José Eduardo Abadi: “Necesitamos ejercer la reparación y no repetir las frustraciones de siempre”
Los argentinos quieren dejar la desesperanza atrás, señala el psicoanalista, que publica en coautoría un nuevo libro sobre el amor y los vínculos en un tiempo signado, dice, por una crisis de la alteridad
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Por un par de horas, José Eduardo Abadi pone en pausa su consultorio. Acaba de terminar la sesión con un paciente y, cuando esta entrevista termine, retomará su larga jornada. Dice que le cuesta parar, tomarse vacaciones. Parece infatigable. Ha publicado doce libros ya, atiende pacientes y suele recibir consultas de dirigentes, medios periodísticos y empresarios.
Médico psiquiatra, psicoanalista y escritor, Abadi acaba de publicar un nuevo libro escrito con Patricia Faur y Bárbara Abadi, El amor en tiempos de odio. Repensar el encuentro y los vínculos (Grijalbo).
Es que el amor en todas sus dimensiones y esferas se encuentra amenazado: construir y fortalecer los vínculos en un clima de intolerancia, crueldad y narcisismo –amplificado por las redes sociales– se vuelve prácticamente una misión imposible, considera Abadi. “El narcisismo es el enemigo número uno de este tiempo”, dice. Durante la charla, reflexionará también sobre el éxito de los liderazgos narcisistas en distintas partes del mundo. “El líder narcisista te dice que va a hacer cosas que solo él puede hacer; que va a conseguir eso que sin él vos no podrías de ninguna manera conseguir. Te dice que hay un paraíso en esta vida terrenal, que hay una redención y una Tierra Prometida, y que vas a acceder a todo eso a través suyo”, explica Abadi. “El líder narcisista suele resbalar, no hacia la autoridad, sino hacia el autoritarismo”.
Además, Abadi reflexiona sobre el origen de los insultos –que parten desde el Presidente y desde muchos de sus seguidores y otras esferas– y sobre qué sucede cuando en el Gobierno se “celebran los despidos y el ajuste más profundo de la historia” sin mencionar el dolor que eso supone para millones de ciudadanos. “Festejar el sacrificio de la gente es una forma de la crueldad. Cuando no hay comprensión empática y compasiva de una sociedad que ha entendido que el sacrificio que se le pide es duro, y aun así lo tiene que llevar a cabo, hay indiferencia. Y la indiferencia es una forma que se acerca mucho a la crueldad”, sintetiza Abadi, que ejerció la docencia en distintas universidades nacionales y extranjeras y es miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), sobre este proceso que el gobierno de Javier Milei inició hace un año.
"El vértigo en el que vivimos impide la experiencia. No hay una impregnación de lo vivido de tal modo que uno pueda aprender"
–Amor ha habido siempre y odio, también. ¿Qué tiene de singular o específico este “amor en tiempos de odio” al que usted alude en el título del libro?
–El amor y el odio han existido desde que la humanidad existe. Hablo del amor no solamente como vivencia amorosa, sino también como la actitud de cuidar y proteger, es decir, la disponibilidad hacia el otro; básicamente, registrar al otro en su diferencia, y poder dar y recibir de ese otro algo que nos permita crecer, cambiar, vincularnos de un modo enriquecedor. Ahora, cada tiempo sociohistórico tiene también sus particularidades y el ejercicio del amor y del odio han tenido, por lo tanto, diferencias importantes en distintas épocas.
–¿Por ejemplo?
–Ahora estamos en un momento en el que hay una dificultad en la relación del uno con el otro. En algunos países, incluida la Argentina, ese registro de interés por el otro y ese amor que nos permite construir un conjunto pasa por un momento muy delicado. Creo que el amor está gritando desesperadamente la necesidad de existir nuevamente, casi diría como premisa indispensable para conformar un proyecto global. Y cuando esto no existe, esos baches, esas grietas o esas ausencias no quedan como un blanco, sino que se llenan sustitutivamente de otras cosas que tienen que ver con distancia, agresión, violencia, sospecha del otro y odio. Más que integrar, buscamos vencer al otro; predomina el deseo de dominar y de someter al otro. Sin empatía no hay compasión; y sin comprensión del otro no hay amistad cívica, que es un concepto tan lindo, tan necesario y tan olvidado. El otro no es hoy un interlocutor con el que busco aprender, además de un receptor al que le digo lo que pienso, sino que es básicamente un sospechoso o un enemigo al que tengo que convencer o incluso someter. Una expresión de esto es el fanatismo.
"Sin empatía no hay compasión, y sin comprensión del otro no hay amistad cívica, un concepto tan necesario y olvidado"
–¿Por qué cree que estas narrativas autoritarias, patológicamente narcisistas, se potencian y se amplifican en determinados momentos?
