Juntos por el Cambio se rompió, ¿hay tiempo de arreglarlo?
Las diferencias de forma y de fondo ahondan la desunión entre los candidatos; la falta de liderazgo, la pérdida de afectos y una disputa sobre qué hacer con el peronismo
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Los jefes de la oposición actúan como una cuadrilla de bomberos que se esmerara en rescatar un jarrón de cristal de una casa ardiendo. “La unidad de Juntos por el Cambio está garantizada”, repiten con el tono solemne de una promesa, como si al convertir en mantra esas nueve palabras pudieran conjurar la crisis que los atraviesa. El énfasis, sin embargo, subraya una pregunta incómoda: ¿alcanza con estar unidos para volver al poder y, más aún, para garantizar un gobierno exitoso?
La unidad los trajo hasta acá. Sirvió para resistir el impulso inicial de la fase albertista del kirchnerismo, pero se revela como un don bastante módico a la hora de construir una oferta que ilusione a una sociedad perdida entre la bronca y la desesperanza. La unidad fue una cortina de humo que, al disiparse, expone a un grupo de dirigentes desorientados, sin un líder capaz de ordenar al conjunto y con el lazo de afecto roto entre los pretendientes al trono. Los dividen los egos, pero también un desacuerdo profundo sobre la receta que necesita la Argentina para revertir el rumbo de colapso.
Conforme pasan los días la cuestión de la unidad se va tornando abstracta. Juntos por el Cambio se rompió en el camino hacia el recambio presidencial. La urgencia pasa ahora por pegar los pedazos y alcanzar las primarias del 13 de agosto para definir candidatos y liderazgos. ¿Queda suficiente tiempo?
“Nadie quiere ser responsable de una ruptura. Él que lo haga pagaría un costo altísimo”, enfatiza una fuente que participa con rol protagónico de las gestiones para detener la guerra opositora. ¿Se puede descartar entonces que vayan separados a las elecciones? “Si tenés a dos personas tironeando una hoja de papel existe la posibilidad de que uno de los dos gane y se la quede, pero hay una chance de que se rompa. Después podés discutir de quién es la culpa, pero vas a tener la hoja en dos pedazos”.
El proyecto de Horacio Rodríguez Larreta de conformar un “frente de frentes” con los peronistas que arrió el cordobés Juan Schiaretti fue el detonante de la última batalla. La jugada estaba pensada originalmente para otro momento del calendario político. Se precipitó ante la convicción de que era perentorio “sacudir la campaña”, lo que equivale a admitir que la marca de Juntos por el Cambio se desinfla, como refleja la mayoría de las encuestas. Patricia Bullrich prometió resistir. Bramó que en realidad es Larreta el que está cayendo y que con esta maniobra solo busca dañarla a ella.
Ni Larreta ha sido capaz de explicar con claridad qué le sumaría Schiaretti al armado opositor ni Bullrich argumentó convincentemente el veto que ejerció contra el gobernador de Córdoba: que haya apoyado leyes del actual gobierno suena a peccata minuta para una coalición que tiene en sus filas a dirigentes que ocuparon cargos jerárquicos en el kirchnerismo, desde ministerios y jefaturas de bloque a la vicepresidencia de la Nación.
La epidemia de desconfianza se extiende. En tren de buscar un origen, hay que remontarse a 2021 cuando Larreta impuso en la Ciudad y la provincia de Buenos Aires una estrategia electoral que irritó a Mauricio Macri y a Bullrich. Todo se agravó con la forma en que el jefe porteño resolvió la convocatoria electoral para su sucesión en el bastión imprescindible del Pro, teñida de acusaciones de favoritismo hacia el radical Martín Lousteau. El tejido de alianzas distritales y nacionales quedó envuelto en un clima de sospechas, con pactos de lógica indeterminada y que suelen entenderse principalmente por la vocación de perjudicar al rival interno.
Las razones que se expresan en público parecen ejercicios retóricos para esconder el elefante en el salón. ¿Es tan decisivo -más allá del daño que causa en las relaciones personales- que Larreta haya movido fichas sin avisarles a sus rivales ni a Macri, el mentor del que ahora irremediablemente se aleja? ¿Resulta intolerable que se desafíen los códigos electorales internos que se fijaron los cabecillas de la coalición? Por ejemplo, si se requiere unanimidad o no para sumar un aliado al club. “Esas reglas son un comunicado de prensa, no estamos hablando de la Constitución Nacional”, cuentan que dijo Larreta cuando le achacaron cruzar un límite inaceptable.
