La causa de Malvinas, más lejos que nunca y muy cerca como siempre
Después de la guerra, el objetivo de recuperación de las islas se vuelve además inalcanzable por su uso político interno
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Puerto Argentino
Llovizna en las islas y los contornos de Puerto Argentino se desdibujan. El viento vuelve a barrer sus calles, como un áspero aviso. Se cumplen 40 años del golpe de mano ordenado por Leopoldo Fortunato Galtieri y las Malvinas regresan, sin haberse ido nunca, como un recuerdo amargo e inquietante.
Allá lejos, aquella derrota. Aquí, en el presente, la recurrencia de convertir una añeja causa nacional en un recurso de política interna. El objetivo de recuperar las islas se aleja todavía más hoy, luego del resultado bélico, el hecho consumado que afianzó la ocupación británica.
La guerra destruyó una acción diplomática larga y persistente. La posguerra generó nuevos datos que consolidaron el hundimiento de aquel esfuerzo argentino ejecutado por los gobiernos de todos los signos durante un siglo, antes de 1982.
"Siempre se hace más difícil negociar después de tanta sangre derramada"
Se sabe y es doloroso. Galtieri usó la pasión argentina por las Malvinas para tratar de perpetuarse en el poder, como un extremo ejercicio de supervivencia de la dictadura. Apenas tres años y medio antes del 2 de abril de 1982, el general Jorge Videla estuvo a punto de desatar una guerra con el Chile del general Augusto Pinochet. Esta vez Galtieri no se frenó como cuando Juan Pablo II persuadió al primer presidente del gobierno de facto de aceptar una mediación por el Canal de Beagle.
De la desgracia de una derrota previsible contra la tercera fuerza del mundo, nació el ciclo democrático que cerró medio siglo de golpes de Estado y borró para siempre el partido militar que condicionó en forma recurrente el sistema institucional.
Fue el fruto contrario al imaginado por Galtieri, que buscaba para sí un lugar entre los próceres pero quedaron sepultados, él y sus camaradas de la Junta Militar, por la detonación de la rendición.
Los resultados inmediatos forman parte de la historia conocida e integran un presente que no se ha modificado: Gran Bretaña estableció una zona de exclusión que con creces hizo viable el mantenimiento de las islas y sus habitantes fortalecieron un vínculo con el poder central en Londres, al punto de convertir en inviable cualquier intento de negociar el estatus colonial del archipiélago.
"Los discursos kirchneristas han vuelto a inflamar el ánimo contra la Argentina"
Los derechos de pesca que las islas perciben han permitido un desarrollo sustentable y ahorrado muchos gastos para Londres. El turismo y otras actividades económicas multiplican el bienestar en las islas apenas interrumpido por los dos años de pandemia, que les quitaron sus vuelos semanales con Chile y Brasil, en algún caso con escalas en la Argentina.
Quien visite hoy las islas descubrirá que falta mano de obra y que llegan a trabajar en ellas inmigrantes de países tan diversos como Perú, Nepal o Filipinas. La comunidad extranjera más numerosa es la de Santa Helena, mientras que la segunda es de Chile, con el 10 y el 6 por ciento del total de los 3200 habitantes civiles de las islas.
Otro elemento clave pervive como después de cualquier guerra: siempre se hace más difícil negociar luego de tanta sangre derramada. La intransigencia es una enfermedad que solo se cura con el tiempo.
Desde después de la Segunda Guerra Mundial, la decadencia del eximperio había generado las condiciones que la Argentina empezó a explotar, año tras año, hasta acercar la posibilidad de una negociación concreta por la soberanía. El lazo con la Argentina continental se tendió con firmeza en los años 70 y a principios de la década siguiente los servicios argentinos empezaban a ser cada vez más imprescindibles para los isleños.
¿Iban a ser algún día efectivamente argentinas las Malvinas? La temeridad de Galtieri, empujado por los planes de la Armada, destruyó esa posibilidad.
Todo es historia. Peor, es historia que se repite. Con la llegada del populismo kirchnerista, en 2003, ocurrió una regresión. Otra vez, la causa de Malvinas se usa para consumo interno, cuando desde siempre es un asunto de política exterior.
Parece más fácil halagar a la tribuna propia, pero es más costoso. La agresión que perciben los isleños en los discursos de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner ha vuelto a inflamar el ánimo en las Malvinas contra la Argentina.
Con una exageración que también es un reflejo de sus propios intereses, al cumplirse los 40 años de la guerra, flamea en las islas la bandera de Ucrania, en una directa analogía que presenta a las islas como un país invadido por otro y retrata a la Argentina como si la dictadura no hubiese terminado después de aquel conflicto.
Un cuarto de siglo atrás, entre ironías opositoras y un descreimiento generalizado, Guido Di Tella, el canciller de Carlos Menem, había tratado de reiniciar una política de seducción con los isleños, tal como se venía llevando adelante antes de Galtieri.
Es más, el conjunto de la clase política acordó introducir una cláusula transitoria de la Constitución reformada en 1994 mediante la cual la Argentina se compromete a no usar la fuerza para recuperar la soberanía y a atender los derechos de los pobladores de las islas.
Como si no fuese imprescindible no solo reclamar en forma permanente en los foros internacionales, sino ser y parecer un país serio, el populismo del siglo XXI usa y abusa de los sentimientos que Malvinas sigue despertando. Importa poco qué se hace para estar más cerca; importa de verdad que la causa de la soberanía se mantenga viva más por la gratitud que despiertan los excombatientes que por los discursos demagógicos.
Las Malvinas siguen ahí. Más lejos que nunca, muy cerca como siempre.