Kawabata, tras los misterios de la belleza y la muerte
Cuatro años después de merecer el primer Nobel de Literatura para las letras japonesas, Yasunari Kawabata (1899-1972) se quitó la vida en un pequeño departamento a orillas del mar, en la isla de Honshū. Tenía 72 años y era el creador de una obra elegante, episódica y misteriosa, que fue sumando lectores a lo largo del tiempo. En su discurso en la entrega del Nobel, se había referido al suicidio: “En mi ensayo ‘Visión en los últimos momentos’ digo: ‘Por más alejado del mundo que uno pueda estar, el suicidio no es una forma de iluminación. Por muy admirable que sea, el suicida está lejos del reino de la santidad’. No admiro ni simpatizo con el suicidio de Ryûnosuke Akutagawa, ni con el de mi otro amigo, Osamu Dazai”. A ellos, en noviembre de 1970, iría a sumarse su discípulo y amigo Yukio Mishima.
Huérfano de padres desde la infancia, creció al cuidado de sus abuelos. Se graduó en la Universidad Imperial de Tokio y en los años 1920 integró el grupo literario Shinkankaku Ha (Escuela de la Nueva Sensibilidad) que cultivaba el lirismo y el impresionismo en vez del realismo social. Apegado a las tradiciones de su país y a la vez interesado en los cambios de la modernidad, cultivó su particular estilo, que incluye un repertorio de temas como la soledad, los conflictos y comedias del deseo erótico y las inclemencias del paso del tiempo. Con intervalos de dos o tres años, dio a conocer La bailarina de Izu, La pandilla de Asakusa, País de nieve, Mil grullas, El sonido de la montaña, la biografía ficticia El maestro de Go, El lago, la narcótica La casa de las bellas durmientes, Kioto y Lo bello y lo triste, obra maestra de la literatura del siglo XX.
En el año de su muerte se publicó uno de los libros favoritos de los lectores: Historias en la palma de la mano. Emecé, que también editó relatos y novelas cortas y la correspondencia entre Kawabata y Mishima, lanzará su novela Tanayura, aún inédita en español.
“No sacralizar a Kawabata en un exotismo cómodo, sino valorar sus experimentos con la escritura por más de cincuenta años –dice la escritora y traductora Amalia Sato–. Relatos expandibles tamaño palma de la mano, novelas sobre la vejez, historias con una naturaleza y paisaje llenos de datos para entendidos, narraciones en la voz de moribundos y siempre, con la crueldad de la belleza perfecta como juicio de valor, su mirada preciosista sobre la variedad de eternos femeninos y su obsesión por bordear las relaciones sin lazos de sangre pero en marcos familiares”.
Sato, junto con Mami Goda, tradujo del japonés varias obras de Kawabata. “En su discurso al recibir el Nobel, se definió como alguien que pertenecía al ‘bello Japón’; así se apartaba y se envanecía humildemente de su nostalgia por un refinado Japón siempre a punto de desaparecer –agrega Sato–. En sus incursiones en el cine en la década de 1920, el expresionismo alemán y el surrealismo le dieron alas. La devastación del terremoto de 1923 y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial se reflejan en la desintegración y el cambio de valores que su narrativa sobre las familias disecciona. No lo sacralicemos como a un clásico, leámoslo como al experimentador que fue, como al escritor atento a los efectos de su escritura sobre quienes sucumbían ante sus veladuras maestras”.
Para el escritor y especialista en literatura japonesa Miguel Sardegna, Kawabata ocupa hoy un lugar central en el panorama literario. “Fue el primer autor japonés en ganar el Premio Nobel y también un faro que alumbró la literatura japonesa de su tiempo –dice–. Es posible acercarse y estudiar la literatura de su país partiendo de él, prestando atención a sus gustos y afinidades”. Sardegna dirige la colección de literatura japonesa Bosque de Bambú del sello También el Caracol. “Kawabata nos guió en la dirección de Riichi Yokomitsu, el autor que inauguró la colección –cuenta–. Nos gusta sentir que Kawabata es una presencia fuerte en el comienzo de nuestro camino como editores. Kawabata, Yokomitsu, Kataoka y otros jóvenes escritores fundaron en los años veinte del siglo pasado una nueva literatura. Molestos con su tiempo, dominado por la literatura proletaria, decidieron hacer algo con la disconformidad que sentían. La principal preocupación de la escuela, que quizá Kawabata no abandonó jamás, a pesar de que la revista donde el movimiento se expresaba tuvo una vida breve, giraba en torno al sentido de kankaku [sensación, percepción, impresión sensorial]. La preocupación por la sensación se debía al momento tecnológico y cultural que les tocó vivir. El Japón anterior a la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por la reorganización de la experiencia sensorial”. En sus primeras obras, Kawabata registró ese proceso.
Sardegna es, además, autor de la novela Los años tristes de Kawabata (Odelia), donde retoma la estética de la pérdida, el duelo y la muerte que impregna la obra del japonés. “Hay algo de su experiencia de vida, signada por la soledad y la muerte, que conecta inmediatamente con los lectores –sostiene–. Tempranamente, fue perdiendo uno a uno a todos los miembros de su familia. Su padre murió de tuberculosis cuando tenía tres años. Al año siguiente murió su madre, también de tuberculosis. Al poco tiempo, su abuela y, no mucho después, su hermana. Su abuelo ciego se transformó en el único familiar sobreviviente, y también eso le sería arrebatado”.
El domingo 16 de abril de 1972, el escritor que había querido “embellecer la muerte y buscar la armonía entre el hombre, la naturaleza y el vacío” decidió poner punto final a su vida.