Kirchnerismo huérfano: la condena también fue contra La Cámpora
Incapaces de gestionar el recambio generacional, Máximo Kirchner y sus seguidores enfrentan las consecuencias del fallo contra la vicepresidenta y su decisión de no ser candidata; el peronismo busca discutir liderazgos
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La hipótesis de una candidatura de Cristina Kirchner era como apoyar un arma sobre la mesa. Su hijo Máximo y los jerarcas de La Cámpora se acostumbraron a negociar con el peronismo como si fueran los managers de la dueña de los votos, de la Jefa que podía mandar al ostracismo electoral a quien se pusiera delante de sus intereses.
Esa dinámica entró en crisis después de la condena por corrupción en el caso Vialidad y el furioso anuncio posterior de la vicepresidenta de que no será “candidata a nada” en 2023. El kirchnerismo ideológico quedó expuesto a la orfandad, que lo golpea mientras participa de un gobierno atrapado en un pantano económico.
Cristina les pidió que agarren “el bastón de mariscal” a unos oficiales acostumbrados a asistir a batallas ganadas de antemano. Sin el apellido Fernández de Kirchner en las boletas, a diferencia de lo que pasó en 2017 o en 2019, el Frente de Todos se asoma a una incierta etapa de ebullición. Gremialistas, intendentes, gobernadores y hasta el propio Presidente -experimento fallido del laboratorio cristinista- miran el futuro inmediato con ánimo de revisar el orden peronista vigente desde hace 20 años.
¿Por qué se apresuró Cristina a patear el tablero de 2023? La pregunta circula sin respuesta unificada en el entorno de la vicepresidenta. El portazo que culminó su denuncia de un “Estado mafioso” que quiere proscribirla como al Perón de los 50 y los 60 convivió con una reacción indiferente del “pueblo” cuya conducción se arroga. Sin un llamado explícito a la movilización callejera, su descargo por YouTube empezó y terminó con la lógica burocrática del calendario: no hubo 17 de Octubre, sino apenas un caluroso 6 de diciembre.
A La Cámpora le urge defender su liderazgo con la carga de no haber cumplido jamás con el mandato del recambio generacional. Pasaron más de diez años desde que Cristina dispuso la camporización forzosa del peronismo. Fue un proceso de renovación que se impuso desde arriba y se ejecutó sin piedad con los perdedores. Máximo y los elegidos de “la Jefa” crearon una logia de Estado que llegó a dominar porciones inmensas de poder, que administra fondos multimillonarios y alimenta un ejército de militantes con lealtad religiosa.
Después del triunfo de 2019, Cristina había anticipado que el 2023 iba a ser el año de “los jóvenes”. Pero la crisis económica y el descalabro de la gestión albertista atrapó a esos “pibes” que ya tienen casi 50 años en su gruesa burbuja del poder. Máximo tomó el mando del peronismo bonaerense y colocó delegados en el PAMI, la Anses, los organismos que diseñan la política energética y empresas estatales con presupuestos inmensos. La construcción electoral quedó en segundo plano.
Semanas atrás fueron ellos quienes echaron a correr el operativo “Cristina 2023″, que no era otra cosa que la asunción de la incapacidad propia para gestar candidatos atractivos.
El dilema de Máximo y compañía
La santísima trinidad camporista reajusta ahora los planes. Máximo hereda todo menos la intención de voto. Andrés “Cuervo” Larroque se mueve cómodo detrás de escena, mejor vocero para transmitir las demandas de la Jefa que potencial candidato a algo. Wado de Pedro, el dialoguista presentado como la cara amable del grupo, quedó enredado por la lógica de la lucha sin matices. Sus apelaciones a terminar con la grieta se vuelven caricatura cuando describe a los opositores como parte de las mafias que denuncia Cristina y los liga a la dictadura militar. Esta semana llegó a describir así a sus rivales electorales: “Muchos festejamos que el Pro y que la derecha argentina se haya convertido en una fuerza política que se presenta a elecciones. Confiábamos en que iban a respetar las reglas juego. Pero cuando les tocó gobernar lamentablemente volvieron a ser lo que eran; cayeron en la tentación, usaron los servicios de inteligencia, compraron sectores del Poder Judicial, rompieron el pacto democrático”.
Así, cuando no se reconoce la continuidad histórica de los vicios de la política, el diálogo se convierte en utopía.
