José Ignacio López: “El periodismo tiene que buscar restablecer la conversación social”
Pieza clave del Diálogo Argentino, el reconocido periodista lamenta el presente de “riña callejera” marcado por la polarización política y afirma que los periodistas deben contribuir a atemperar los antagonismos
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Todos los caminos de José Ignacio López parecen converger naturalmente en el Monasterio de Santa Catalina de Siena, en el barrio de Retiro, el lugar elegido para la entrevista con el diario LA NACION, medio en el que dio sus primeros pasos como periodista en la década de 1960. Por este monasterio construido hace 300 años, que funcionó como hospital de sangre después de las invasiones inglesas, pasaron algunas figuras de la Iglesia que dejaron huella en su vida. En un gesto de gratitud y reconocimiento nombrará a cada una de ellas. Católico practicante, López se define como “un hombre de iglesia, no un hombre de la Iglesia”.
“Siento la responsabilidad del laico, la de dar testimonio”, dice el periodista sentado en una de las salas del convento en el que todo es quietud y silencio. Nunca tuvo vocación religiosa y supo desde siempre que quería ser periodista.
En este lugar del microcentro porteño festejó sus 80 años y los de Lita, su mujer desde hace seis décadas; aquí lanzó en octubre de 2012 la revista católica Vida Nueva, con palabras de presentación a cargo de Jorge Bergoglio, las mismas palabras que pronunció desde el balcón del Vaticano cuando fue elegido Papa, cinco meses después. Aquí también nació la mesa del Diálogo Argentino, el espacio de concertación promovido por la Iglesia Católica y por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en los primeros días del gobierno provisional de Eduardo Duhalde, una experiencia clave para encauzar la crisis que dejó el estallido de 2001.
Quienes participaron de esa experiencia reconocen que López fue mucho más que el vocero: con paciencia de orfebre, construyó puentes, allanó caminos y facilitó (re)encuentros que parecían imposibles. A 20 años de esa puerta de salida a una crisis monumental, le cuesta aceptar que una dirigencia que atravesó semejante experiencia, “la haya vivido en vano” y que el escenario de confrontación hoy sea aún peor. “Este no es un debate como el que tenemos que tener. Esto es una riña. Y una riña callejera, sin reglas. Ni siquiera es una pelea de box. Es un ataque de locura completo”, sostiene.
Su actitud conciliadora y de amistad cívica, casi una marca personal, lo llevó a dejar el periodismo transitoriamente y a aceptar la propuesta de Raúl Alfonsín de ser el vocero de su gobierno, en diciembre de 1983. “Era absolutamente imposible no sentirse responsable y entusiasmado de tener la posibilidad de participar de alguna manera de esa ilusión compartida. El 30 de octubre se ganó una elección, pero el 10 de diciembre fue un día de todos. No había triunfadores ni derrotados. Recuperábamos la posibilidad de tomarnos de la mano”, dice de aquel tiempo que parece tan lejano en el tiempo y tan extraño a esta época.
No fueron siempre, sin embargo, tiempos de acuerdos y conciliación democrática. López lo dejó claro durante la última dictadura militar, en una conferencia de prensa de Jorge Rafael Videla, en diciembre de 1979. Vestido de civil, envalentonado por el triunfo mundialista de 1978 y la plata dulce, Videla se había propuesto hablar del “tiempo político” del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. En esa ronda periodística y apalancado en las palabras del papa Juan Pablo II sobre el respeto a los derechos humanos, López le preguntó por los desaparecidos y los detenidos sin proceso en la Argentina. Y Videla tuvo que ensayar una respuesta: “El desaparecido es una incógnita (…) mientras sea desaparecido es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad. No está ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Cuando esa conferencia de prensa se televisó, en diferido, se omitieron dos preguntas: una de ellas fue la de López. Al día siguiente, ninguno de los medios tituló con este tema.
López formuló esa pregunta tres años después de que estallara una bomba en su casa. En ese momento estaban sus cinco hijos, su suegra y una amiga de la familia. La histórica respuesta de Videla, la frase que marcó un parteaguas y recorrió el mundo, es el tramo que se viraliza cada 7 de junio, en el Día del Periodista, una efeméride que remite a la creación de La Gaceta, fundada por Mariano Moreno.
De extremo bajo perfil y sonrisa amable, alejado de vanidades y veleidades, cálido y afable en el trato, “Nacho” López desarrolló una fecunda trayectoria que incluye a los principales diarios de la Argentina, agencias de noticias y medios audiovisuales.
