Karina Sainz Borgo: “Para mi desgracia, puedo oler a un populista a kilómetros de distancia”
Escritora venezolana en el exilio, la autora de La hija de la española afirma que las elecciones en su país representan una oportunidad y señala que Milei es fruto del agotamiento moral que produjo el kirchnerismo
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MADRID
Escribir es un acto extractivo. Es escarbar la tierra con las manos. Para conocerlo, al mundo hay que despellejarlo. Por eso, de una novela nunca se sale ileso. La literatura no resuelve problemas, no libera países, no resucita a los muertos. Se escribe para habitar la piel del otro, para ser incluso aquello que odiamos”, pronunciaba Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) en diciembre pasado, cuando recogió el premio literario Jan Michalski en Suiza por El tercer país (2022). La novela de esta escritora radicada en España puede leerse a modo de díptico con un clásico del futuro: La hija de la española (2019), la narración más nítida, desgarradora y valiente sobre la tragedia venezolana, su diáspora, los estragos de la revolución chavista y el desarraigo de quienes han emigrado: el duelo, la orfandad y la crisis de identidad que emerge cuando aquel sitio donde nacemos se derrumba.
La autora, en cuya prosa convergen Juan Rulfo y Jorge Luis Borges, publicará pronto otra novela que conformará un tríptico con los libros anteriores: Nazarena. A una semana de unas cruciales elecciones presidenciales en su país natal, señala: “Cada elección en Venezuela es una nueva cuerda floja, una nueva oportunidad, un nuevo precipicio, una frustración en puertas, una expectación, un dolor y, sin embargo, la mayoría de la población desea un cambio”.
Autora además de la poética ficción La isla del doctor Schubert (2023), Sainz Borgo es una de las periodistas culturales más destacas de España, desde las páginas de ABC. También exploró la no ficción con Crónicas barbitúricas (2019) y Caracas hip-hop (2007). Sus columnas de actualidad interpelan e incomodan al poder –español y venezolano– y por esta labor mereció en 2023 el Premio de Periodismo David Gistaud. Lo obtuvo con un texto donde explora “esa sensación de alerta de quienes crecieron en la desaparición” y el desarraigo: “Es el remanente de los que saben que las cosas nunca deben darse por amortizadas. Se empieza por el lenguaje y la disección de lo colectivo en agravios grupales, hasta olvidar lo que sostiene un proyecto común: sus leyes. Lo tribal enceguece y envilece, aplana, lamina y vulnera la igualdad”.
–El mito de Casandra ronda su obra literaria. Y también pareciera ser que ronda su propia vida. “Siempre tengo la sensación de estar advirtiendo que algo va a pasar”, decía en una entrevista. ¿En qué sentido lo percibe? ¿Me podría brindar un ejemplo?
–Veamos. No es que crea que puedo ver el futuro, pero sí estoy convencida de que nadie escucha mis advertencias o temores sobre algo que me resulta preocupante, justamente por su familiaridad. Asistir y presenciar una disolución social y política permite crear una mirada informada sobre determinados asuntos, desde la contaminación del debate (la primera muerte ocurre en el lenguaje) hasta el descalabro cotidiano e íntimo. Para quienes fuimos educados en el apocalipsis, reconocer un infierno se vuelve algo casi intuitivo. Para mi desgracia, puedo oler a un populista a kilómetros de distancia. Puedo reconocer el colapso de la convivencia con apenas dos o tres estampas, porque casi todas las alarmas se parecen. Antes me preocupaba en advertirlo. Ya no. He claudicado con respecto a mi propia tragedia e incluso contra las tragedias ajenas. Cuando me di cuenta, por ejemplo, de que debía obviar el tema independentista catalán con mis amigos proindependentistas si quería tener la fiesta en paz, pensé: aquí hay un problema. Y lo hubo.
"Milei, como buen populista, es hiperbólico, teatral y peligroso"
–En 2018, meses antes de las elecciones presidenciales argentinas, expresaba en una entrevista en este diario: “Me preocupa muchísimo, por lo que tiene de espejo [laArgentina y Venezuela]. Aun con las medidas restrictivas, Macri no consiguió ganar terreno a la mala situación económica. Lo que más temo son las nostalgias extemporáneas; que la Argentina, agobiada como está, piense que el populismo en el fondo no era tan malo”. ¿Imaginó la llegada de un líder como Javier Milei?
–Todo extremo produce un efecto pendular. El agotamiento económico, moral y político que produjo el kirchnerismo, en buena medida con ayuda del chavismo, por cierto, desembocó en su extremo ideológico, aunque no necesariamente formal. Milei, como buen populista, es hiperbólico, teatral y peligroso. Esta vez, tira del extremo contrario. Su extravagancia lo convierte en objeto de chanza y eso, de alguna manera, neutraliza y naturaliza sus excesos. La Argentina merece paz y sosiego, desde hace ya mucho. ¿Podrán encontrar nuestros países una forma de futuro que no implique, necesariamente, tener que avanzar a base de colapsos?
