que aporte sus milagros.
La nueva ciencia no habla de certidumbre, sino de probabilidad: la noción de probabilidad, lejos de contradecir al conocimiento, lo potencia. Dice Prigogine que el mismo Newton, paradigma de la ciencia clásica, determinista y dogmática, sospechó la existencia del caos, pero de inmediato lo desechó por sentirlo intolerable.
Aún hoy, no toleramos la idea del caos; preferimos la supervivencia de un orden desordenado, obsoleto y dañino que nos mienta una seguridad falaz. Prigogine invita a pensar el caos como consustancial a la vida, y entenderlo con signo positivo: como ámbito de creatividad, de transformación y de oportunidad.
En 1996, Carlos Menem ejercía la presidencia. Recuerdo la audiencia que concedió al científico. Luego de escuchar atentamente a Prigogine exponer sus ideas, el entonces presidente dijo:
–Todo lo que me dice es apasionante, querido doctor; pero si me quita usted a Dios se me desmorona el mundo. ¿Dónde está Dios en todo esto?
La respuesta de Prigogine no se hizo esperar:
–En su libertad, señor Presidente.
Sin caos, sin alejamiento de los estados de equilibrio, no habría capacidad de reorganización de las estructuras disipativas, esas en las que pedazos subsistentes del orden viejo y el desorden alcanzado estructuran lo nuevo con el concurso de la libertad.
Estas memorias me hacen reflexionar sobre nuestro presente. Relatos perimidos, promesas desgastadas, corrupción (que es en sí energía social malgastada), fórmulas trasnochadas. Y nuestra terquedad en aferrarnos a todo eso como a un leño descompuesto que se debate en la corriente turbulenta de las incertidumbres.
Prigogine propone no temerle a la incertidumbre, sino aceptarla como lo propio del tiempo. Asumirla nos permitirá investigar con serenidad las razones del caos para comprender el desorden en que habitamos y trabajar sobre él en pos de lo nuevo.
Temerle, en cambio, nos condenará a repetir una y otra vez los mismos fracasos hasta el desgaste total de nuestras energías y la inmovilidad del sistema, cuando solo quedará clamar al cielo. Como suplicantes. Y ya no habrá respuesta.