El contexto actual lo preocupa muchísimo, admite, y cree que el periodismo debe repensarse en sus prácticas. “Los periodistas que tenemos capacidad de decisión en los medios tenemos una cuota dirigencial mayúscula (…) No es sencillo, pero en un clima como el actual, el periodismo tiene que buscar la manera de restablecer la conversación social (...) Si a los periodistas le preocupan más saber cuántos seguidores tienen, entonces trabajan para una hinchada.”
Días atrás, rodeado de colegas y familiares, López fue homenajeado por la Academia Nacional de Periodismo, en la que ocupa el Sillón Manuel Belgrano.
-Usted trabajó en el diario LA NACION desde 1961 hasta 1975, año en el que se fue al diario La Opinión, de Jacobo Timerman. ¿Cómo recuerda esas épocas?
-Esa es una de las grandes transiciones que me atraviesan, porque yo entré a esa redacción de LA NACION que recién empezaba a poblarse. Hasta el año 55 había sido un diario de seis páginas. Entonces en la redacción había más gente de la que seguramente se necesitaba y gente más grande. Para un muchacho de 22 o 23 años, entrar ahí, con la solemnidad de la escenografía, en la calle San Martín era impresionante. Yo me formé al lado de las buenas plumas. Había maestros y gente de vocación de enseñar, porque en ese momento en el diario LA NACION estaban Luis Mario Bello antes de irse de corresponsal a Europa y don Rafael Pineda Yañez. Los secretarios de redacción en ese momento no llamaban a los gritos al cronista. Había un par de ordenanzas en la redacción y entonces llamaban al ordenanza y le decían “dígale a López que venga”. Era un templo. Estuve ahí 14 años y nunca firmé una nota. En 1975 me voy a La Opinión. Irme de LA NACION fue una decisión que me costó muchísimo, un parto. En aquel tiempo me vinieron a hablar compañeros a decirme: “¿Vos sos loco? ¿Cómo te vas a ir?”.
-Llega a La Opinión y Jacobo Timerman le dice que usted, que cubría temas religiosos, tiene que construirse sus propias fuentes en Roma y lo envía dos semanas de viaje junto con su esposa. No advirtió en ese entonces que había una razón oculta.
-Viajamos el 10 de noviembre de 1976. Llegamos al hotel y junto con la llave me dieron un télex de Jacobo que decía “pusieron un petardo en tu casa, están todos bien”. Debo haberme puesto blanco porque Lita me miró y me dijo “¿Qué pasa?”. Llegamos a la habitación, pedimos la comunicación y Lita los hizo desfilar a nuestros cinco hijos en el teléfono para asegurarse de que estaban bien. Desde Ana, la mayor, que tenía 13, hasta Nacho, que iba a cumplir tres años. Habían puesto la bomba en la puerta del garaje. En El Caudillo y en algunos otros panfletos salía mi nombre acusándome de ser tercermundista o marxista infiltrado en la Iglesia. A Jacobo le habían avisado que yo estaba en esas listas en las que figuraba como marxista infiltrado en la Iglesia. Él intuía que yo estaba en peligro y me mandó de viaje. En ese momento no sospeché nada, pero después con los años y charlando con Graciela Mochkofsky, la autora del libro sobre Timerman, entendí que Jacobo lo hizo para sacarme de acá porque le habían avisado.
-En 1979 Videla hace una conferencia de prensa y usted le pregunta por los desaparecidos. ¿Tuvo conciencia, en ese momento, de aquella respuesta y del recorrido que iba a hacer?
-Esa respuesta no hizo ningún recorrido. Hace poco fui a mirar los diarios del día siguiente y ninguno de los medios tituló con ese tema. Clarín publicó algo de la frase, no textualmente. El tema de entonces era la cosa política. Todavía no me fijé en el archivo de LA NACION y en La Prensa hay un buen tramo de la conferencia de prensa publicado textual, como preguntas y respuestas. No la mía. Y después hay una alusión: “También se tocaron temas de la subversión”. Pero hay un recuadro donde se consigna que molestó que no todos habían respetado lo que se había pactado, que era que no hubiera repreguntas.
"Yo quería hacer esa pregunta, porque si teniendo la posibilidad de interrogar al poder, de preguntar, no la hacía, yo no hubiera podido vivir tranquilo"
-Pero hubo una repregunta.
