La angustiante crisis de identidad del kirchnerismo
Cristina Kirchner empezó a ponerle límites a Massa, ansiosa por la pérdida de apoyo en los sectores sociales que considera propios; la urgencia electoral compite con la estabilidad financiera
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El kirchnerismo se comporta como un ilusionista que de tanto ensayar los trucos termina por creer en su propia magia. Años de fusionar política con épica forjaron una identidad granítica que prefiere el dogma al análisis, la agitación a la negociación, el señalamiento de enemigos a la empatía con sus adversarios. Esa legión de dirigentes que se percibe como una vanguardia justiciera que impide la hegemonía de los poderosos sobre los desvalidos se enfrenta al drama existencial de no reconocerse en el espejo. De la galera ya no salen conejos sino contratiempos.
La Argentina de estos días expone a Cristina Kirchner y sus fieles a un angustiante baño de realidad. La sucesión de conflictos los ubica en un espacio desconocido en el que la izquierda son los otros. El conflicto gremial en las plantas de producción de neumáticos, las tomas de tierras en el Sur y la movilización del frente piquetero son reflejo de un dramático deterioro social que el Frente de Todos ha sido incapaz de detener. Expresan un anticipo del tiempo que viene, en el que la jefa del kirchnerismo está obligada a procesar que ya no tiene el monopolio de la rebeldía: la protesta también es contra ella.
Los efectos de la inflación y la falta de expectativas positivas para la economía fueron desinflando la revuelta institucional que impulsó el kirchnerismo después de la acusación fiscal contra Cristina en el juicio por el caso Vialidad, agravada por los efectos del atentado que la vicepresidenta sufrió hace justo un mes. Esta primavera de alteración en las calles y las fábricas desnuda el carácter efímero de cualquier cruzada política que desatienda las urgencias de las mayorías sociales.
Los argentinos son un público que perdió la ingenuidad. Lo revelan las encuestas en las que se ve que una cantidad sorprendente de entrevistados dice que no cree que a Cristina Kirchner la quisieran matar, aunque el mundo entero vio como gatillaban una pistola a 35 centímetros de su cara. El enojo le gana lugar a la esperanza y las batallas políticas grandilocuentes se decodifican como excusas de una burocracia ineficiente.
Cristina Kirchner lo tuvo claro desde el día mismo en que aceptó dar apoyo al ajuste de las cuentas públicas que le encomendó a Sergio Massa cuando entendió que estaba al borde de un estallido financiero. La Cámpora esbozó una coartada de tres palabras para tranquilizar a sus militantes: “Pragmatismo para sobrevivir”. Demasiado poco para disimular el estado de insatisfacción que contagia a todo el peronismo.
El ministerio de Economía ha trabajado duro en todas las áreas de su competencia, pero es necesaria una política de intervención más precisa y efectiva en el sector y, al mismo tiempo, diseñar un instrumento que refuerce la seguridad alimentaria en materia de indigencia.
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) September 28, 2022
El miércoles la vicepresidenta retomó la senda identitaria después de que se difundieron los datos oficiales de pobreza, que muestran una suba de la indigencia en el primer semestre del año, incluso antes del salto peligroso de la inflación a la meseta del 7% mensual. Su advertencia a Massa de que debe intervenir más decididamente para obligar a las empresas alimenticias a moderar los precios puede ser el inicio de la reversión de su apoyo irrestricto al ajuste Nac&Pop.
A Cristina le fastidió el discurso del secretario de Programación Económica, Gabriel Rubinstein, en el Congreso durante la presentación del presupuesto, cuando dijo que los márgenes empresariales deberían volver a lo que eran hace “tres, cuatro, cinco, seis años”. Es decir, en la era macrista.
Rubinstein –que no ganaría un premio al tuitero recatado- le respondió el jueves a la vicepresidenta por las redes sociales que “la culpa del desorden cambiario, las altísimas brechas, la obligación a financiarse a 180 días para importar, cupos, etc., etc. no la tienen las empresas”.
Si quiso llevar la discusión al terreno técnico acaso confundió el mensaje de la fundadora del Frente de Todos. Ella retomó la iniciativa en un momento en que sufre las deserciones por izquierda a su proyecto político. El sindicalismo tradicional le exige soluciones para detener el auge de los gremios clasistas, liberados para reclamar que los salarios no sigan perdiendo contra la inflación. Los líderes de movimientos sociales oficialistas pierden legitimidad ante los dirigentes trotskistas. Los intendentes del conurbano exigen atención sin demora: “En los barrios hablan pestes de Cristina, casi tanto como de Macri. Esa bronca con nosotros no la vi nunca”, confiesa un cacique que gobierna uno de los municipios más grandes del Gran Buenos Aires.