Entonces, aferrado al discurso de la proscripción y de la demonización de sus rivales, La Cámpora se extravía en su crisis. Convive con dirigentes peronistas de todos los niveles a quienes el pragmatismo los inclina a defender sus posiciones de poder sin quemar puentes con sus adversarios. Y que, ante la autoexclusión de Cristina, empiezan a plantearse un destino diferente a nivel nacional. Todos cumplieron con la solidaridad burocrática de un comunicado de repudio a la condena del caso Vialidad, mientras empezaban a vislumbrar qué dice la página siguiente del libro de la historia peronista.
Fuera del microclima del oficialismo la situación social se agrava: crecen los índices de pobreza, la inflación no cede y el descontento con el Gobierno en los sectores populares es alarmante, según todas las encuestas. Cristina, pese a tener el mejor piso electoral de todos los referentes peronistas, sabe que el aura que todavía la acompaña está lejos de ser suficiente para ganar unas elecciones presidenciales.
Prefirió la ficción de un martirio a enfrentarse a la cruda realidad del voto. Los argentinos han dado señales alarmantes en 2021, con una reducción drástica del voto oficialista, una abstención sin precedente y el apoyo a opciones extremas que ponen en discusión las certezas de 40 años de democracia. ¿Qué tiene Cristina para ofrecer además de una crítica feroz al gobierno que ella misma inventó y que todavía integra? El fallo judicial la eximió de una respuesta. Aunque dispone su inhabilitación para ejercer cargos públicos, no está firme y no le impediría competir en 2023 ni gobernar en caso de resultar elegida. Pero ella bramó que no competirá en esas condiciones. Encontró una puerta para salir épicamente de una competencia que no parecía en condiciones de ganar.
Para La Cámpora el desafío es inmenso. Cuando en agosto el fiscal Diego Luciani concluyó el alegato de acusación en el juicio, Máximo y compañía habían encontrado su razón de ser en la movilización callejera. Poner el cuerpo por Cristina les devolvió el pulso vital y salieron a tomar la Bastilla en las veredas de Recoleta. La aventura terminó con el episodio trágico del intento de asesinato ejecutado por Fernando Sabag Montiel.
La vicepresidenta se recluyó y cambió de estrategia. No es la protesta lo que va a rescatarla, argumenta, sino probar que sus rivales, el macrismo en especial, manipula las instituciones, desnaturaliza la voluntad popular y opera para meterla presa. Consintió en primera instancia el pedido de La Cámpora de ponerse al frente de la campaña oficialista con la ilusión de que podía competir en 2023. “Todo a su medida y armoniosamente”, le respondió al diario Folha de São Paulo el fin de semana pasado cuando le preguntaron en una entrevista si sería candidata.
El vuelco posterior a la condena interpela a La Cámpora y a sus aliados más cercanos. Les toca representarla en las elecciones. Son dirigentes a los que la responsabilidad le ha pesado negativamente en el pasado, como cuando el voto los puso en un gobierno -el de Alberto Fernández- obligado a gestionar en la escasez.
El menú de candidatos
El abanico de opciones es flaquito. Axel Kicillof, el hombre que mejor retiene el voto de Cristina, se alarma de solo pensar en que lo promuevan a la batalla nacional y lo saquen de la más ganable competencia por la reelección bonaerense. Sergio Massa jura a quien le pregunte que no quiere ser candidato a presidente en 2023 y que lo único que tiene en mente es bajar la inflación y evitar una crisis monetaria. Los amigos de Máximo lo miran con cariño como la encarnación de esa frase que han hecho bandera en el último tiempo: “El pragmatismo es para sobrevivir”. Ven al ministro como un derechista, pero lo asimilan como hacía Roosevelt con Tacho Somoza, el dictador nicaragüense (“sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”).
La ebullición posterior al renunciamiento de Cristina hace florecer candidatos potenciales. A De Pedro lo siguen trabajando, con ingente despliegue de recursos. Asoman la cabeza gobernadores, como Jorge Capitanich, que siempre albergaron una esperanza. Juan Manzur coquetea con resurgir después de su grisácea experiencia como jefe de Gabinete. Alberto Fernández mira el desierto pasar sin abandonar el sueño reeleccionista; nada más parecido a una humillación para “la Jefa”.
Cerca de Cristina llaman a no confundirse. “Ella sigue al frente del proyecto. Su misión será que el peronismo llegue con fuerza a las elecciones. Solo dijo que no será la candidata”, aclaran.
Es un reto inmenso: debe prolongar su dominio sobre el peronismo en medio del deterioro económico, sin la amenaza de ser la candidata capaz de ordenar la interna y con la frustrante carencia de una alternativa competitiva que la represente.
Todavía no se llega a vislumbrar, además, el costo que tendrá cargar con el estigma de ser una condenada por corrupción. Una cosa es imaginarlo y otra vivir con ello.