-Sí, y la verdad que mi repregunta me la facilita Videla. Hay una cosa clave. Él dice: “Como yo sé que usted no pregunta por ese concepto general”. ¿Por qué? Porque habíamos hablado con Videla más de una vez, habíamos tenido algún off the record con él y le habíamos dicho: “¿Por qué no lo hacen por derecha?”. “No, no se puede porque ante el primer fusilamiento el Papa y Naciones Unidas van a saltar”. Hice la pregunta para estar tranquilo con mi conciencia y porque, además, contaba con el respaldo de Horacio Tato, director de Noticias Argentinas (NA), la agencia en la que yo estaba trabajando en ese momento. Yo quería hacer esa pregunta, porque si teniendo la posibilidad de interrogar al poder, de preguntar, no la hacía, yo no hubiera podido vivir tranquilo. Me agarré de las dos cosas: me agarré del Papa y me agarré de la ostentación de Videla de ser católico. Y para mí algo de su conciencia lo traicionó.
-Y esa respuesta de Videla se conoció varios años después.
-Sí, en 1982 o 1983 empecé a ver algunos informes que se hacían desde afuera sobre la Argentina, en algún canal, y venía la respuesta de Videla, pero no salía la pregunta. La muestra es que Alfonsín me nombra en 1983 y ni Alfonsín me menciona el tema ni yo lo saco ni nadie. Oscar Muiño se acordaría, Julio Lagos se acordaría, porque estaban allí, pero en general no lo sabía nadie. Un día, hace ya algunos años, me llaman de la producción del programa de televisión de (Felipe) Pigna y me dicen: “Tenemos en Canal 7 la grabación de la conferencia de prensa de Videla. Vamos a hacer un programa especial y te queremos invitar a vos”. Por eso el otro día en el homenaje de la Academia de Periodismo le agradecí a Pigna.
-En 1983 aceptó ser el vocero de Alfonsín. ¿Por qué?
-Porque había que recuperar el papel del periodista después de tantos años y porque el Presidente le asignaba un papel al periodismo en la democracia. Esa función nació precisamente para exponer el papel mediador que tiene la prensa en el funcionamiento de una democracia. En ese entonces no había internet, ni redes sociales, ni celulares. Y para mí, en ese momento, era absolutamente imposible no sentirme responsable y entusiasmado de tener la posibilidad de participar de alguna manera de esa ilusión compartida. El 30 octubre se ganó una elección, pero el 10 de diciembre es un día de todos: no hubo triunfadores ni derrotados. Hoy tendríamos que recrear un clima parecido. Hay cosas básicas que se han perdido: hemos perdido la capacidad de entusiasmarnos juntos.
"El llamado de Alfonsín fue la mayor sorpresa de mi vida porque no tenía con Alfonsín ninguna relación especial, nunca había tenido ninguna conversación casi a solas con él"
-¿Había tenido trato con Alfonsín anteriormente?
-El llamado de Alfonsín fue la mayor sorpresa de mi vida porque no tenía con Alfonsín ninguna relación especial, nunca había tenido ninguna conversación casi a solas con él. El 10 de noviembre de 1983 me llamó Alfonsín y fui con David Rato a la quinta de Boulogne a verlo. No hubo ninguna ceremonia especial ni nada. “Hola José Ignacio, vamos a comer un asado”. Y fue el primero de una larga serie. Creo que el Presidente buscó a alguien que no estuviera entre sus aplaudidores, buscó a alguien que no estuviera afiliado. Nunca estuve afiliado a ningún partido.
-¿Cuál debe ser siempre el papel del vocero presidencial?
-Para mí lo principal es que el Presidente o el funcionario que sea reconozca auténticamente que el periodismo tiene un papel. Esta función surge originalmente en Estados Unidos y en Europa porque se le reconoce un papel a la prensa en la democracia, y también, para evitar el desgaste del personaje que producía el contacto con los medios y que luego se recrudeció con la radio y la televisión. Hay presidentes que se comunican directo y presidentes que valoran el papel del periodismo a través de la figura del portavoz. Si el funcionario cree que no necesita mediadores, entonces, no se puede ser vocero. Si el presidente dice una cosa y su vocero dice la contraria, es complicado: el periodismo no le reconoce autoridad alguna al vocero porque sabe que no sabe nada. Alfonsín comprendió esto desde un principio sin que sea resultado de ninguna conversación entre los dos: él entendió que yo necesitaba saber todo para poder administrar la información. Entonces, hoy hay que concebir de nuevo el papel del vocero y encontrar la manera de ejercerlo en medio de las redes y de que todo el mundo es periodista, todo el mundo es comunicador. Y hay que hacerlo porque se le reconoce un papel, no porque se lo quiere esquivar, puentear o burlar.
