La e-historia, Google y las batallas por el pasado
¿Pueden Internet y las redes sociales cambiar el pasado? Esa es la tesis del reciente libro History, disrupted
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Si los medios, o el periodismo, son una primera versión de la historia, y si la historia es, a su vez, una versión consolidada de hechos del pasado, los debates contemporáneos sobre las tecnologías de la información no pueden menos que afectar el modo en que construimos y consumimos colectivamente la historia. La disciplina ha sido, por utilizar un verbo recurrente, disrrumpida.
History, Disrupted es, de hecho, el título de un libro publicado recientemente en los Estados Unidos, por el catedrático Jason Stainhauer.
El volumen comienza con una reflexión sobre un video de cinco minutos de duración (luego vuelto “viral”) en el que un profesor de historia describe, con perspectiva conservadora, la relación entre la esclavitud y la Guerra Civil de los Estados Unidos del siglo XIX. Didáctico, fue tan exitoso en YouTube y en Facebook que llegó a convertirse en uno de los más populares videos sobre la historia de Estados Unidos.
Stainhauer lo usa como disparador para reflexionar sobre productos que empaquetan elementos del pasado para ser consumidos en redes sociales. Se refiere sobre todo a micronarrativas: videos explicativos, posteos de Instagram o TikTok, memes o hilos de Twitter. También a algunas entradas de Wikipedia.
Para eso, recurre a la categoría “e-history”: una nueva modalidad del registro del pasado que, a su vez, descansa en otros registros previos (videos o imágenes previas, fragmentos de obras analíticas). Con nuevas características: la popularidad, reproducción y viralización de estas piezas no es su adecuación a los hechos (la premisa de la historia) sino a las reglas de esas redes, como la captura de atención, a una formulación con pregunta y controversia. Sus autores bien pueden ser historiadores profesionales, adolescentes, promotores de teorías conspirativas o entusiastas amateurs.
Stainhauer cita un informe de 2020 que confirma la creciente influencia de la cultura pop y las redes sociales en el modo en que conocemos y pensamos el pasado. De hecho, para el autor, nacen nuevas categorías como el “pasado viral”: buscar expandir la influencia de una mirada sobre un acontecimiento a través de las redes sociales en un marco de verosimilitud, credibilidad y autoridad. Así como se postula una posverdad para admitir las dificultades conceptuales de la verdad o se utiliza el término “pseudociencias” para disciplinas que no alcanzan los estándares de validación científicos, esta disrupción parece invitar a una “poshistoria” o al acceso a “pseudopasados”.
La naturaleza fragmentaria de esta e-historia se complementa con diversidad de calidades, rigor y estándares éticos no uniformes. Y un detalle: los estudiantes más curiosos y los más entusiastas seguidores de las temáticas históricas son quienes más e-history consumen.
La fascinación por la historia, tanto como disciplina, objeto de estudio, como modelo analítico o registro del pasado, está presente también en dos libros locales actuales de potente influencia. Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre, profesor del Doctorado y la Maestría de Historia de la UTDT, y Cristina y la historia, de la también profesora e investigadora de UTDT Camila Perochena, revitalizan desde las listas de bestsellers un método para reflexionar sobre el pasado reciente y el presente furioso.
Desde otro lado, la batalla legal que entabló Natalia Denegri contra Google también es una “batalla por el pasado”: la Corte Suprema de Justicia local desestimó su intención de que el buscador Google impida el acceso público a hechos (información veraz) que habían sucedido muchos años atrás. Detrás del pretendido “derecho al olvido” está nuestra capacidad de registro, documentación y publicidad de los hechos. Es historia.
Días atrás se cumplieron los 80 años de la publicación de “Funes el memorioso”, célebre cuento de Jorge Luis Borges publicado originalmente en las páginas de LA NACIÓN. En la breve charla evocada entre el tal Ireneo Funes, de Fray Bentos, y el narrador, surgen las paradojas de la memoria, los olvidos, la creación imposible de lenguajes para referir todas las cosas y la también imposible tarea de recordarlas. También se cita Historia Natural, de Plinio El Viejo, una enciclopedia pionera o un manual premedieval (del siglo I) de saberes compilados, de la que Borges aprovecha para destacar algunos prodigios “memoriosos” que anteceden al compadrito de Fray Bentos quien, tras un accidente menor, queda dotado de la insoportable capacidad de no olvidar detalles.
La vinculación entre un buscador omnisciente y todopoderoso que funciona más como una “memoria” que como una “inteligencia colectiva” y el Funes de Borges es recurrente.
En resumen, a las dificultades individuales para recordar (si se nos permite usar ese verbo sagrado) y la condena por hacerlo de manera perspicua, se suman ahora las diferentes aproximaciones y nuevas capacidades para almacenar y distribuir fragmentos de esa memoria colectiva que algún día serán historia.
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