–Pienso que no debe ser siempre por los mismos motivos. En este momento hay un enorme predominio del narcisismo, en una versión de la sociedad donde hay poco tiempo para conocer al otro, donde se ha puesto el acento en el vértigo; se lo disimula llamándolo velocidad, pero es vértigo. Eso impide la experiencia. No hay una impregnación de lo vivido de un modo que yo pueda aprender, que es el don básico que tenemos los seres humanos para poder mejorar, trabajar en función del amor y no repetir errores. Para que haya diálogo tiene que haber más de uno, y si yo no reconozco al otro, solo hay un simulacro de diálogo. Solo hay monólogos. Eso no tiene nada que ver con la conversación, que es algo muy vinculado al amor, porque supone una escucha del prójimo, y registrar de pronto algo que no se me había ocurrido, y hasta agradecerle al otro lo que me está explicando. Y esto depende de poner en marcha un ingrediente esencial del amor, que es la generosidad.
–Hay una característica que se da en algunos países y que se da ciertamente en la Argentina: desde la primera magistratura se profieren insultos, agravios y descalificaciones hacia los que piensan distinto, hacia las minorías, hacia cualquiera que se interponga en la “cruzada cultural”. El Presidente ejerce violencia verbal, avala y legitima ese accionar en sus seguidores desde las redes sociales y sus seguidores la amplifican. ¿Cómo observa este fenómeno?
–La violencia verbal a veces es un recurso que tiene, me parece, distintos orígenes. Uno de ellos es el miedo y la inseguridad. El miedo y la inseguridad llevan, como efecto reactivo, defensivo, curiosamente, a atacar. Otra variable es que pueda haber un resentimiento y un rencor muy arraigados. Otro problema puede ser que la otra persona, en su diferencia, atraviese mi narcisismo y yo no tolere la herida en mi blindaje narcisista. También me parece que el insulto a veces se relaciona con la burla. El insulto es humillante, burlón, es el antiamor; es la consagración del bullying. Otra variable, que también es frecuente en las personas que apelan a los insultos, está relacionada, diría, a una “carencia retórica”. Es decir, quizá no saben usar el lenguaje y entonces, para estas personas, el insulto es una manera de decir algo de forma más punzante o incisiva, que esclarezca lo que buscan esclarecer y pegue donde quieren pegar. Es como que el insulto fuera el recurso más sincero y valiente.
–Quizás en ese gesto las personas no ven rusticidad, vulgaridad, miedo o resentimiento, sino autenticidad: es sincero, honesto, “dice lo que siente”. Y eso es lo que valoran precisamente.
–Claro, qué interesante. Si insulta es “porque te dice lo que siente”. Ahora, uno recuerda frases de algunos políticos y pensadores de la historia que repetimos admirados y que no necesitaron de los insultos. Por ejemplo, cuando Cicerón lo mira a Catilina, que pretende hacerse dictador de Roma, y le dice: “¿Hasta cuándo, Catilina, tú abusarás de nuestra paciencia?”. Y hay otra, más común, pero que también nos produce mucha emoción, cuando Winston Churchill dice: “Vamos a culminar esto con la victoria, pero por el momento no puedo ofrecer otra cosa más que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas. Tenemos ante nosotros una prueba de la especie más dolorosa. Tenemos ante nosotros muchos meses de lucha y sufrimiento”. Es de una fuerza brutal, de una gran contundencia. Y es una frase que no necesita el insulto.
–Algo que se ha visto en estos meses en la Argentina con el achicamiento del Estado y los despidos del sector público es un clima de cierta algarabía o festejo por parte de algunos funcionarios por los números del recorte y el ahorro, sin mención al dolor y al impacto en las familias. Una cosa es anunciar que lamentablemente habrá que achicar el Estado y transitar por un camino difícil y otra muy distinta festejar por el cierre de los organismos públicos o celebrar el ajuste más profundo de la historia. El escritor Martín Kohan se refirió a cierto “goce de la crueldad”.
–Estás marcando algo muy sutil. No lo había pensado así, pero sería promover, por un lado, que podamos sentirnos, entre comillas, dignos de haber podido elegir un camino difícil, esforzado, por momentos sacrificado. Y otra cosa distinta es celebrar.
"El narcisismo está muy presente en la sociedad de hoy: elegimos líderes con los cuales nosotros podemos proyectar nuestro narcisismo, lo depositamos allí. Eligiéndolos, nos elegimos"
–Exacto. Es un signo de madurez asumir que no hay soluciones mágicas ni de corto plazo y que en algunas cuestiones hay que hacer sacrificios y pagar costos.