“El mandato del peronismo”
En el mar revuelto reapareció Roberto Feletti, caído en los bombardeos internos sucedidos en la fase final de Martín Guzmán en el Ministerio de Economía. El gendarme de los precios que fracasó en la primera mitad del año ahora se siente reivindicado. Dijo que “no se está cumpliendo con el mandato del peronismo” y puso el dedo en la llaga: “Que la izquierda haya sacado un millón de votos en 2021 habla que nuestra gente se está yendo; el de la derecha no vota a la izquierda. Tenemos que ver qué nos está pasando”.
Es un crudo retrato del dilema de Cristina, que consiste en cómo distribuir sin plata. Massa se sentó en la silla eléctrica del Palacio de Hacienda con el compromiso de que lo dejaría “hacer lo que hay que hacer”. El milagro que ofrece es mejorar la gestión del corto plazo para llegar al final del mandato sin un episodio dramático en la macroeconomía. Un horizonte en el que se dibuja el fantasma piantavotos de la estanflación. La duda que domina a los actores económicos es hasta cuándo dura la paciencia kirchnerista. En otras palabras, hasta cuándo aceptará la vicepresidenta no ser el personaje que ella tan minuciosamente creó.
Su imperativo es la subsistencia política y la clave para cualquier triunfo electoral, en sus propias palabras, pasa por conseguir que los salarios y las jubilaciones le ganen a la inflación. El destino del Frente de Todos se juega en esa carrera: ¿podrá Massa cumplir las metas fiscales y de acumulación de reservas y a la vez contentar a un grupo político que ansía incentivos estatales a los ingresos y presiones a las empresas para obtener los resultados mágicos de otras épocas? ¿Cuándo se termina la racionalidad macro para pasar al instinto primario de la búsqueda de votos?
Oferta y demanda electoral
Un sector del peronismo reclama que se cambien las reglas de juego electorales, sobre todo con la eliminación de las PASO. Sus impulsores imaginan que eso complicará a Juntos por el Cambio, extraviado en sus propias peleas de entrecasa. Pero es justamente Cristina quien por el momento duda de arrojarse a atender esas prioridades.
Tiene fresco el recuerdo de 2019. Ante el fracaso económico de Mauricio Macri la ola en favor de un cambio de gobierno crecía. El peronismo estaba disperso, sin un candidato capaz de capitalizarlo. Cristina lo vio, maniobró con sus aliados y sus rivales, perdonó enemigos (como el propio Massa) e inventó a Alberto Fernández como aspirante a la presidencia. Alineó la oferta con la demanda y, aunque no se tocó la ley, prescindió de las PASO. El Frente de Todos fue un éxito electoral que derivó en un dispositivo fallido para gobernar.
Cuando debaten ahora si derrumbar o no las PASO, en las cercanías de Cristina recuerdan que un cambio de ley puede ser inocuo para detener una tendencia social contra el gobierno de turno. JxC tendría otras herramientas para ordenarse, más allá de que las primarias le permiten evitarse el incordio de sentarse a una mesa a negociar. “Lo urgente es recuperar el espíritu de lo que fuimos. Lo que nos convirtió no hace mucho en mayoría”, dice, como quien expresa una utopía, un funcionario peronista de diálogo habitual con la vicepresidenta.
Decirlo no es hacerlo. El combo inflación, suba de tarifas y salarios desactualizados no parece tener solución de corto plazo. Salvo que el remedio sea romper el acuerdo con el FMI y arrojarse a un mal que puede ser peor: el de la inestabilidad cambiaria y la corrida financiera.
Cristina y La Cámpora meditan cómo salir de la trampa que significó para su relato identitario la experiencia de Alberto Fernández en la Casa Rosada. Tienen pocos consuelos a mano en su chistera averiada. Cada moneda tiene dos caras. El kirchnerismo celebra las tomas de colegios porteños por los sándwiches con poco jamón que reparte el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta entre alumnos secundarios de clase media, mientras necesita callar el menoscabo del poder de compra de la Asignación Universal por Hijo (AUH) que agrava la indigencia alimentaria en los márgenes de las grandes ciudades. Allí donde, hasta hace poco, Cristina se sentía imbatible.
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