–El 28 de julio habrá elecciones en Venezuela. ¿Podrá la oposición lograr representación? Sé que es una pregunta extensa, pero ¿cuál podría ser, a largo o mediano plazo, una salida democrática para Venezuela?
–Cada elección en Venezuela es una nueva cuerda floja, una nueva oportunidad, un nuevo precipicio, una frustración en puertas, una expectación, un dolor y, sin embargo, la mayoría de la población desea un cambio. Nadie puede ser ciudadano de un Estado fallido y los venezolanos desean reconstruir espacios de legalidad, justicia, bienestar y progreso. Todo eso que la revolución destruyó y sobre cuyas ruinas creó un Estado delincuencial y una cleptocracia. No importa cuánto le cueste, los ciudadanos venezolanos insisten en tener una oportunidad para, de una vez, recuperar las leyes, la justicia y la dignidad.
–Existe cierta esperanza para la oposición venezolana de que finalmente habrá un cambio. ¿Ve posible este escenario? En caso de que gane la oposición, ¿cuál será su mayor obstáculo para gobernar?
–No soy un analista político. Nací en ese país y viví ahí hasta el año 2006. Esos elementos me dan para deducir algunos elementos que sirven como punto de partida. Hay serios obstáculos no ya para gobernar, sino para restituir los elementos esenciales de cualquier régimen democrático: separación de poderes, libertad de expresión, seguridad ciudadana, una economía saneada, sueldos dignos, la restitución de un sistema de explotación petrolera hoy desmantelado y convertido en tapadera del narcotráfico. Si a esas exigencias se suman el hecho de que Venezuela ha vivido en un régimen autoritario durante décadas, que casi nueve millones de personas se han ido por motivos económicos y políticos y que aún casi mil personas están privadas de su libertad sin un juicio o una orden, se multiplica la complejidad del proceso.
"Crecí con la sensación de que las cosas, las personas, las certezas o lo que fuese saltarían por los aires, que me volarían la cabeza de un balazo, que algo escapaba siempre de mi arbitrio o mis esfuerzos"
–¿Cómo analiza los resultados obtenidos por la izquierda francesa en las últimas elecciones?
–El viraje, en menos de ocho días, de la extrema derecha a la izquierda más radical es la mayor confirmación de que en la política, entendiendo por tal aquellos asuntos relativos al bien común, hace rato que se ha abandonado el centro. Y los liderazgos se han vuelto frágiles, susceptibles de arrebatos personalistas. Macron convoca elecciones basándose en un altísimo concepto de su capital político, incluso sin ser consciente de las consecuencias. En el escenario de las democracias liberales mandan hoy los extremos. Asistimos a su desmantelamiento. Sobre la razón, se imponen los sentimientos y los agravios, no los argumentos. Para el proyecto de Macron, ceder ante Le Pen o ceder ante Mélenchon es casi lo mismo. Supone una tragedia. Un inmenso y estrepitoso fracaso.
–La hija de la española es ya un clásico, un libro citado y elogiado por aquellos que emigraron tras contemplar los abusos del poder oficial, la violencia y autoritarismo. ¿Siente la responsabilidad de haber escrito la novela más premiada y leída sobre la tragedia venezolana?
–Nunca tuve la sensación de contar una tragedia venezolana, pensé que estaba contando la mía. En esa novela están todos mis conflictos: la tierra, la madre, la familia, la pertenencia, la muerte, la política, la memoria. Como la protagonista, yo quería que alguien me devolviera mis platos rotos. Quise enterrar en paz a mis muertos para ser alguien nuevo, distinto. Pensé que, al escribirla, resolvería por fin el malestar y la relación tan difícil y desgarrada con lo que soy y el lugar donde nací. Me marché con 23 años. Hoy tengo 42 y exactamente doce sin pisar mi país. A su manera, La hija de la española fue mi gran fracaso anímico, mi inframundo, un libro que habría preferido no escribir. Pero ahí está. Y si sacude a quienes lo leen, no puedo más que sentir una mezcla de pudor y gratitud.
–”En mis novelas los personajes se agarran al mundo sujetándolo con los dientes”, decía en el discurso de aceptación del Premio Michalski. ¿En qué sentido?
–Crecí con la sensación de que las cosas, las personas, las certezas o lo que fuese saltarían por los aires, que me volarían la cabeza de un balazo, que algo escapaba siempre de mi arbitrio o mis esfuerzos. Pasó con mi país, con muchas de las personas e instituciones a las que amé, pasó con mi propio sentido de pertenencia o afección.