–Sí, es interesante la distinción entre transitar un camino doloroso y festejar. Nada viene dado solo, todo se construye y tiene que ver con asumir el esfuerzo, el camino, la decisión de, juntos, llevar adelante una transformación que nos va a hacer vivir mejor y que tiene que ver con el tiempo, la paciencia y el esfuerzo, y que se hace siempre acompañado. Uno hubiera preferido que todo esté bien, pero si no lo está y quiero que esté bien, tengo que trabajar para que así sea. Eso es una cosa. Ahora, que haya una celebración del sacrificio, un festejo en términos de no registrar el dolor del otro, de no tener compasión, eso es distinto. Festejar el sacrificio de la gente es una forma de la crueldad. Cuando no hay comprensión empática y compasiva de una sociedad que ha entendido que el sacrificio que se le pide es duro, y aun así lo tiene que llevar a cabo, hay indiferencia. Y la indiferencia es una forma que se acerca mucho a la crueldad.
–¿Por qué cree que tienen tanto éxito los liderazgos narcisistas que implican altos componentes de crueldad?
–El narcisismo está muy presente en la sociedad de hoy: elegimos líderes con los cuales nosotros podemos proyectar nuestro narcisismo, lo depositamos allí. Eligiéndolos, nos elegimos. O, eligiéndolos, el líder va a potenciar esas fantasías omnipotentes que nosotros podamos tener. Por otro lado, el líder narcisista te dice que va a hacer cosas que solo él puede hacer; que va a conseguir eso que sin él vos no podrías de ninguna manera conseguir. Te dice que hay un paraíso en esta vida terrenal, que hay una redención y una Tierra Prometida, y que vas a acceder a todo eso a través suyo. El líder narcisista suele resbalar, no hacia la autoridad, sino hacia el autoritarismo. Son líderes que no creen en el aprendizaje, en lo heterogéneo, en un mundo en conflicto, en el reconocimiento de que, si no aceptamos que hay adversidad, frustración, dolor y pérdida, estamos negando nuestro carácter humano.
–¿Cuánto hay de mágico en estos liderazgos?
–Hay algo de mágico en ese tipo de liderazgos en el sentido de que supuestamente hay alguien que es capaz de hacer el milagro; es una fuerza que, inconscientemente o conscientemente, me hace sentir protegido y por eso me quedo tranquilo. Pero generalmente la ilusión termina en decepción y los narcisistas, si se mantienen mucho tiempo en el poder, terminan encabezando autoritarismos peligrosos. Para evitar narcisismos y este tipo de atropellos ilusorios y ofensivos, bueno, para eso existe la democracia, para eso existe la división de poderes, para eso existen los límites. Y en el establecimiento de la psicología individual y vincular, existe el super yo, la conciencia moral, el respeto por el otro, la empatía, el acompañar en un duelo, el reconocimiento de animarse a sufrir por lo que duele y por lo que uno sufre, y el rescatarnos de nuestras penumbras cuando algo doloroso ocurre, para poder volver a ejercer nuestra capacidad vital.
–Sé que todo recorte es parcial y arbitrario, pero quizás nos diga algo de la época. ¿Qué está viendo en las consultas de pacientes en la actualidad que le llame la atención, se repita o lo conmueva especialmente?
–La Argentina es un país en donde estuvo muy presente la angustia, una angustia ligada a una sensación de desamparo y de soledad que llevó a muchos cuadros de desesperanza, y eso devino en depresión. La pandemia sumó mucho, pero es una angustia que venía desde hace tiempo. Eso en la consulta lo veo todo el tiempo. Aparece fuertemente una necesidad, la de que seamos capaces, de una vez por todas, de ejercer la reparación, de no repetir las frustraciones de siempre y los resultados negativos que tienen que ver con la sociedad que hemos construido. Y hay mucha necesidad de que se disuelva una vivencia de amenaza que está siempre presente. Creo que hay muchas ganas de no repetir, pero, en simultáneo, mucho miedo al fantasma de la repetición.
PSICOANALISTA Y ESCRITOR
. José Eduardo Abadi es médico psiquiatra, psicoanalista y escritor. Es miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), profesor del Instituto de Psicoanálisis y docente en distintas universidades nacionales y extranjeras.
. Escribe artículos para distintos medios gráficos, participa como columnista en medios audiovisuales y tuvo un programa en Radio Cultura, La aventura de pensar. Ha trabajado en el campo artístico y fue premiado por su desempeño en el teatro como dramaturgo y actor.
. Publicó más de una decena de libros, entre ellos Y el mundo se detuvo. La vida nos ofrece una nueva oportunidad (Grijalbo, 2021, junto a Patricia Faur y Bárbara Abadi), ¿De qué hablamos cuando hablamos de buen amor? (Grijalbo, 2015), De felicidad también se vive (DeBolsillo, 2011) y El sexo del nuevo siglo (Sudamericana, 2006).
. Acaba de publicar El amor en tiempos de odio. Repensar el encuentro y los vínculos (Grijalbo), en coautoría con las psicólogas Patricia Faur y Bárbara Abadi.