-Estamos lejos de ese clima de ilusión compartida de la transición democrática. ¿Cuál debería ser el papel del periodismo en este contexto?
-Sí, estamos muy lejos de ese clima. No es nada sencillo, pero hoy el periodismo tiene que buscar la forma de restablecer la conversación social. Acá no hay ninguna conversación, no hay diálogo de nada y no se puede trabajar sobre la agudización de nuestro defecto fundamental, que es mirar para atrás para asignar culpas en la mochila del que tenemos al lado sin cargarse nada en la propia, como si no tuviéramos nada que ver. No hay sociedad que se haya regodeado tanto con la disgregación como la sentí en ese diciembre de 2001, en la que el presidente de la Cámara de Diputados me decía a mí: “Esa reunión ármenla ustedes, yo no puedo armar ninguna reunión”. O que el Jefe de Gabinete te llamara para decirte: “Decile al cardenal que nos ponemos el país de sombrero”. Si una sociedad se regodea sin que nadie asuma una cuota parte en esto, estamos complicados. Los periodistas que tenemos capacidad de decisión en los medios, tenemos una cuota dirigencial mayúscula.
-¿Cuál es la parte de responsabilidad del periodismo en esto?
-La mezcla fenomenal de información con opinión es realmente quebrantar una de las cuestiones básicas de esta tarea. Se puede seguir echándole la culpa a los que miden el minuto a minuto, pero cada uno tiene que tener su propio límite profesional. No se puede hacer cualquier cosa en aras del “dale, dale, dale”. Y si al periodista hoy le preocupa más saber cuántos seguidores tiene, entonces trabaja para una hinchada. Se necesita seguir contribuyendo a la lectura de la realidad, pero creo que la honestidad siempre es posible y la conciencia existe. Con el estilo de periodismo que hacemos hoy sobre todo en la televisión, no facilitamos las conversaciones. Aquí no podrían llamarse tertulias, como se llaman en España, por ejemplo, porque no lo son, porque se busca la polarización y no una conversación en la que se respeten puntos de vista. Por eso se parece más a una riña que a un debate. Nosotros debemos contribuir al análisis profundo, porque, además, como para todo, se necesita en la Argentina de hoy, en la Argentina de esta larga decadencia, un espíritu de compunción: tenemos que estar compungidos porque cada uno de nosotros tenemos un pedazo de responsabilidad en esta realidad que hemos construido entre todos, en esta tensión permanente y en estas descalificaciones constantes. Tenemos que tener la humildad de decir “yo también me equivoqué”, “a mí tampoco me salió”. Y en ese sentido creo que podemos hacer una contribución contraria a la que, en muchos casos, estamos haciendo. Ahora solo estamos contribuyendo a profundizar la zanja.
-Todos los 7 de junio se comparte en las redes sociales el video de su pregunta en la conferencia de prensa de Videla. Algunos periodistas proponen que esa fecha de diciembre sea también una fecha conmemorativa para el periodismo, a usted le parece…
-(José Ignacio López interrumpe con una sonrisa pudorosa de gratitud. Pero baja la mirada y dice con determinación) “No, no. Dejemos a los próceres tranquilos. Dejemos a Moreno en paz.
UN CULTOR DEL PERIODISMO CON VALORES
PERFIL: José Ignacio López
■ Nació en Buenos Aires en 1936. Es egresado de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta y del Instituto Grafotécnico.
■ Entre 1961 y 1975 se desempeñó en LA NACION, donde llegó a ser prosecretario de Redacción.
■ Luego fue secretario de Redacción y columnista de La Opinión, funciones que también tuvo en las agencias Noticias Argentinas (NA) y Diarios y Noticias (DyN). Colaboró en Clarín entre 1977 y 1983.
■ Conductor y comentarista radial y televisivo, fue gerente de noticias en Radio América y en Radio del Plata.
■ Durante todo el mandato del presidente Raúl Alfonsín (1983-1989), fue vocero presidencial con rango de secretario de Estado.
■ Es miembro de la Academia Nacional de Periodismo, que le acaba de ofrecer, junto a Magdalena Ruiz Guiñazú, un homenaje por su trayectoria.