La bitácora de una autora con hambre de lecturas
La premiada María Teresa Andruetto presenta en su último ensayo una autobiografía contrapunteada por su relación con los libros
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La colección Lector&s de Ampersand, que dirige la escritora e investigadora Graciela Batticuore, constituye uno de los escasos milagros editoriales en la Argentina: todos los libros que se publican adquieren de pronto el aura de imprescindibles para los amantes de la literatura. Con ensayos de tono íntimo, escritores y profesores como Sylvia Molloy, Edgardo Cozarinsky, Jorge Monteleone, María Moreno y Noé Jitrik narraron sus rituales, bitácoras y paseos por el bosque infinito de libros y experiencias de lectura. Ahora se suma, con un título de resonancias flobertianas o sarmientinas, Una lectora de provincia, de la narradora, poeta y ensayista María Teresa Andruetto (Arroyo Cabral, 1954).
“Las carencias materiales eran muchas pero el ansia de libros también estaba latente en casa, de modo que cuando fui arrojada al mundo ya tenía una extraña, infrecuente conjunción entre pobreza y hambre de lecturas”, observa en la primera página; la actitud honesta y reflexiva jamás decae.
"Para Andruetto, la lectura es un vicio indiscriminado donde todo tiene la misma categoría"
Andruetto reconoce haber heredado de su madre (lectora de novelas sentimentales) su tendencia al melodrama y de su padre filatelista, al que no le apasionaba la ficción tanto como la historia y la geografía, su gusto como escritora por la construcción de series: “Una suerte de plan, aunque no se trate tanto de una planificación sino más bien de un cauce que a partir de cierto texto toma la imaginación”. Los lectores tienen la impresión de que la autora se dice a sí misma, por primera vez, frases como esta.
“El libro está en consonancia con lo que la colección propone: personas atravesadas por los libros y la lectura que escriben un libro que tenga relación con los libros –dice Andruetto–. Lo pensé como una autobiografía que considera los hechos de la vida solo en relación con los libros. Voy haciendo un recorrido desde mi bisabuela materna hasta el presente, por distintas etapas. Como le pasa mucha gente, siempre he leído; quizá hay algo singular en el sentido de ser una lectora que se armó de modos muy desprolijos, en un pequeño pueblo cordobés, Oliva, donde no había librerías, lejos de los centros culturales, en una familia donde había una apetencia lectora y cultural”.
A los diecisiete años, cuenta la autora, su modo de leer (“un vicio indiscriminado donde todo tiene la misma categoría e importancia: desde la Ilíada a los Cuentos de Almejas, desde el crimen de Norma Penjerek a El último de los mohicanos”) cambió para siempre con el ingreso a la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Córdoba, cuando empezó a transformarse en una “lectora rumiante, que lee y relee tal como pastan las vacas”. Otro “quiebre” (esta vez funesto) se da con el golpe de Estado de 1976, que la obligó a establecerse en la Patagonia y a perder su biblioteca (sus padres la quemaron por temor a las razias). Hasta 1984, “todo fue precario: la subsistencia y la vida misma”. Se incluyen miniensayos sobre Robin Wood, César Vallejo, Alejandro Schmidt y Circe Maia, entre otros.
Con el retorno de la democracia, la autora de Lengua madre inició su tarea como formadora de lectores (en Una lectora de provincia comparte líneas de su cuaderno de citas, de autores admirados como Cesare Pavese, Andrés Rivera, Irene Gruss). “Me volqué como trabajo, como militancia, como pasión, como gusto personal, pero también como ganapán a formar lectores –destaca–. En realidad, eso es lo que he hecho toda mi vida, enseñando en escuelas secundarias como profesora, pero sobre todo en talleres de lectura en cárceles, en barrios con mujeres, niños y jóvenes, en geriátricos. He formado parte de un centro relacionado con lectura y literatura en la formación lectora de los maestros, el Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil”. En ese centro dejó la medalla del Premio Hans Christian Andersen, que recibió en 2012.
Andruetto agradece la invitación de Batticuore. “Encontré en ella una gran cantidad de lazos de vida: las dos descendemos de inmigrantes, nos interesan las relaciones entre madres e hijas, las nonas, y unos modos de leer periféricos –dice–. Tengo esa sensación, como un camino desde los bordes hacia un hipotético centro de irradiación cultural y de conocimientos. Me parece que en la escritura misma he ido llevando siempre conmigo esos bordes y eso también está en los modos de leer. He tenido una mirada hacia las periferias. Siempre las periferias, los asuntos, las infancias, las mujeres, la pobreza, los más débiles y en la lectura también hubo una valorización de eso, al no dejarlo y llevarlo conmigo en la mochila. Eso se ha unido luego a otras lecturas más sofisticadas, por acceso a la universidad, básicamente, y después por pura apetencia”.