Si se excluye lo anecdótico, lo que expresa este conflicto y los agravios que se sucedieron en consecuencia es una disidencia trascendental respecto del modo en que se debe encarar la reconstrucción de una Argentina en franca decadencia y el papel que debe tener el peronismo en ese proceso. Es un debate barrido bajo la alfombra, que Juntos por el Cambio sacrificó hace tiempo en el altar de la unidad: por qué quedó trunca en 2019 la experiencia de Macri en el poder.
¿50 + 1 o 70?
Larreta fue explícito días atrás cuando sostuvo que la salida no pasa por “tener 50 más 1″ e imponer decisiones drásticas al 49 restante. “No vale sacar una ley como la de la reforma previsional en 2017, a la madrugada y con 14 toneladas de piedras. Para muchos ahí empezó el cambio de tendencia del gobierno de Mauricio; nunca más conseguimos que alguien de la oposición apoyara una iniciativa”, dijo, en un discurso ante empresarios, nada menos que en Córdoba. Defiende la idea del “70%”, que presupone un acuerdo con todos los sectores que no son el kirchnerismo y que acepten comprometerse con una agenda de racionalidad económica. Su aliado radical Gerardo Morales ha reforzado el concepto al afirmar que “es imposible” enfrentar una crisis económica como la actual sin contar con una parte del peronismo.
“Con ese plan nunca vas a ser presidente”, le dijo Macri a Larreta hace más de dos años, según refiere una fuente íntima del fundador del Pro. “El acuerdismo solo garantiza un fracaso. El peronismo te vende ayuda, cobra y después te abandona”, amplía.
Bullrich, que en otra vida habitó el peronismo, hoy firmaría al pie esa idea. Acaso por eso el apoyo de Macri ya resulta indisimulable, aunque ella prefiera construir su figura como la de alguien que no tuviera padrinos. La precandidata acusó a Larreta de “ser Massa”. En el diccionario del Pro eso figura como un insulto. Ofrece un “cambio de verdad”, que opone a lo que ocurriría en caso de pactar con los Schiarettis de turno.
La delicadeza en la crítica al rival se deja para otro momento. Elisa Carrió, hoy aliada a Larreta, no dudó en atribuir al sector macrista la intención de hacer un “ajuste brutal” y que para imponerlo está dispuesto a “reprimir hasta matar”.
“No es una cuestión de nombres si no de orientación. Mauricio tuvo buena relación con Schiaretti y lo considera un tipo serio, pero acá se trata de darle identidad a lo que proponemos. No podemos ser un rejunte. Es no entender por qué perdemos votos y por qué crece Javier Milei. Necesitamos una propuesta de transformación profunda y el que se quiera sumar que se sume después de que ganemos”, insiste un referente del ala dura del Pro.
Discuten el “cómo” y no tanto el “para qué” al que Macri le dedicó su último libro. Es posible que todos quieran llegar al mismo lado, pero la elección de la ruta es clave en un país acostumbrado a estrellarse antes del destino.
Larreta clamó que la oposición necesita “sumar” para derrotar al kirchnerismo. Solo consiguió irritar a sus rivales y, como daño colateral, resquebrajó la candidatura en Córdoba de Luis Juez, que aunque lo intentara no podría justificar que Schiaretti es un demonio en la provincia y al mismo tiempo un socio necesario para salvar a la Argentina de la crisis.
El antikirchnerismo fue la amalgama de Juntos por el Cambio. Pero ahora que Cristina y compañía chapotean por las arenas movedizas de la impopularidad -sin candidato ni expectativas creíbles de retener el poder- la alianza entre el Pro, la UCR, la Coalición Cívica y sus socios menores requiere una refundación cuyo diseño nunca se encaró.
A Bullrich pareciera tentarla más un acuerdo con Milei que una reconciliación con Larreta, Morales y Carrió. “Ya es tarde”, aguijoneó el candidato libertario, que seguramente se hubiera tirado de cabeza a un entendimiento con el macrismo meses atrás, cuando su proyecto presidencial se veía aún como una aventura estrafalaria.
Larreta imagina una gestión volcada hacia el centro, de consensos amplios que impidan retrocesos ante el primer bache. Con Milei no tiene diálogo y cada día que pasa se achica la lista de sus amigos en el Pro. Insiste en que se debe ir “a fondo” con la ampliación. Consiguió sumar únicamente -y no sin heridas- al liberal José Luis Espert.
El internismo alcanzó esta semana niveles de tensión que hacen difícil de imaginar la clásica fórmula “el que gana encabeza, el que pierde acompaña” que suele regir en unas primarias saludables. “Lo único que hacemos con esto es jugar para Milei”, se lamenta otra figura central de la coalición. Si el veredicto lo dan las PASO de agosto, quedará planteado el desafío de reconstruir los vínculos personales y no perder en el camino los votos del adversario al que primero se ha tratado lisa y llanamente como enemigo.
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