La cancelación, una práctica tan antigua como el hombre hoy fortalecida por las redes
Safo y Lucrecio, entre muchos otros, padecieron el intento de ser invisibilizados por la cultura dominante
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Una vez más se ha abierto el debate sobre la Cancel culture o cultura de la cancelación. Hay quienes la ven negativamente, pues toda censura limita la libertad de expresión; por el contrario, hay quienes admiten el derecho a silenciar a los que comprometen esa libertad. El asunto, bajo diferentes nombres, es tan viejo como el hombre, pero con el despliegue de las redes sociales ha adquirido una dimensión universal incontrolable. Puede provocar una suerte de bullying grupal de naturaleza violenta y destruir la imagen y reputación de cualquier ciudadano. Quien cae bajo sus garras no puede defenderse, pues no admite el diálogo. La cancelación impide el debate de ideas: invisibiliza y, en el peor de los casos, escracha.
"Hoy en Rusia está tácitamente prohibido hablar en ucraniano, de la misma manera que en Ucrania está mal visto expresarse en ruso: las lenguas son vehículos mediante los cuales se afirma la identidad"
El ensayista neerlandés Rob Riemen, en una entrevista con este diario, describió cómo el fanatismo y las ideologías extremas anulan la capacidad de pensar. Para demostrarlo aludió a la Alemania de Hitler. Una colega alemana que transita los ochenta años, me comenta: “Cuando iba al colegio se había prohibido hablar de los años 1933 a 1945, como si ese período no existiera en la historia alemana. Y la generación de mis padres no mencionaba jamás el nazismo. Los que no emigraron se habrán sentido por lo menos incómodos por haber sido mitläufer [simpatizantes]”.
Hoy en Rusia está tácitamente prohibido hablar en ucraniano, de la misma manera que en Ucrania está mal visto expresarse en ruso: las lenguas son vehículos mediante los cuales se afirma la identidad. Sobre la trágica tensión ruso/ucraniana, la escritora María Rosa Lojo, tras un viaje a esa tierra castigada, aludió a lo que llamó “el deliberado genocidio cultural” perpetrado por Putin. En territorio ucraniano hoy existen más de cien museos y galerías de arte destruidos o dañados, poco más de un centenar de bibliotecas virtualmente desaparecidas y otras tantas deterioradas, así como un número aún no definido de niños raptados seguramente con el propósito de “lavarles el cerebro” sobre la cuestión de la nacionalidad. Proceder aberrante que da cuenta, en cierto modo, de la cultura de la cancelación. Formas solapadas o explícitas de fascismo, que Riemen denuncia en The Eternal Return of Fascism (2010).
"Durante la conquista de América, los españoles, con el propósito de difundir el mensaje evangélico, se ocuparon en cancelar de raíz cultos y religiones del Nuevo Mundo"
Este “genocidio cultural” recuerda el caso de la España del franquismo cuando, entre otras limitaciones, se prohibía el uso de lenguas autóctonas de la Península que no fueran la española. Muerto el caudillo, revivieron el catalán, el euskera, el gallego o el mallorquín, entre otras. Algo análogo ocurrió en Italia durante el despotismo mussoliniano, en que se prohibía el uso de dialectos, censura valientemente denunciada entonces por Pasolini.
Durante la conquista de América, los españoles, con el propósito de difundir el mensaje evangélico, se ocuparon en cancelar de raíz cultos y religiones del Nuevo Mundo. El Popol Vuh, mítico relato legendario de los mayas, se salvó de milagro. Se quemó todo texto que no fuera cristiano. Con ello se pretendió lograr lo que Serge Gruzinski llama la “colonización del imaginario”, semejante a la ordenada por Augusto cuando mandó quemar los Libros sibilinos. Uno, por cierto, no cree en las profecías de la Sibila, pero estos vaticinios eran testimonio de una forma de creencia de la Antigüedad y constituían, por tanto, un eslabón de valía en el estudio de la historia de las religiones.
