La bomba de tiempo que Alberto Fernández se deja a sí mismo
Las medidas para crear sensación de bonanza antes de las elecciones plantean un desafío para 2022, cuando lleguen todas las “facturas a pagar”
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La frase se repite hasta el infinito en la propaganda oficial: “Estamos saliendo”. El gobierno de Alberto Fernández le ofrece a una sociedad angustiada por el encierro, la debacle económica y la falta de oportunidades el relato de una recuperación inminente.
Incapaz de transformar la realidad, se resigna a operar en el terreno de las sensaciones. La consigna es dosificar un anuncio por semana que sostenga la idea de que se enciende una luz de esperanza. La vieja carta del consumo: créditos baratos para comprar ropa y electrodomésticos, rebaja de impuestos para la clase media, paritarias liberadas con aumento anticipados, bonos a beneficiarios de subsidios y jubilaciones, precios congelados.
La máquina de imprimir billetes trabaja a destajo para cumplir el sueño de bonanza en un país que vive desde hace demasiado tiempo al borde de la quiebra. El ministro de Economía, Martín Guzmán, acomodó sus metas y se empeña a desplegar acciones para contener la inflación en un nivel manejable.
Le cuesta sudor y lágrimas. En los últimos días salió al mercado a buscar 233.000 millones de pesos y consiguió el 62%. En paralelo, un decreto del Poder Ejecutivo amplió el presupuesto en 710.000 millones de pesos para atender la demanda del gasto público. La brecha entre los dólares paralelos y el oficial sigue creciendo, por mucho que se empeñe el equipo económico en diseñar medidas para reforzar los múltiples cepos vigentes. “No vamos a devaluar”, llegó a decir la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca. Una frase que despierta escozor en cualquier argentino con memoria financiera.
“No vamos a devaluar”, llegó a decir la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca. Una frase que despierta escozor en cualquier argentino con memoria financiera
El coronavirus añade una complejidad adicional a un cuadro de por sí dramático. La variante delta es un electrón loco, que nadie puede imaginar cómo va a golpear cuando empiece su circulación comunitaria. La idea de un septiembre sin barbijos ni restricciones, a tiempo para las elecciones primarias, quedó convertida en un ruego a los dioses. Pero la urgencia de la campaña precipitó el anuncio de las “aperturas cuidadas” que Fernández y sus ministros hicieron el viernes. Ya se verá cuánto se puede cumplir la promesa de “volver a la vida que queremos”.
El Gobierno paga cara el precio del diseño fallido del plan de vacunación, demasiado volcado a un productor, el Instituto Gamaleya, que no cumplió con la provisión de segundas dosis. La desprotección de una porción enorme de la población, en gran medida mayores de 60 años, podría obligar a nuevos confinamientos en las semanas críticas del calendario electoral. A la angustia sanitaria, se le agrega otra inyección de incertidumbre económica.
La gran incógnita que se cristaliza en el ambiente político y empresarial es si el Gobierno tiene o no la vocación de reacomodar las piezas después de las elecciones de noviembre
Guzmán trata de tranquilizar. Anuncia que no habrá plan de shock contra la inflación y que el dólar oficial seguirá quieto. El Presidente promete inversiones y trabajo, aunque el empleo formal no se recupera ni con el leve repunte de la actividad en comparación con el año de la cuarentena y la pobreza se agrava hasta niveles lacerantes. La negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) pasa para después de las elecciones. Se decidió, eso sí, pagarle los vencimientos de este año con los fondos que el propio organismo girará a sus socios para fomentar el despegue de la economía global.
Así, postergando decisiones relevantes y poniendo algo de plata en los bolsillos, el gobierno de Alberto Fernández va construyendo minuciosamente una bomba de tiempo para sí mismo.
El economista Emmanuel Álvarez Agis, exviceministro de Axel Kicillof en la gestión de Cristina Kirchner, definió el problema de manera brutal: “Vamos a usar billetes de 1000 pesos para empapelar paredes”. Se refería a la urgencia de pensar en un plan para frenar la devaluación del peso y recrear el ahorro.
La gran incógnita que se cristaliza en el ambiente político y empresarial es si el Gobierno tiene o no la vocación de reacomodar las piezas después de las elecciones de noviembre, cuando el polvo barrido debajo de la alfombra resulte inocultable y con el FMI a la espera de una negociación de verdad por las pesadísimas cuotas que vencen del préstamo que tomó Mauricio Macri.
En el oficialismo las aguas están divididas y no está claro qué elenco tomará las riendas después de las elecciones. ¿Ganará autonomía Alberto Fernández, se concretará la intervención de Cristina Kirchner en la gestión económica o el peronismo unido seguirá cruzado por las internas paralizantes?
Una novedad es que quienes conocen y tratan a Cristina Kirchner intentan transmitir una expectativa de racionalidad. Recuerdan que en el pasado ya hizo ajustes silenciosos y actuó como buena pagadora: “Usa el manual de Néstor. La historia de ellos es acelerar hasta que llegan a la pared. Ahí frenan”.
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