–En sus novelas hay grandes heroínas, entrañables personajes femeninos. ¿Son novelas feministas? ¿Escribe con esta noción o norte?
–No sé si las feministas de la nueva ola considerarían feministas a mis heroínas. Lo que sí sé es que en cada página intento retratar el espíritu de las mujeres que me criaron. Están tocadas todas por un sentido muy profundo de la depredación. Hace unos días escribí justamente un texto que se titulaba “Las mujeres de mis novelas”. Lo hice basándome en personajes reales en quienes yo identificaba rasgos de mis heroínas y de lo que simbólicamente las mujeres han sido para mí. Una mujer es el hogar de sí misma. Está preparada para traer a otros al mundo, pero primero se pare a sí misma. Lo femenino, en tanto lugar de la lumbre y del alumbramiento, de las luces y la intuición, de la claridad y la más absoluta penumbra, aloja el territorio más complejo del ser humano. Una mujer es combate perpetuo. Cuando vive, lo hace varias veces. Por ella y por los suyos.
"Escribir me ayuda a sobrellevar el desasosiego. Nunca me he sentido suficientemente buena periodista, ni hija, ni hermana, ni escritora, ni ciudadana. Escribir atenúa esa sensación. He dejado de tener miedo, eso es verdad, pero eso no me hace necesariamente valiente"
–¿Considera política a su literatura? En ese caso, ¿es una imposición? ¿Qué ganan y qué pierden los lectores?
–Considero mis libros tan políticos como políticos me parecen Sófocles, Shakespeare, Cervantes, Thomas Bernhard, José Saramago, Thomas Mann. Una historia tiene que sacudir, interpelar, alumbrar lo más oscuro y hacernos sentir parte, incluso, de lo que odiamos. Sentir compasión por un asesino, dudar sobre qué haríamos ante una situación que en su enunciado nos parece irreprochable. En una catástrofe, ¿seríamos héroes o cómplices? Ese enorme ejercicio de la paradoja es profundamente político, en su sentido original: la convivencia con el otro. A los lectores les ofrezco lo que tengo: mis miedos y mis obsesiones. Solo puedo aspirar a compartir con ellos un pacto de soledad.
–¿Cómo se lleva con la autoficción, hoy tan extendida?
–No se me da bien. Si ya me aburro yo a mí misma, ¿cómo le voy a imponer eso a los lectores? Ahora bien, los que hacen autoficción de la buena despiertan todo mi respeto. Me gustan el pozo de verdad que hay en Conrad o el de ese Thomas Mann de los Buddenbrook o en la Doris Lessing de El cuaderno dorado o en el Javier Marías de Tomás Nevinson, Berta Isla, Tu rostro mañana, el del Arturo Pérez-Reverte de El pintor de batallas…
–La confesión pública, pues judicialmente ya había actuado, de la hija de Alice Munro [sobre el abuso que padeció por parte del segundo marido de su madre] impactó a sus lectores y a la comunidad intelectual. ¿Leeremos del mismo modo a Munro?
–Los lectores inquisidores, probablemente no. Para mí seguirá siendo la misma narradora irónica, petulante e insoportable de siempre.
–”Me legaron valor. No fui valiente”, escribe Borges y usted lo cita en La hija de la española. Vivimos momentos de intolerancia y de ultracorrección. ¿Cómo vive este momento el periodismo y la literatura? Usted pareciera no tener temor, ha escrito artículos muy elogiados y premiados que incluso han irritado al oficialismo español.
–Haga lo que haga, sentiré siempre remordimiento. Intento describir el mundo que me rodea y lo que veo, lo cual no significa que pueda cambiarlo o mejorarlo. Escribir me ayuda a sobrellevar el desasosiego. Nunca me he sentido suficientemente buena periodista, ni hija, ni hermana, ni escritora, ni ciudadana. Escribir atenúa esa sensación. He dejado de tener miedo, eso es verdad, pero eso no me hace necesariamente valiente.
ENTRE LA NOVELA Y LA CRÓNICA
PERFIL: Karina Sainz Borgo
■ Karina Sainz Borgo nació en Caracas, Venezuela, en 1982. Es periodista y escritora. Desde 2006 reside en España.
■ Forma parte de la llamada “literatura de la diáspora venezolana”, con libros traducidos a más de treinta idiomas.
■ En 2019 su primera novela, La hija de la española, fue un gran éxito. Le siguieron las novelas El tercer país y La isla del doctor Schubert. Publicó además las crónicas Caracas hip hop y Crónicas barbitúricas.
■ Entre otras distinciones, obtuvo el Premio O. Henry (2021) y el Premio Jan Michalski (2023). También, el Premio de Periodismo David Gistau (2023).
■ Ha trabajado como periodista cultural en distintos medios españoles. Actualmente es columnista del diario ABC.