En la Roma clásica existía una suerte de censura o cancelación llamada damnatio memoriae: obturar la memoria, es decir, condenar al olvido, una antigua forma de cancelación que censuraba u obliteraba al que pensaba de manera diferente. Así, cuando Julio César Octaviano –luego advocado como Augusto– conquistó Egipto, nombró primer prefecto –una especie de gobernador– a su amigo el poeta y militar Cornelio Galo. Tiempo después, Galo cayó en desgracia de Augusto, quien lo relevó del cargo y lo convocó a Roma. El princeps no quiso intervenir en la acusación contra el exprefecto, sino que la dejó en manos del Senado. Galo, para evitar el escarnio o algo mayor, se suicidó. El emperador condenó entonces su nombre y su obra a la damnatio memoriae, al punto que ordenó a Virgilio suprimir el elogio que le había tributado a su dilecto amigo, con el que clausuraba una de sus Geórgicas.
"Ray Bradbury, en su célebre novela Fahrenheit 451, sugiere fantásticamente la distopía de una sociedad alienada debido a la prohibición de la lectura de libros. El cercenar esa libertad se impone como otro ejemplo de la cultura de la cancelación"
Otro tanto sucedía en Roma con la destrucción de las estatuas de antiguos mandatarios, ante el temor supersticioso de que de ellas pudiera emanar cierto efluvio que eclipsara la estrella del nuevo gobernante. Con el tiempo, a muchas estatuas imperiales, en lugar de destruirlas, se optó por reemplazarles la cabeza por la del nuevo funcionario. Se cancelaron también diversas obras con el propósito de borrar el pensar de sus autores. Así, solo restan muy escasas composiciones de Safo –fue autora de siete poemarios–, y a ella se la vituperó por “inmoral”. Se destruyó también la obra de la célebre matemática Hipatia de Alejandría. Su inteligencia, su fuerte presencia en una sociedad dominadas por varones y su proceder contestatario no condecían con los dictámenes del establishment de entonces. Así fue como se la torturó hasta la muerte: los historiadores añaden que fue desollada, como el mítico Marsias.
Ray Bradbury, en su célebre novela Fahrenheit 451, sugiere fantásticamente la distopía de una sociedad alienada debido a la prohibición de la lectura de libros. El cercenar esa libertad se impone como otro ejemplo de la cultura de la cancelación.
Ni qué hablar de la quema de libros perpetrada por el nazismo o lo acontecido con algunas bibliotecas durante la dictadura militar que ensombreció a nuestro país: nuevas variantes de intolerancia y cancelación.
En la antigua Roma, otro caso renombrado de cancelación fue el del poeta Lucrecio (99 – 55 a. C., circa), autor de De rerum natura. Acerca de la naturaleza de las cosas, notable poema que difunde la teoría materialista de Epicuro, según la cual el alma fenece con la muerte del cuerpo. Durante la Edad Media esta composición permaneció perdida o, mejor dicho, deliberadamente ocultada por opuesta al credo dominante. En monasterios y abadías constaba que había habido un manuscrito de tal composición, pero el poema no estaba.
¿Obedecía su pérdida a la censura de la Iglesia, en tanto esa composición tiraba por la borda la idea de la inmortalidad del alma? San Jerónimo –siglos IV y V– escribió que Lucrecio, quien murió a los 43 años, padecía una perturbación mental provocada por haber tomado un filtro amoroso y que, durante sus momentos de lucidez, compuso el poema. Así, el santo contribuyó a silenciar y denigrar a Lucrecio y a su creación; en términos modernos, los escrachó.
Quiso la fortuna que en 1417, tras infatigable pesquisa, el filólogo florentino Poggio Bracciolini hallara, en una abadía benedictina del sur de Alemania –posiblemente en la de Fulda–, el ansiado manuscrito, al que mandó transcribir. Envió copia al humanista Lorenzo Valla, quien lo difundió en la corte medicea. Fue así como este magno poema inspiró a los pensadores del siglo XV y, en lo que hace a Sandro Botticelli, lo motivó a pintar El nacimiento de Venus (1482-1485), donde esta figura mítica, según interpretación lucreciana no está sentida como deidad, sino como energía vital que posibilita la prosecución de las especies. Stephen Greenblatt narró ese hallazgo en una obra notable, The Swerve (El giro).
Como se ve, la intolerancia, el fanatismo, el propósito de anular, invisibilizar e incluso vituperar al que piensa de manera diferente parecen ser constantes de la condición humana. Aun así, es preciso erradicar estos actos en favor de la libertad de pensamiento y expresión.
Filólogo y académico