La batalla de Junín, penúltimo eslabón de la independencia americana
El próximo martes se cumplen dos siglos del enfrentamiento en el Perú entre las fuerzas de Bolívar y sus rivales realistas; en la lucha participaron soldados de San Martín y un antepasado de Borges
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“La audacia fue costumbre de su espada/Impuso en la llanura de Junín/término venturoso a la batalla/y a las lanzas del Perú dio sangre española”. Así describió Jorge Luis Borges, en la “Inscripción sepulcral” dedicada a su bisabuelo el coronel Manuel Isidoro Suárez, el momento en que el segundo jefe de los Húsares del Perú definió a punta de lanza y certeros golpes de sable, la penúltima batalla de la guerra de la independencia americana, de la que el martes próximo se cumplirán doscientos años.
Luego del retiro del Libertador José de San Martín del Protectorado del Perú, tras su entrevista con Simón Bolívar en Guayaquil, este asumió la responsabilidad de expulsar a los realistas de todo el sur de la joven república y del Alto Perú que se hallaban en su poder y al mando del virrey José de La Serna. Para ello sumó las fuerzas de la naciente república con las de la Gran Colombia.
Frente a la gravedad de la situación, logró que se lo nombrase dictador del Perú y procedió a reorganizar sus elementos militares mientras algunos de los principales sostenedores de Fernando VII, como Pedro Antonio Olañeta, se pronunciaban contra el virrey. El Libertador Bolívar consiguió reunir 10.000 hombres, mayoritariamente colombianos y peruanos, entre los cuales predominaban los cuerpos de infantería. Pero contaba con unos 1000 jinetes experimentados y valientes al mando de jefes y oficiales, una parte de los cuales eran de la forja de San Martín. Se habían formado en el regimiento de Granaderos a Caballo y habían realizado la mayor parte o toda la campaña de los Andes, ganando sus ascensos en grandes batallas campales como Chacabuco y Maipú o en encuentros parciales gloriosos como Riobamba.
"‘¡Soldados! Vais a completar la obra más grande que el cielo ha encomendado a los hombres: la de salvar un mundo entero de la esclavitud´, le dijo Bolívar a sus soldados"
Sabedor de que las fuerzas realistas se hallaban divididas y enfrentadas, Bolívar decidió aprovechar la situación y cortar a las tropas del general español José Canterac que se aproximaban desde el sur en la pampa de Junín o Meseta del Bombón, ubicada en la sierra central del Perú, a 4000 metros de altura. Los combatientes de ambos bandos soportaban estoicamente la extrema altitud, que tornaba penosa la marcha, y se aprestaban a un encuentro donde hombres y cabalgaduras sufrirían el impacto de la naturaleza. Ambos comandantes en jefe sabían que, por las características del terreno, la caballería iba a ser la única protagonista del encuentro, pese a que su número era mucho menor que el de la infantería y la artillería.
Próxima la batalla, el 2 de agosto de 1824, Bolívar había pasado revista a su ejército y lo había proclamado con estas palabras: “¡Soldados! Vais a completar la obra más grande que el cielo ha encomendado a los hombres: la de salvar un mundo entero de la esclavitud”.
“¡Soldados! Los enemigos que van a destruir se jactan de catorce años de triunfos. Ellos, pues serán dignos de medir sus armas con las de ustedes que han brillado en mil combates.
“¡Soldados! El Perú y la América toda aguardan de ustedes la paz, hija de la victoria, y aún la Europa liberal les contempla con encanto porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Universo. ¿La burlaran? No. No. ustedes son invencibles”.
Cuando Bolívar advirtió los movimientos en torno al lago de Junín de Canterac, que a toda costa trataba de evitar la lucha, convocó al general argentino Mariano Necochea, para darle el mando en jefe de toda la caballería. No sólo era el oficial superior más antiguo sino el que ostentaba la foja de servicios más distinguida y extensa, pues había sido uno de los primeros en ingresar al regimiento de Granaderos a Caballo y participado junto a San Martín once años atrás en el combate de San Lorenzo.
Era famoso por la habilidad con que manejaba el sable y entre sus subordinados se comentaba que había sido el único en salvarse de ser apresado durante la acción del Tejar, librada en 1815 en el Alto Perú, gracias a que atropelló a toda la formación enemiga con la sola ayuda de su acero. Necochea recordaba que al soldado enemigo que intentó detenerlo de un bayonetazo, “le dividí la cabeza de un tajo hasta el pescuezo”. Solo un soldado de su tenacidad y valor podía concertar los esfuerzos de hombres tan diferentes, que rivalizaban en razón de su origen y costumbres, no siempre forjadas según los cánones severos de la disciplina militar.
Bajo las órdenes del argentino se encontraban una división de caballería colombiana, dirigida por el coronel Lucas Carvajal; otra peruana, a cuyo frente estaba el general británico Guillermo Miller, y un escuadrón de Granaderos de los Andes, que encabezaba un antiguo soldado de Napoleón, el teniente coronel Alejo de Bruix. Era jefe de los Húsares del Perú el coronel y agricultor José Andrés Rázuri, y segundo, un joven teniente coronel de recia estampa, Manuel Isidoro Suárez, de veinticinco años de edad, que competía en arrojo con su amigo José de Olavarría, valiente entre valientes quien, sin embargo, según sus contemporáneos, temía a la oscuridad y dormía siempre iluminado por un candil.
"El mandato fue transmitido su segundo jefe, Suárez, quien se puso al frente de sus hombres, revoleó su acero afilado “a molejón”, y ordeno una mortífera carga al arma blanca"
Los primeros en chocar contra los realistas en la jornada de Junín fueron los Granaderos de Colombia y los Granaderos de los Andes, que pelearon con singular gallardía, como fue reconocido en los partes de batalla. Al emerger de los caminos de montaña, en un primer momento no consiguieron espacio para desplegar los escuadrones, por lo que los realistas los ensartaron en sus largas y afiladas lanzas. Pero pronto se rehicieron y el campo quedó sembrado de caídos.
El arrojo de Necochea hizo que fuera herido y tomado prisionero, y que lo reemplazara Miller. Bolívar se había retirado del lugar desde donde observaba la acción para reunir a los dispersos de la caballería y acelerar la marcha de la infantería. Fue cuando el jefe de los Húsares del Perú, de gran prestigio en el ejército, decidió desoír la orden de retirada y convertirla en la de ataque a degüello. El mandato fue transmitido su segundo jefe, Suárez, quien se puso al frente de sus hombres, revoleó su acero afilado “a molejón”, y ordeno una mortífera carga al arma blanca.
Así evoca el célebre historiador español Mariano Torrente, contemporáneo a los sucesos, aquel dramático momento:
“Ya los independientes habían sido arrollados; a pesar de su arrojo y decisión no habían podido resistir al terrible impulso de la caballería de los realistas; ya estos empezaban a entonar el himno de la victoria cuando dos escuadrones enemigos que estaban a retaguardia al mando del teniente coronel Suárez, se abalanzaron sobre los vencedores que se hallaban asimismo en el mayor desorden y confusión mezclados con los vencidos. Reunidos estos con aquella masa de bronce que se hallaba en perfecta formación, cayeron de nuevo sobre los diseminados realistas, los acuchillaron horrorosamente, los obligaron a ponerse en pronta retirada, y les arrebataron el campo de batalla”.
La palabra empleada por los testigos de la acción, con respecto a la eficacia del ataque, fue “masacre”, para señalar que las armas blancas de los húsares no dejaron enemigos en pie.
Al igual que Necochea, Suárez tenía fama de imbatible lancero, capaz de caer sobre las formaciones enemigas sin medir las consecuencias. Su regimiento quebró a punta de moharra, sin disparar un tiro, a las formaciones españolas, obligándolas a capitular. Con la fuerza invencible del huracán que encabezaba liberó a sus compañeros de glorias y vicisitudes Olavarría y Necochea, prisioneros en la primera parte de la acción. Este sangraba por catorce heridas de arma blanca. Ambos se dieron un abrazo de mutua admiración.
Bolívar dispuso que para recordar su participación en la victoria el cuerpo que ahora mandaba Suárez pasara a ser denominado Húsares de Junín, nombre que aún conserva en el Ejército Peruano.
Tres meses y unos días más tarde, el 9 de diciembre de 1824, el joven general Antonio José de Sucre, la primera espada de Bolívar y su jefe más distinguido, enfrentaba nuevamente a los realistas en las alturas de la pampa de Ayacucho y les arrancaba la victoria. Aproximadamente siete mil hombres por bando lucharon denodadamente hasta que las tropas patriotas obtuvieron la victoria y dieron por concluida la guerra de la Independencia. Una vez más, los dos escuadrones de Húsares de Junín, con Suárez al frente, y el escuadrón de Granaderos de los Andes, al mando de Bruix, se cubrieron de gloria y demostraron el temple con que habían sido forjados.